Nacido
en Madrid en enero de 1600, Pedro
Calderón de la Barca representa la culminación de la
dramaturgia barroca española y, junto a Lope de Vega, ocupa la cima
de nuestro teatro del Siglo de Oro.
Era
uno de los hijos menores de una familia noble con raíces montañesas,
cuyo padre ejerció, como era frecuente en aquel tiempo, un cargo
heredado de funcionario de alto nivel en las cortes de Felipe II y
Felipe III. Pasó su primera infancia en Valladolid, y a los siete u
ocho años, al trasladarse la corte a Madrid, prosiguió sus estudios
con los jesuitas. Inició a los quince su etapa universitaria primero
en Alcalá y luego en Salamanca donde ya destacó como prometedor
poeta, pero el joven Pedro no tenía entonces la menor vocación
eclesiástica, así que se decidió por abrazar el ejercicio de las
armas. Estuvo al servicio del duque de Frías y del Condestable de
Castilla, guerreando en Flandes y en el norte de Italia. Según su
biógrafo Tassis, entre batalla y batalla tuvo tiempo de escribir la
que pasa por ser su primera obra teatral, Amor, honor y poder,
que se representó en la corte con gran éxito con motivo de la
visita del príncipe de Gales, que entonces se llamaba también
Carlos, como el actual.
No
parece acreditado que participara como soldado en el sitio de
Fuenterrabía, pero sí es seguro que se distinguió en diversos
episodios militares de las revueltas de Cataluña. En Vilaseca,
durante la toma de Cambrils, fue herido en una mano. Estuvo más
tarde en otros episodios de armas en Tarragona, Martorell, Barcelona
y Lérida. Durante esta etapa en la milicia no perdió la ocasión de
seguir componiendo diversas piezas teatrales como La gran Zenobia,
El sitio de Breda, El alcalde de sí mismo o La cisma de
Ingalaterra, que se representaron con gran éxito en la corte, lo
que le valió el aprecio de Felipe IV quien al decir de muchos tenía
más afición a estos pasatiempos que a los asuntos del gobierno.
Entre 1644 y 1649 hubo un periodo en que los moralistas y algunos
clérigos cortesanos ferozmente contrarreformistas consiguieron la
prohibición de representar comedias. En 1646, acaso coincidiendo con
el nacimiento de Pedro José, su hijo natural, Calderón sufrió una
crisis de conciencia o más probablemente un episodio depresivo, que
le llevó a replantearse su vida y a ordenarse sacerdote. Obtuvo una
capellanía, y de esta época datan sus autos sacramentales,
obras de elevada inspiración religiosa.
Pasada
esa que podríamos llamar etapa de reflexión moral, volvió a
diversificar los temas de sus obras, siendo este el periodo en que
escribió lo más importante de su producción dramática. Siendo
capellán mayor de Carlos II, recibió alguna velada crítica por
parte de los moralistas, que le afearon muchos de los temas de sus
comedias y dramas que consideraron impropios de un sacerdote.
Calderón les replicó altivo: “O esto es bueno o es malo; si es
bueno, no se me censure, y si es malo no se me encargue”.
En
sus últimos años se endeudó y parece que pasó por estrecheces
económicas. Compuso su última comedia en 1680 y falleció en mayo
de 1681. Como por entonces ochenta y un años era una edad
desusadamente avanzada, habían fallecido ya hacía tiempo la mayor
parte de sus amigos, valedores y protectores en la corte, de manera
que tuvo un funeral muy austero. Lo enterraron en el fosal de la
capilla de San José, en la madrileña iglesia de San Salvador. No
quedándole ya ningún familiar vivo, legó sus escasos bienes a la
Congregación de sacerdotes de Madrid.
En
cuanto a la obra de Calderón, que como sabéis, es lo que nos
interesa, cabe decir que representa en el teatro español algo así
como un paso más allá en la dramaturgia barroca, cuyo principal
representante es naturalmente Félix Lope de Vega. Aunque según
Tassis ambos tuvieron algún roce en la etapa juvenil de Calderón,
lo cierto es que después los dos se admiraron mutuamente, de lo que
existen diversas pruebas documentales. A nuestro juicio, si bien Lope
supera ampliamente a Calderón en lirismo, Calderón supera a Lope en
recursos teatrales. En otros términos, Lope fue mejor poeta y
Calderón mejor dramaturgo. Las comedias de Lope pueden disfrutarse
simplemente leyéndolas, las de Calderón alcanzan la excelencia
cuando se las representa en un escenario. Las obras de Calderón
tienen por lo general menos personajes. En ellas se destaca muy por
encima de los demás el papel del protagonista. Personajes como el
Segismundo de La vida es sueño, o Pedro Crespo y Don Lope de
Figueroa, antagonistas en El alcalde de Zalamea, son claros
ejemplos de ello. También Calderón supera a Lope en escenografía.
Las comedias calderonianas son de mayor lucimiento escénico.
Concedió además gran importancia a la música. Colaboró con
escenógrafos italianos como Cosme Lotti, y con músicos como
Giovanni Maria Pagliardi, Alessandro Scarlatti, Tomás de Torrejón
o Giacomo Facco entre otros, que compusieron óperas basadas en obras
de Calderón. Fue inspirador de otros dramaturgos españoles (Rojas
Zorrilla, Agustín Moreto, Solís, Diamante, Salazar, Monroy,
Cubillo, Bances Candamo o Sor Juana Inés de la Cruz, todos ellos
considerados miembros de la escuela dramática calderoniana) y
extranjeros como Corneille o Goethe, que se inspiró claramente en El
mágico prodigioso para su inmortal Fausto. Si hemos de
ponerle alguna pega, digamos que los personajes femeninos de Calderón
son mucho más planos y menos acabados que los de Lope, a quien debe
reconocerse su mejor conocimiento del alma femenina.
Aunque
no tanto como Lope de Vega, que batió de largo todos los registros
conocidos en este terreno, Calderón fue un autor prolífico. Se le
atribuyen más de un centenar de títulos entre comedias (La dama
duende, Casa de dos puertas mala es de guardar, El galán fantasma,
No hay burlas con el amor...), obras dramáticas (El alcalde
de Zalamea, El mágico prodigioso, El médico de su honra, El
príncipe constante...), autos sacramentales (El gran teatro
del mundo, A Dios por razón de Estado, Andrómeda y Perseo, El gran
duque de Gandía...), entremeses, jácaras y mojigangas.
Hoy
en nuestra biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceos (haced
clic en la portada) una magnífica versión digital de La
vida es sueño, que seguramente es la obra más
emblemática y representada de Calderón. Pasajes como el monólogo
del príncipe Segismundo, que comienza: ¡Ay mísero de mí, ay
infelice!..., o como la conocida fábula “Cuentan de un sabio que
un día...”, han llegado a trascender lo puramente literario, para
formar parte de la cultura popular española. Disfrutad los
extraordinarios versos de Pedro Calderón de la Barca, la culminación
dramática de nuestro barroco.
¿Qué
es la vida? Un frenesí
¿Qué
es la vida? Una ilusión,
una
sombra, una ficción,
y
el mayor bien es pequeño,
que
toda la vida es sueño
y
los sueños, sueños son.
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