Andrea del Sarto. Sacrificio de Isaac. Prado |
Hace
diez mil años la viagra todavía no estaba comercializada,
pero se ve que a pesar de eso el viejo Abraham se las arreglaba
bastante bien con el sexo. ¡Vaya tío!, diría un castizo. Siendo ya
madurito, con barriga, canas y luciendo cartón en lo alto, tuvo un
hijo con Agar, la esclava que su mujer, Saray, le cedió para uso
concupiscente. ¡Mira que comprensiva y que moderna! Parece que estos
hebreos del Antiguo Testamento más que campamentos, tenían comunas
hippies. Pero claro, este hijo de la esclava (Ismael se llamaba el
muchacho) no era más que un bastardo. Fue, según la tradición, el
ancestro de los árabes o agarenos (por Agar). El bueno de Abraham no
estaba contento. Necesitaba un hijo de verdad, un hijo de Saray, su
mujer legítima, o sea, un hijo hebreo de raza pura, porque esto de
la pureza racial, el pueblo hebreo se lo toma muy a pecho.
Mathias Stomer. Saray ofreciendo a Agar. Gemäldegalerie. Berlín |
El
problema es que si Abraham era un viejo chocho, su esposa Saray se
llevaba muy poco con él. Dicen las Escrituras que la mujer había
cumplido ya los noventa. El nuncio ya no la visitaba, como solían
decir las señoras educadas para expresar que la regla se había
retirado. En el caso de Saray, no es que se hubiera retirado
recientemente; es que no la tenía desde el siglo anterior, vamos.
Así que cuando en sueños se le apareció un ángel del Señor, y le
dijo que se acostara con Abraham y quedaría preñada, le dio la risa
floja acompañada de la incontinencia urinaria propia de la edad. Con
las risas Abraham se despertó, y al conocer el sueño de su mujer,
rompió también a reír. Tanto rieron los dos, y tan a gusto, que se
les subió el pavo, se achucharon un poquito y ¡zas!, copularon. Es
lo que tienen estas cosas, que se empieza tonteando y ya se sabe.
El
caso es que a los nueve meses cabales, para asombro y pasmo de
propios y extraños, nació aquel hijo anunciado por Yahveh. Lo
llamaron Isaac, y Saray pasó desde entonces a llamarse Sara. Se ve
que la y griega del final era la causa de su esterilidad (y es que
nada bueno puede venirnos de Grecia, decían los hebreos de la
época). El patriarca ya tenía heredero y estaba exultante de
orgullo. No lo llevaba los domingos al fútbol porque aun no se
habían inventado ni el fútbol ni los domingos. No obstante, cuando
paseaba con él por el desierto del Sinaí, que es igual de ancho que
la quinta avenida, pero con menos escaparates, le decían los
amorreos, los caldeos y los cananeos: ¡qué nieto tan guapo, abuelo!
Abraham contestaba muy ofendido que el pequeño no era su nieto, sino
su hijo, y luego les insultaba llamándoles perros gentiles e
idólatras. Algunos estuvieron tentados de darle un sopapo, sobre
todo los amorreos, que tienen muy mal pronto, pero se contenían
pensando que no valía la pena enemistarse con los hebreos que por un
quítame allá esas pajas tenían costumbre de quemarles las cosechas
y degollar a sus primogénitos.
Conforme
iba creciendo Isaac se hacía más listo y más buen mozo. Desde muy
niño acompañaba siempre a su padre e iba tomando nota de cómo se
comporta un patriarca hebreo. Una vez Abraham reconvino a
Abimelech a causa de un pozo de agua, que los siervos de Abimelech le
habían quitado. Y respondió Abimelech: No sé quién haya hecho
esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta
hoy. Y tomó Abraham ovejas y vacas, y fue a Abimelech; e hicieron
ambos alianza. Y puso Abraham siete corderas del rebaño aparte. Y
dijo Abimelech a Abraham: ¿Qué significan esas siete corderas que
has puesto aparte? Y él respondió: Que estas siete corderas tomarás
de mi mano, para que me sean en testimonio de que yo cavé este pozo.
Por esto llamó a aquel lugar Beer-seba; porque allí juraron ambos…
(Génesis 21, vs 25 a 31). Isaac observaba muy atento y no salía
de su asombro. A la mañana siguiente lo sorprendía el sol sin haber
pegado ojo y preguntándose todavía: ¿siete corderas? ¿Beer-seba?
¡Pero qué mierda de negocios hace el viejo!
Otro
día Yahveh, que después de la creación se había tomado unos miles
de millones de años sabáticos y estaba algo aburrido, quiso probar
a Abraham. Le dijo más o menos: mañana temprano coges a tu chico,
lo llevas a la tierra de Moriah (igualito que en El Señor de los
Anillos), y me lo sacrificas en el monte, ¿estamos? El pobre
Abraham estuvo a punto de protestar, pero el Señor repitió:
¿estamos? en un tono apremiante estilo Belén Esteban, y Abraham
sólo acertó a balbucir tímidamente: vale, vale, mañana temprano…
Y es que como ya sospechaba Isaac desde lo del pozo de Abimelech,
Abraham era un calzonazos de tomo y lomo.
Y
Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó
consigo dos mozos suyos, y a Isaac su hijo: y cortó leña para el
holocausto, y levantóse, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer
día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo
Abraham a sus mozos: Esperaos aquí con el asno, y yo y el muchacho
iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó
Abraham la leña del holocausto, y púsola sobre Isaac su hijo: y él
tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.
Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él
respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la
leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió
Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.
E iban juntos. Y como llegaron al lugar que Dios le había dicho,
edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac
su hijo, y púsole en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su
mano, y tomó el cuchillo, para degollar a su hijo. (Génesis,
22, vs 3 al 10).
Llegados
a este punto fatídico, se alzó en el aire una voz grave, hueca y
cavernosa, la voz de Yahveh Dios, que dijo: No extiendas tu mano
sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios,
pues que no me rehusaste tu hijo unigénito. (Génesis, 22, v
12). Abraham, sollozando de emoción desató a Isaac, al tiempo que
reparó en un carnero cuyos cuernos se habían enredado en una zarza,
y serviría para sustituir al muchacho en el sacrificio. ¡Mira que
bien, chaval, ya tenemos costillas para el almuerzo!, dijo Abraham,
pero el muchacho ya no podía oírle. En cuanto se vio libre de las
ligaduras, Isaac había echado a correr y sólo se veía de él una
nube de polvo en la lejanía.
Aquella mañana Abraham almorzó solo. Se decía: ¡Qué suerte has tenido hijo mío. Yahveh en su infinita misericordia, te ha perdonado! Isaac, sin parar de correr, pensaba a su vez: ¡Anda que si no se me ocurre imitar la voz de Yahveh, hoy el viejo me rebaña el pescuezo!
Bueno,
pues así es como se salvó Isaac, hijo de Abraham y Sara, famoso
velocista y secretamente aficionado a la ventriloquia.
-Oye, vosotros los jedis ¿dónde compráis las espadas láser?
-Aparque
en el arcén, por favor. Vamos a soplar un poco.
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