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martes, 6 de febrero de 2018

FLORENCIA, EL APOTEOSIS DEL ARTE


Bigotini, Marisol y Laura en su felicísimo viaje por italia, recalan hoy (en realidad de eso hace ya algunos años) en la luminosa Florencia, la floreciente Florencia que fue capital del Gran Ducado de Toscana, y bajo la férula de los Medici, llegó a ser también la indiscutible capital mundial del arte. Quizá todavía lo sigue siendo. Extraemos unos párrafos del famoso cuaderno de viajes del profe.

En los viajes las sorpresas no suelen ser buenas. Pero a veces hay excepciones y esta ha sido una de ellas. Creíamos que el viaje en tren de Roma a Florencia iba a ser mucho más largo y ha durado poco más de hora y media. Además el hotel queda también a sólo unos pasos de la estación de Florencia, en la plaza de Santa María Novella. El hotel Domus Florentiae, está en un edificio histórico donde durmió San Juan Bosco (hay una placa conmemorativa). La habitación es magnífica. Tutto bene. Todos contentos. Después de comer iniciamos la visita a la Galería de los Ufficci. Una maravilla. Lástima que algunas salas estén cerradas por obras. Al salir, damos un paseo por Florencia. Un encanto. El ambiente es más provinciano que el de Roma y aunque sólo sea en términos relativos, hay muchos más turistas. Por suerte el clima parece haberse suavizado un poco. Ya no hace tanto calor, incluso el cielo amenaza con una lluvia que no termina de decidirse a caer. El paseo resulta muy agradable. El centro histórico de Florencia está literalmente tomado por las boutiques de las principales marcas de moda: Prada, Gucci, Armani, Dior, Vouiton... (añádanse diez líneas más, porque están todas). Marisol no se cansa de mirar escaparates. Laura si se termina cansando y yo ya estoy aburrido desde el vigésimo.


Alfredo sull’Arno es un restaurante con terraza sobre el río, donde corre el fresco y se disfruta de una magnífica vista del ponte vechio. Proscciuto, costrini, gambas, pez espada, postres exquisitos y vino de la casa (en Roma sólo lo había embotellado y carísimo). La cena merece la pena. Después de cenar, el paseo lo amenizan los músicos callejeros, los comediantes y otras atracciones de la noche florentina. La policía parece haber emprendido aquí una cruzada contra los vendedores de top manta, bolsos de imitación y otros artículos por el estilo. Al volver de noche al hotel, en la plaza de Santa María Novella encontramos una especie de multitudinaria asamblea de vendedores ambulantes. Parecen muy contrariados. Tambores de guerra. Hay en el aire olor a tormenta y ecos de motín.



Es domingo y casi todo cierra. En las iglesias (que siguen siendo uno de los principales focos de atracción para los viajeros) sólo se celebran cultos y están suspendidas las visitas. También están cerrados la mayoría de los museos. Visitamos la catedral y el baptisterio. Ponga aquí el lector los adjetivos elogiosos que se le ocurran; yo temo repetirme. Visitamos las basílicas de San Lorenzo y de La Trinidad (añádanse más adjetivos). Descanso reparador en el hotel. Nos podemos permitir estos respiros gracias a las menores distancias de Florencia, que permiten ir y venir andando a todas partes en poco tiempo. En el hotel hay un comedor muy coqueto, decorado con frescos del siglo XVIII y mobiliario ad hoc. Tiene también una terraza de veladores con vistas a la Piazza dell’ Unitá italianna. El día termina con un agradable paseo por el ponte vechio y el de la Trinitá, una visita de cumplido al jabalí de bronce de la plaza del mercado y un recorrido por los alrededores de la plaza de la República, la casa de Dante y otros rincones típicos.


Por fin entramos en la basílica de Santa María Novella. Llevábamos hechos varios intentos, pero los días anteriores ha sido imposible, porque o bien ya era tarde, o era domingo. Vale la pena visitar Florencia aunque sólo fuera por Santa María Novella. El altar está decorado con frescos de Domenico Ghirlandaio. El claustro es una maravilla. Se respira en él una paz incomparable. Nos detenemos un rato en la antigua capilla de los españoles, donde enterraban a nuestros compatriotas que morían en Florencia. No se conoce bien una ciudad si uno no se ha dado una vuelta por el mercado de abastos. El de Florencia tiene unos puestos de pasta, carne, embutidos y tripería, dignos de ser visitados. Compramos quesos y otras golosinas para llevarnos a casa. Las compras nos sirven para hacer una incursión lingüística en el dialecto toscano. Nos preparamos magníficos bocadillos con pan recién horneado, jamón y mortadela boloñesa. Con las bebidas que compramos por la calle improvisamos la comida. El agua mineral San Benedetto es nuestra preferida desde que llegamos a Italia. La etiqueta de las botellas advierte en letra pequeña de las propiedades diuréticas del agua y yo bromeo con unos imaginarios efectos laxantes.
Si te vai sotto le gambe
e non sai qual cosa a sito,
sei l’aqua San Benedetto
que nella strada as bebito.

Si te vas patas abajo
y no sabes cómo ha sido,
será el agua San Benito
que en el camino has bebido.



Trattoria Palle d’oro, en la Vía San Antonino, cerca del mercado de San Lorenzo de Florencia. La más pura cocina de la Toscana para paladares que no teman las emociones fuertes. Selección de quesos, ensalada de gambas, costrini, pollo, roast beaf, trippa alla fiorentina (callos). Todo regado con un magnífico tinto de la región. De postres flan de leche con moras y vino santo (muy dulce) con pan de almendras. Inmejorable relación calidad – precio. Un festín. Prometemos volver. Hacemos planes para viajar a Pisa el día siguiente. Nos espera otra jornada agotadora. A descansar.


Viaje en tren a Pisa. Visita obligada a la torre inclinada y al Duomo. Turistas, muchos turistas haciéndose la foto tópica en la que parece que se sostiene a la torre. Después de comer damos una vuelta por la ciudad y volvemos a Florencia. El viaje dura apenas una hora. En Florencia, la jornada concluye con una cena en el restaurante Al Trebbio (Vía delle belle donne, 49). Buenas carnes y buen vino de la casa, aunque nos han hecho esperar una eternidad entre plato y plato. Prego, abbiamo famme, le he dicho al camarero. Y cuando por fin han llegado los segundos y preguntaba para quién era cada uno: ¡Ah, io non poso ricordare niente! Risas.

En Florencia se encuentra la mejor colección de escultura del mundo. La estrella de sus museos es sin duda el archifamoso David de Miguel Ángel. Está prohibido sacarle fotos (como al resto de las obras), pero es tal la avalancha de turistas y de tal calibre la avidez por obtener imágenes, que las regañinas de los vigilantes son ineficaces y los visitantes acaban accionando compulsivamente el pulsador de sus cámaras. Confieso que ni yo mismo he podido resistir la tentación y he tirado una foto. Después de la Galería de la Academia, nueva visita al mercado de abastos de Florencia. Compramos tomates secos de Calabria y funghi porcini, para llevar a Zaragoza. Caminando entre los puestos se nos hace la hora de comer. Vemos que en uno de los puestos hacen unos bocadillos singulares que tienen mucho éxito entre los indígenas florentinos y nos decidimos a probarlos. La cosa consiste en un panecillo redondo cortado por la mitad. Se moja una mitad en un caldo de cocer carne con verduras (cebolla, tomate, zanahorias...). Luego, con un cuchillo afiladísimo, un amable joven va cortando finas lonchas de carne de cordero deshuesada, que ha sido cocida en el caldo anterior y te pone una cantidad considerable sobre el medio pan mojado. Encima te añade sal y un par de cucharadas grandes de pesto con aceite de oliva, ajo y hierbabuena. Finalmente te pone la mitad del pan encima y te da el bocata metido en una especie de bolsita, que evitará que te caiga en la ropa la grasilla que rezuma. Cómase por la calle acompañado de una cerveza bien fría y aseguro que en materia de bocadillos y fast food en general, difícilmente puede encontrarse algo mejor.



El palazzo Piti es visita obligada y el único lugar de interés que nos quedaba por ver en Florencia. Son cuatro horas de incesante caminata. Acabamos reventados, pero ha valido la pena. Obras de arte excepcionales en un marco incomparable. El palacio por sí mismo, desnudo de pinturas y esculturas, ya merece la visita. Nos fotografiamos en los enormes jardines mientras caminamos algunos kilómetros más. Después volvemos al hotel para descansar unos minutos, atravesando de nuevo toda Florencia. Agotador. Habíamos prometido volver y cumplimos. Se come tan bien en el Palle d’oro que cenamos allí otra vez, para despedirnos de Florencia. Un aperitivo de la casa a base de cassis y pinot blanco, otra vez gambas, una mozzarella excepcional, pasta al ragú, jamón asado y conejo relleno de alcachofas. Ciao. Arivedercci, Firenze.


Una pena compartida es una pena a medias. Una alegría compartida es una doble alegría.





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