Bigotini,
Marisol y Laura en su felicísimo viaje por italia, recalan hoy (en
realidad de eso hace ya algunos años) en la luminosa Florencia, la
floreciente Florencia que fue capital del Gran Ducado de Toscana, y
bajo la férula de los Medici, llegó a ser también la indiscutible
capital mundial del arte. Quizá todavía lo sigue siendo. Extraemos
unos párrafos del famoso cuaderno de viajes del profe.
En
los viajes las sorpresas no suelen ser buenas. Pero a veces hay
excepciones y esta ha sido una de ellas. Creíamos que el viaje en
tren de Roma a Florencia iba a ser mucho más largo y ha durado poco
más de hora y media. Además el hotel queda también a sólo unos
pasos de la estación de Florencia, en la plaza de Santa María
Novella. El hotel Domus Florentiae, está en un edificio
histórico donde durmió San Juan Bosco (hay una placa
conmemorativa). La habitación es magnífica. Tutto bene.
Todos contentos. Después de comer iniciamos la visita a la Galería
de los Ufficci. Una maravilla. Lástima que algunas salas estén
cerradas por obras. Al salir, damos un paseo por Florencia. Un
encanto. El ambiente es más provinciano que el de Roma y aunque sólo
sea en términos relativos, hay muchos más turistas. Por suerte el
clima parece haberse suavizado un poco. Ya no hace tanto calor,
incluso el cielo amenaza con una lluvia que no termina de decidirse a
caer. El paseo resulta muy agradable. El centro histórico de
Florencia está literalmente tomado por las boutiques de las
principales marcas de moda: Prada, Gucci, Armani, Dior, Vouiton...
(añádanse diez líneas más, porque están todas). Marisol no se
cansa de mirar escaparates. Laura si se termina cansando y yo ya
estoy aburrido desde el vigésimo.
Alfredo
sull’Arno es un restaurante con terraza sobre el río, donde
corre el fresco y se disfruta de una magnífica vista del ponte
vechio. Proscciuto, costrini, gambas, pez espada,
postres exquisitos y vino de la casa (en Roma sólo lo había
embotellado y carísimo). La cena merece la pena. Después de cenar,
el paseo lo amenizan los músicos callejeros, los comediantes y otras
atracciones de la noche florentina. La policía parece haber
emprendido aquí una cruzada contra los vendedores de top manta,
bolsos de imitación y otros artículos por el estilo. Al volver de
noche al hotel, en la plaza de Santa María Novella
encontramos una especie de multitudinaria asamblea de vendedores
ambulantes. Parecen muy contrariados. Tambores de guerra. Hay en el
aire olor a tormenta y ecos de motín.
Es domingo y
casi todo cierra. En las iglesias (que siguen siendo uno de los
principales focos de atracción para los viajeros) sólo se celebran
cultos y están suspendidas las visitas. También están cerrados la
mayoría de los museos. Visitamos la catedral y el baptisterio.
Ponga aquí el lector los adjetivos elogiosos que se le ocurran; yo
temo repetirme. Visitamos las basílicas de San Lorenzo y de La
Trinidad (añádanse más adjetivos). Descanso reparador en el hotel.
Nos podemos permitir estos respiros gracias a las menores distancias
de Florencia, que permiten ir y venir andando a todas partes en poco
tiempo. En el hotel hay un comedor muy coqueto, decorado con frescos
del siglo XVIII y mobiliario ad hoc. Tiene también una terraza de
veladores con vistas a la Piazza dell’ Unitá italianna. El
día termina con un agradable paseo por el ponte vechio y el
de la Trinitá, una visita de cumplido al jabalí de bronce de
la plaza del mercado y un recorrido por los alrededores de la plaza
de la República, la casa de Dante y otros rincones típicos.
Por fin
entramos en la basílica de Santa María Novella. Llevábamos
hechos varios intentos, pero los días anteriores ha sido imposible,
porque o bien ya era tarde, o era domingo. Vale la pena visitar
Florencia aunque sólo fuera por Santa María Novella. El altar está
decorado con frescos de Domenico Ghirlandaio. El claustro es una
maravilla. Se respira en él una paz incomparable. Nos detenemos un
rato en la antigua capilla de los españoles, donde enterraban a
nuestros compatriotas que morían en Florencia. No se conoce bien una
ciudad si uno no se ha dado una vuelta por el mercado de abastos. El
de Florencia tiene unos puestos de pasta, carne, embutidos y
tripería, dignos de ser visitados. Compramos quesos y otras
golosinas para llevarnos a casa. Las compras nos sirven para hacer
una incursión lingüística en el dialecto toscano. Nos preparamos
magníficos bocadillos con pan recién horneado, jamón y mortadela
boloñesa. Con las bebidas que compramos por la calle improvisamos la
comida. El agua mineral San Benedetto es nuestra preferida desde que
llegamos a Italia. La etiqueta de las botellas advierte en letra
pequeña de las propiedades diuréticas del agua y yo bromeo con unos
imaginarios efectos laxantes.
Si
te vai sotto le gambe
e
non sai qual cosa a sito,
sei
l’aqua San Benedetto
que
nella strada as bebito.
Si
te vas patas abajo
y
no sabes cómo ha sido,
será
el agua San Benito
que
en el camino has bebido.
Trattoria
Palle d’oro, en la Vía San Antonino, cerca del mercado
de San Lorenzo de Florencia. La más pura cocina de la Toscana para
paladares que no teman las emociones fuertes. Selección de quesos,
ensalada de gambas, costrini, pollo, roast beaf, trippa
alla fiorentina (callos). Todo regado con un magnífico tinto de
la región. De postres flan de leche con moras y vino santo (muy
dulce) con pan de almendras. Inmejorable relación calidad –
precio. Un festín. Prometemos volver. Hacemos planes para viajar a
Pisa el día siguiente. Nos espera otra jornada agotadora. A
descansar.
Viaje en
tren a Pisa. Visita obligada a la torre inclinada y al Duomo.
Turistas, muchos turistas haciéndose la foto tópica en la que
parece que se sostiene a la torre. Después de comer damos una vuelta
por la ciudad y volvemos a Florencia. El viaje dura apenas una hora.
En Florencia, la jornada concluye con una cena en el restaurante Al
Trebbio (Vía delle belle donne, 49). Buenas carnes y buen
vino de la casa, aunque nos han hecho esperar una eternidad entre
plato y plato. Prego, abbiamo famme, le he dicho al camarero.
Y cuando por fin han llegado los segundos y preguntaba para quién
era cada uno: ¡Ah, io non poso ricordare niente! Risas.
En Florencia
se encuentra la mejor colección de escultura del mundo. La estrella
de sus museos es sin duda el archifamoso David de Miguel Ángel. Está
prohibido sacarle fotos (como al resto de las obras), pero es tal la
avalancha de turistas y de tal calibre la avidez por obtener
imágenes, que las regañinas de los vigilantes son ineficaces y los
visitantes acaban accionando compulsivamente el pulsador de sus
cámaras. Confieso que ni yo mismo he podido resistir la tentación y
he tirado una foto. Después de la Galería de la Academia, nueva
visita al mercado de abastos de Florencia. Compramos tomates secos de
Calabria y funghi porcini, para llevar a Zaragoza. Caminando
entre los puestos se nos hace la hora de comer. Vemos que en uno de
los puestos hacen unos bocadillos singulares que tienen mucho éxito
entre los indígenas florentinos y nos decidimos a probarlos. La cosa
consiste en un panecillo redondo cortado por la mitad. Se moja una
mitad en un caldo de cocer carne con verduras (cebolla, tomate,
zanahorias...). Luego, con un cuchillo afiladísimo, un amable joven
va cortando finas lonchas de carne de cordero deshuesada, que ha
sido cocida en el caldo anterior y te pone una cantidad considerable
sobre el medio pan mojado. Encima te añade sal y un par de
cucharadas grandes de pesto con aceite de oliva, ajo y hierbabuena.
Finalmente te pone la mitad del pan encima y te da el bocata metido
en una especie de bolsita, que evitará que te caiga en la ropa la
grasilla que rezuma. Cómase por la calle acompañado de una cerveza
bien fría y aseguro que en materia de bocadillos y fast food en
general, difícilmente puede encontrarse algo mejor.
El palazzo
Piti es visita obligada y el único lugar de interés que nos
quedaba por ver en Florencia. Son cuatro horas de incesante caminata.
Acabamos reventados, pero ha valido la pena. Obras de arte
excepcionales en un marco incomparable. El palacio por sí mismo,
desnudo de pinturas y esculturas, ya merece la visita. Nos
fotografiamos en los enormes jardines mientras caminamos algunos
kilómetros más. Después volvemos al hotel para descansar unos
minutos, atravesando de nuevo toda Florencia. Agotador. Habíamos
prometido volver y cumplimos. Se come tan bien en el Palle d’oro
que cenamos allí otra vez, para despedirnos de Florencia. Un
aperitivo de la casa a base de cassis y pinot blanco, otra vez
gambas, una mozzarella excepcional, pasta al ragú, jamón asado y
conejo relleno de alcachofas. Ciao.
Arivedercci, Firenze.
Una
pena compartida es una pena a medias. Una alegría compartida es una
doble alegría.
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