Publicado en nuestro antiguo blog en abril de 2012
El viejo Darwin nos mostró el
camino. Él acuñó el principio de la evolución
de las especies a través de la selección natural. Todo el mundo con una
mínima formación y un poco de sentido común, parece comprender de qué se trata.
Sin embargo, ¿de verdad estamos seguros de entenderlo?
Hay una explicación rudimentaria que
más o menos viene a decir lo siguiente:
1.- Los seres vivos,
obedeciendo a su instinto, tienden a reproducirse.
2.- Cada nuevo ser vivo, es
esencialmente semejante a sus dos progenitores (esto en el caso de la
reproducción sexual, que es la fórmula idónea para que surja la variedad entre
la descendencia).
3.- En ocasiones, bien por puro
azar, o bien por diversas causas, se producen variaciones (hoy en día sabemos
que son mutaciones o recombinaciones genéticas), que hacen que el nuevo ser
vivo presente rasgos diferentes, ya sea en aspectos puramente físicos, o de
comportamiento (conductuales).
4.- Las condiciones del medio
natural pueden penalizar estos nuevos rasgos, haciendo que el individuo
fallezca en edad temprana sin alcanzar la edad reproductiva. Pero en
determinados casos y condiciones, los nuevos rasgos pueden favorecer la
supervivencia del individuo y/o su atractivo sexual, de manera que los
transmitirá a su descendencia, y se perpetuarán a través de sucesivas
generaciones. (Este punto es el que se conoce como supervivencia de los más aptos).
Bueno,
pues así es como funciona. Todo esto es completamente exacto, palabra por palabra.
Sin embargo, para que se produzca la evolución
de las especies hace
falta algo más. Naturalmente, hace
falta que surjan nuevas especies. Fijémonos en los puntos 2 y 3: cada ser vivo es semejante a sus
progenitores, aunque puede ocurrir que presente algunos rasgos diferentes. Ahora demos por hecho el último
párrafo del punto 4, es decir, supongamos que sus nuevos rasgos o habilidades
hacen al individuo más apto para la supervivencia y la reproducción. Pues bien, este individuo (o individua)
deberá reproducirse con otro del sexo opuesto. ¿Tendrá que esperar a que nazca
un ejemplar del sexo opuesto que también presente sus nuevos rasgos? Pues que
espere sentado/a, porque las mutaciones son bastante improbables. El individuo,
por muy longevo que fuera, moriría sin haber encontrado a su media naranja.
No, el nuevo ser vivo, de hecho
cualquier ser vivo, todo
ser vivo por definición, pertenece a la misma especie que sus progenitores, y
por lo tanto es perfectamente capaz de cruzarse con ellos, con sus
hermanos/as, o con sus primos/as y tener descendencia
fértil. Así y no de ninguna otra manera, es como se las arregla para
transmitir su acervo genético.
Cuidado porque aquí es fácil caer en una especie de trampa filosófica que en su día explotaron los detractores del evolucionismo, y que puso en serios aprietos a evolucionistas como Wallace, Huxley o el propio Darwin: si partimos de la premisa indiscutible de que cualquier hijo pertenece a la misma especie que sus progenitores, y viceversa, ¿en qué punto comienza una especie nueva? O en otras palabras, si tuvo que existir una primera jirafa, ¿qué eran sus padres, otra cosa? Ya veis que se trata de un razonamiento circular del que se sale difícilmente. El problema de Darwin y sus contemporáneos era que aun no se conocía la genética. Efectivamente, como ya hemos dicho aquí alguna vez, los protagonistas de la evolución no somos los individuos, sino los genes. Es el acervo genético concreto el que define a las poblaciones, y por supuesto, a las especies.
¿Qué hace falta pues para que surja una nueva especie? Muy sencillo, dos cosas o la combinación de ambas: tiempo y distancia.
Cuidado porque aquí es fácil caer en una especie de trampa filosófica que en su día explotaron los detractores del evolucionismo, y que puso en serios aprietos a evolucionistas como Wallace, Huxley o el propio Darwin: si partimos de la premisa indiscutible de que cualquier hijo pertenece a la misma especie que sus progenitores, y viceversa, ¿en qué punto comienza una especie nueva? O en otras palabras, si tuvo que existir una primera jirafa, ¿qué eran sus padres, otra cosa? Ya veis que se trata de un razonamiento circular del que se sale difícilmente. El problema de Darwin y sus contemporáneos era que aun no se conocía la genética. Efectivamente, como ya hemos dicho aquí alguna vez, los protagonistas de la evolución no somos los individuos, sino los genes. Es el acervo genético concreto el que define a las poblaciones, y por supuesto, a las especies.
¿Qué hace falta pues para que surja una nueva especie? Muy sencillo, dos cosas o la combinación de ambas: tiempo y distancia.
Si
nos inclinamos por la opción del tiempo, conviene tener paciencia, porque hace
falta mucho tiempo. Muchas generaciones, y sucesivas mutaciones/recombinaciones,
para llegar a un individuo varios miles o incluso millones de años más tarde,
que no sea ya capaz de cruzarse con sus antepasados de antaño, y tener (fijaos
bien en la cantinela, porque es muy importante) descendencia fértil. Es
este un principio imposible de probar experimentalmente, claro está, porque
cuando el nuevo ser vivo haya alcanzado un grado de diferenciación que lo
convierta en incapaz de cruzarse con sus remotos antepasados, estos habrán
desaparecido ya hace milenios.
Mucho
más eficaz y probable en términos evolutivos es la opción de la distancia. Cuando dos poblaciones
de la misma especie (dos bandadas de pinzones, dos manadas de équidos, dos
grupos familiares de simios antropoides, etc.) toman caminos distintos y
divergentes, se produce el aislamiento poblacional, condición
previa y cuasi imprescindible para el fenómeno de la especiación.
La población aislada encontrará
un hábitat distinto, es posible que también encuentre nuevos alimentos, un
clima diferente… En definitiva, una serie de condiciones ambientales nuevas que
presionarán en el sentido de favorecer la supervivencia y capacidad
reproductiva de aquellos que por sus características físicas y/o de
comportamiento, se adapten de manera más exitosa al nuevo medio. Su acervo
genético se irá transmitiendo generación tras generación a sus sucesivos
descendientes, hasta que más tarde o más temprano llegue el momento en que la
población de pinzones de una de las Islas Galápago sea ya una especie distinta
de otra que vive en la isla vecina. Unos se alimentarán de semillas y tendrán
el pico muy grueso para poder triturarlas, porque generación tras generación,
la selección natural ha favorecido la supervivencia de aquellos que tenían el
pico más fuerte. Los de la isla vecina serán insectívoros, y tendrán el pico
largo y afilado, para encontrar el sustento en las cavidades de los árboles. Si
tomamos un macho de una isla y una hembra de la otra, no serán capaces de tener
descendencia, aunque hace sólo unos milenios (muy poco tiempo en términos
evolutivos) pertenecieron ambos a la misma especie de pinzón común que migró a
las Galápago desde el continente americano.
Viajemos
ahora hasta las inmensas estepas de Asia Central. Veamos a la gran manada de
équidos separarse en dos grupos que marcharán cada uno por su lado, siguiendo
cada uno a su líder. Con el tiempo el aislamiento poblacional dará lugar
también a dos especies distintas: caballos y asnos. Esto no ha ocurrido hace
demasiado tiempo. Sucedió cuando los grandes mamuts poblaban aquellas heladas
praderas. Oye, espera un momento, parece que ese asno está montando a una
yegua… Pero no. Ya sabes lo que ocurrirá. Dentro de unos meses la yegua dará a
luz a un potrillo o potrilla de mula. El problema es que los mulos no son
fértiles. Parecía que la puerta estaba entreabierta, pero lo cierto es que se
cerró para siempre. Caballos y asnos son ya especies distintas, incapaces de
tener descendencia fértil.
En
el África oriental dos grupos familiares de simios antropoides caminan en
direcciones opuestas. Unos se adentrarán en la espesa selva y haciendo valer
sus habilidades trepadoras, prosperarán alimentándose de frutos y vegetales.
Los otros habitarán las desoladas sabanas, con el tiempo adquirirán una postura
erguida y formarán bandas de cazadores que llegarán a disputar las presas a los
chacales y la carroña a las hienas. Después aprenderán a fabricar herramientas
y a comunicarse mediante sonidos articulados…
Así
es como se produce la especiación. Una advertencia: no os dejéis engañar por las
apariencias. Hay caballos de tiro que pueden pesar una tonelada, y hay
caballitos pequeños, los poneys, muy populares entre la chiquillería. Ambos son
caballos. Pertenecen a la misma especie y, por lo tanto son capaces de cruzarse
y tener descendencia fértil. Fijaos en los perros. Existen centenares de
variedades diferentes de perros, son todos completamente dispares, y a pesar de
eso, todos son miembros de la misma especie, canis
lupus. Un macho de la variedad chihuahua es perfectamente capaz de unirse a
una hembra de San Bernardo, dando lugar a descendencia fértil. Repito, las
apariencias engañan. Por cierto, ya veis que empleo el término variedad. Además de ser
más correcto desde el punto de vista científico, es más adecuado que el de raza
y mucho menos conflictivo.
Para
terminar, dejadme que destruya otro mito muy extendido. Mucha gente piensa que
a base de selección natural y de supervivencia de los más aptos, las especies
modernas, las actuales, son de alguna manera, más acabadas y adaptadas al medio
que sus antecesoras. Hay quien cree que las especies extinguidas se
extinguieron porque eran defectuosas o menos perfeccionadas que sus sucesoras.
Pues bien, nada más equivocado. Las especies de cualquier tiempo estaban
perfectamente adaptadas, y eran todas ellas sin excepción, maravillosas
máquinas biológicas. Si desaparecieron fue sencillamente porque fueron
sustituidas por otras o porque se produjeron catástrofes naturales (erupciones
volcánicas, impactos de meteoritos) que acabaron con ellas. Lo mismo ocurrirá
fatalmente con todas y cada una de las especies actuales, incluidos nosotros
mismos, por supuesto. Ese día llegará tarde o temprano. Rezad cada noche para
que no llegue la mañana siguiente.
La enfermedad del ignorante es ignorar su propia
ignorancia.
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