Junto
a Clark Gable y Gary Cooper, Errol Flynn
completa el trío de prototipos masculinos del cine americano en los
cuarenta. Los tres volvían locas a las espectadoras de su época. En
todas las películas que protagonizó, encarnó al hombre alto,
guapo, honrado y valiente hasta el heroismo, al hombre con
mayúsculas. Ya fuera Robin Hood, el general Custer o un capitán
pirata, Flynn era ante todo Flynn, con aquel bigotito a la moda y
aquella media sonrisa que enamoraba a las damas y sacaba de quicio a
los villanos. Lo mismo con Curtiz que con Walsh, sus dos directores
talismán, los guiones se apartaban muy poco del esquema que
aseguraba el éxito del filme: unas cuantas escenas de acción, unas
cuantas más románticas (a ser posible, con Olivia de Havilland), y
Flynn apareciendo en el noventa por ciento del metraje, de frente, de
perfil, de espalda, planos medios luciendo palmito y primeros planos
luciendo sonrisa. Añádanse decorados, vestuario y otros atrezzos, y
con eso el éxito en las taquillas estaba asegurado.
Ahora
bien, cuando Curtiz o Walsh ordenaban “corten”, ya era otra cosa.
Fuera de los platós y de los estudios, ese australiano de Hobart se
convertía en Hyde, en el diablo de su Tasmania natal. Su vida
privada se ha calificado de trepidante y alocada, y en efecto lo fue.
Alcohol, drogas y sexo con adolescentes ocupaban sus horas libres. Su
comportamiento aporreando un piano con el pene, llegó a escandalizar
a una Marilyn Monroe que, con cierta experiencia en Hollywood, no se
escandalizaba fácilmente.
Os
ofrecemos un video documental realizado para la televisión, en el
que se desvelan algunos aspectos de esa escandalosa vida privada.
Clic en la ilustración y listo.
Pasadlo bien.
Próxima
entrega: Raoult Walsh
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