Publicado en nuestro anterior blog en julio de 2012
La moderna Física de partículas maneja en la actualidad más de dos centenares de ellas. En la década de 1950 se conocían ya muchas de estas partículas elementales, cada una diferente y dotada de propiedades muy diversas que determinaban su individualidad. El caso es que semejante variedad constituía un auténtico caos, hasta el punto de que la teoría de las partículas subatómicas carecía por completo de la más mínima coherencia, no tenía pies ni cabeza.
Algo más tarde, en los sesenta, tomó
forma lo que conocemos como modelo
estándar de la Física de
Partículas, una teoría sólida que funciona y explica a la perfección el
comportamiento de las partículas subatómicas y, por extensión, el comportamiento
del Universo. Este fantástico modelo estándar sólo tenía una fisura: cuadraba
únicamente en el supuesto de que la mayor parte de las partículas subatómicas
carecieran por completo de masa;
algo que repugna a la inteligencia, porque sabemos que es metafísicamente
imposible que cualquier objeto carezca de masa.
Pues bien, el bosón de Higgs vino a resolver este problema. Gracias
a él y a sus asombrosas propiedades, las demás partículas por fin podían tener masa, y
todo encajaba a la perfección en el impecable modelo
estándar. Se le llamó por eso la
partícula de Dios. Era la pieza que faltaba en el rompecabezas
universal, la que hacía que todo encajara y los misteriosos engranajes macro y
microcósmicos continuaran su incesante y mágico movimiento. La única pequeña
pega era que nadie había detectado ni el más leve indicio de su existencia
real. El bosón de Higgs era un fantasma, un objeto teórico…
hasta hace apenas unos años.
Parece que el faraónico colisionador
de partículas que instaló en 2008 el CERN en Ginebra (los que apreciamos por
igual la Ciencia y el gin-tonic
sabíamos que era el emplazamiento ideal) materializó en 2012 el milagro de
hallar restos de bosones de Higgs entre la “basura” generada al hacer
colisionar una ingente cantidad de partículas a velocidades muy próximas a la
de la luz. Entonemos un fervoroso laus Deo por Higgs, por su bosón, por el CERN y
por la ginebra. Amén.
Si es la
partícula de Dios, el bosón de Higgs debería ser descubierto en un colisionador
de obispos. Luis Piedrahita (el apóstol de las cosas pequeñas).
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