A
juzgar por todos los indicios arqueológicos, las islas Baleares no
fueron habitadas hasta bien entrado el Neolítico,
en época tan tardía como la correspondiente a la Segunda
Edad del Bronce
peninsular. Su propia naturaleza insular las preservó hasta recibir
la visita de los primeros navegantes mediterráneos del Neolítico.
Datan de ese tiempo los primeros restos humanos, pertenecientes a
gentes dolicocéfalas en todo similares a los habitantes de las
costas del Mediterráneo occidental. El aislamiento confirió a los
descendientes de aquellos primeros pobladores una cultura y una
idiosincrasia propias y características. Los recursos agrícolas de
las islas eran muy escasos. Se limitaban a las habas y a un trigo de
poco rendimiento que no bastaba para alimentar a la población. El
fantasma del hambre sin duda aceleró el aprendizaje de la
supervivencia a costa de los navegantes que frecuentaban sus mares.
La piratería debió ser una actividad frecuente.
Cuando
el comercio entre Oriente y Occidente quedó interrumpido tras el
colapso de la talasocracia cretense y la aparición de los
indoeuropeos en el Egeo, los baleáricos entraron en contacto con los
navegantes del círculo
argárico, tan
importante en el levante y el sur peninsular, que introdujeron entre
ellos muchas de sus costumbres y sus industrias. Sin embargo, el
imparable influjo indoeuropeo
no tardó en llegar hasta las islas, del mismo modo que impregnó la
práctica totalidad de la geografía europea. Muy probablemente la
influencia llegó desde la península Itálica a través de Cerdeña.
Esta nueva oleada cultural desplazó a los argáricos en las islas
orientales, pero en las pitiusas (Ibiza y Formentera), más cercanas
a la península Ibérica, permaneció su influjo hasta épocas
tardías.
Hacia
1200 a.C., la cultura
ciclópea de clara
raíz indoeuropea, invadió también las Baleares. La conocemos como
cultura
talayótica
por las atalayas o talayots
característicos de este periodo. Se trata de torreones de planta
casi siempre circular, construidos en piedra sin escuadrar ni
cementar. Un vestíbulo comunica mediante un pasadizo con una cámara
inferior, y con otra superior mediante escaleras. La planta baja se
utilizaba como refugio y como recinto sagrado donde se celebraban
incineraciones de cadáveres. La superior se usaba como plataforma de
defensa en caso de asedio. Aunque en la actualidad los escasos
talayots
conservados se nos muestran aislados, las excavaciones indican que
constituían los hitos de gruesas murallas que rodeaban los poblados.
Curiosamente, dichos poblados se encuentran a cierta distancia de la
costa, lo que con toda probabilidad indica el temor a invasores
llegados del mar. Parece pues que los baleáricos primitivos no
fueron los únicos ni los más temibles piratas que frecuentaron
aquellas aguas.
El
máximo esplendor de esta cultura
talayótica viene
expresado por las navetas,
grandes construcciones ciclópeas con forma que recuerda la de una
barca varada. Se utilizaron como tumbas colectivas. Existe otro
monumento más sencillo y probablemente más primitivo: las taulas
o tablas, consistentes en un monolito sobre el que descansa una losa
rectangular a modo de plataforma. En muchos casos, una tercera piedra
apoyada en la primera, sirve de contrafuerte al conjunto. Se han
descubierto también cierto número de monolitos más pequeños
rodeando al mayor en círculo o en cuadro. Su finalidad está
envuelta en el misterio. Podría tratarse de restos de construcciones
cuyo techo se ha desplomado, o bien de algún tipo de santuario, a
juzgar por la abundancia de restos tanto humanos como sobre todo de
animales, hallados en su interior y en las inmediaciones, lo que
hablaría a favor de un lugar sagrado donde se ofrecían sacrificios.
Todas
las fuentes antiguas coinciden en que las gentes de las islas andaban
desnudas y eran habilísimos honderos.
Se han hallado depósitos de proyectiles de barro, con formas, pesos
y tamaños adecuados para ser lanzados con hondas. Ciertos relatos
hacen referencia al duro aprendizaje al que al parecer eran sometidos
los muchachos, privándoseles de comida hasta que no hubieran
acertado un número establecido de blancos. En un país donde no se
producían metales, vino, aceite, ni prácticamente ningún artículo
de comercio, con una habitación considerable que entre Mallorca y
Menorca llegó a superar los trescientos núcleos de población, sin
duda la emigración de los jóvenes debió ser más una necesidad que
una simple alternativa. Lo cierto es que los míticos honderos
baleáricos ganaron una bien merecida fama en todo el ámbito
mediterráneo.
Tanto
las tropas cartaginesas como posteriormente las legiones romanas,
reclutaron honderos en las islas, y los consideraron soldados de
élite. Llegaron a estar muy bien remunerados en la Roma Imperial,
por lo que tras la licencia algunos regresarían a su tierra ricos.
La fama y el prestigio de los honderos se perpetuaron en relatos y
narraciones hasta la tardorromanidad. Mucho más dudoso es que, como
quiere hacernos creer algún historiador desinformado o visionario,
los honderos baleares continuaran en activo durante el medioevo,
entre los almogávares que acompañaron a Roger de Flor en
expediciones reales o imaginarias. Desde Bigotini queremos llamar la
atención de nuestros lectores hacia la interesantísima Prehistoria
Balear, que durante muchos años ha permanecido eclipsada por la
exuberante y cercana civilización ibérica del Este peninsular.
Ahora este desconocido periodo insular, con cada nuevo hallazgo se
nos muestra más rico y variado.
Cuanto
más atrás seas capaz de mirar, más adelante verás. Winston
Churchill.
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