Antes
de las grandes conquistas del siglo XIII, el territorio de la Corona de Aragón
se limitaba al propio reino de Aragón y al principado de Cataluña. Aragón, más
extenso pero mucho menos poblado, debía contar con unos 200.000 habitantes en
una región con aplastante predominio rural. Tenía importantes zonas de regadío,
herencia de la etapa musulmana, que en muchos casos seguía estando a cargo de
la población mudéjar que permaneció en el territorio tras las sucesivas
conquistas cristianas. También era importante el cultivo del cereal, el olivo,
la vid, hortalizas, frutas y hasta algunos cultivos preindustriales como los
del cáñamo, el lino y el esparto. La cabaña ganadera ovina practicaba la
trashumancia entre el valle del Ebro y la sierra de Albarracín. La vida urbana,
sin embargo, no había adquirido tanta pujanza, con la única excepción de la
capital del reino, Zaragoza, donde se desarrollaba una importante actividad
artesana y mercantil.
Zaragoza
se incorporó además, sobre todo a partir del último tercio del XIII, a las
rutas catalanas y levantinas del Camino de Santiago. Peregrinos que llegaban a
la península a través del Pirineo oriental o por vía marítima a través del
Mediterráneo, pasaban por Zaragoza que de esa forma se convirtió en una segunda
Jaca en lo relativo a las rutas jacobeas. En Zaragoza se levantaron hospitales
que llegaron a rebasar la veintena. La vida urbana zaragozana se enriqueció en
ese tiempo de forma considerable. Contó con una gran lonja de mercaderes, sus
menestrales se organizaron en gremios, y cobró gran importancia la organización
municipal con un concejo formado por los jurados
y presididos por un jurado en cap,
dotados todos de amplia autonomía para organizar la actividad política de la
capital. Particular importancia como vía de comunicaciones tuvo también el
Ebro, entonces navegable en un prolongado tramo desde su desembocadura en el
delta, hasta su curso navarro y ya en menor medida, castellano.
En
el mismo periodo, los condados catalanes, aunque con menor extensión territorial,
se acercaban y posiblemente superaban los 500.000 habitantes. También allí
tenía importancia la agricultura, sobresaliendo los cultivos de arroz, olivo,
viñedo y frutos secos. En ganadería, el cerdo fue la actividad pecuaria más
extendida. Pero lo más notable de la Cataluña medieval era ya con diferencia su
actividad artesanal y mercantil. Contaba con una industria textil pujante en
Barcelona, Gerona o Vic. También en Barcelona alcanzaron gran desarrollo la
platería, la cerámica o la manufactura del coral. El comercio floreció en la
llamada vía francígena, que conectaba
el Ampurdán con Tarragona. A lo largo de ella surgieron mercados y ferias como
las de Figueras, Gerona, Tarragona o Reus. Pero sobre todos los demás núcleos
urbanos, sobresalía Barcelona, que se convirtió de facto en la capital
económica de la Corona de Aragón. Su puerto bullía de actividad comercial,
exportando productos como cuero, tejidos, coral o azafrán, e importando
especias, seda, pieles, algodón y sobre todo esclavos. Ese comercio vergonzante
de seres humanos fue en siglos posteriores y sobre todo ya en época
contemporánea, objeto de una especie de acuerdo tácito de silencio. Sin
embargo, existen suficientes indicios para considerarlo acaso como el principal
motor de la economía urbana barcelonesa.
Al
amparo del auge de la actividad comercial, se creó hacia 1282 el consulado del mar, cuyas normas se
recogieron en tiempos de Pedro III en las Costums
de mar, un texto pionero en derecho marítimo internacional. Tras la
expansión marítima de la Corona, se crearon consulados en decenas de
localidades portuarias del Mediterráneo, llegando hasta puntos tan orientales
como Bujía, Alejandría o Constantinopla. Tras las conquistas de Mallorca y del
reino de Valencia, tanto Palma como la capital valenciana, ofrecieron
condiciones óptimas para desarrollar el comercio de forma exponencial. Ambos
núcleos urbanos de los nuevos territorios, se añadieron a Barcelona y Zaragoza
como principales ciudades.
En
cuanto al panorama social, el grupo más privilegiado que secundaba al propio
rey en importancia, era el estamento de la alta nobleza. Apellidos ilustres en
Aragón fueron los Luna, los Urrea, los Abarca, los Asso o los Jordán de Urriés.
A estas grandes casas, que ya lo eran desde los tiempos del primitivo Aragón
pirenaico, se unieron después las que tenían origen en los innumerables
bastardos de Jaime I, como los Híjar, los Blasco, los Borja, los Ayerbe o los
Castro. En tierras catalanas existió también una nobleza baronial con linajes
como los Moncada, los Cardona o los Rocaberti. Estas grandes casas aragonesas y
catalanas detentaban el poder político por su cercanía a los monarcas, y el
económico por poseer amplios dominios territoriales. La baja nobleza, los cavallers, era más heterogénea,
incorporándose a ella nuevos miembros casi siempre como consecuencia de
acciones de guerra que se premiaban con honores y mercedes diversas.
Los
menestrales y campesinos constituían el sector mayoritario: villanos que trabajaban sus propias
tierras, villanos de parata o collazos que
cultivaban predios ajenos, mezquinos
de condición semiservil, y exaricos o
campesinos mudéjares de ínfima condición. Aun por debajo de todos ellos estaban
naturalmente, los esclavos, a quienes no correspondía derecho alguno ni otro
destino que el de morir sirviendo a sus amos.
En el reino de Aragón, los mudéjares eran muy numerosos, calculándose que representarían alrededor del 35% de la población. Aun mucho más numerosos fueron los mudéjares en el reino de Valencia, llegando a ser con diferencia el grupo mayoritario. En Cataluña la población mudéjar era más reducida, limitándose mayoritariamente a las zonas rurales más cercanas a Aragón. Los judíos eran habitantes de los núcleos urbanos, dedicándose sobre todo al comercio. En Aragón, Zaragoza era la principal judería. En Cataluña hubo importantes aljamas en Barcelona, Tárrega y Lérida. En Mallorca persistió durante siglos una numerosa comunidad judaica, cuyos miembros eran conocidos como chuetas.
La
política hace extraños compañeros de cama. El matrimonio, a veces, también.
Groucho Marx.
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