Nacido
el 4 de julio, como en la canción. El 4 de julio de 1804 nació Nathaniel Hawthorne en Salem,
Massachusetts, la vieja ciudad puritana que fuera escenario de la caza de
brujas más célebre de América. Precisamente John Hathorne, antepasado suyo, fue
el único de los jueces involucrados en los juicios a aquellas pobres muchachas
que no se arrepintió nunca de sus acciones. Quizá por eso el joven Nathaniel
cambió su apellido Hathorne por el de Hawthorne, con w, como si una simple
letra pudiera borrar la ignominia familiar. Perdió a su padre cuando sólo tenía
cuatro años, lo que marcó profundamente su infancia y las vidas de su madre y
el resto de la familia, que se refugiaron en la religión. Fue seguramente aquel
puritanismo integrista y tenebroso el que marcó de forma indeleble la
personalidad de Nathaniel y esa visión oscura de la existencia que le acompañó
siempre. Su casa natal todavía se conserva en pie, uno de los monumentos más emblemáticos
y visitados en un país de historia tan breve que no cuenta con demasiados hitos
monumentales.
Hawthorne
se graduó en 1825, publicó por vez primera en 1837 un libro de cuentos, Los Cuentos dos veces contados en los
que ya pueden apreciarse las principales características de su estilo narrativo
que encuadran a nuestro autor en el Romanticismo norteamericano, salpicado, eso
sí, de esos toques góticos tan personales, y por otra parte podría decirse que
tan de moda en su tiempo. Pensemos en autores contemporáneos suyos como Edgar
Allan Poe e incluso como Herman Melville, a quien le unió por cierto, una gran
amistad.
En
1842, siendo oficial de aduanas en Boston, Hawthorne se casó con Sophia
Peabody, una pintora trascendentalista como Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas. Se trasladaron primero a
Concord, y más tarde a Salem, donde Nathaniel ejerció como inspector de aduanas
por poco tiempo, pues cuando su amigo Franklin Pierce triunfó en las
elecciones, nombró a Hawthorne cónsul americano en Liverpool. Allí se trasladó
con Sophia en 1853, y al final de aquella década iniciaron un largo viaje por
Europa que les llevó a conocer sobre todo Francia e Italia, destinos en ese
tiempo imprescindibles para los viajeros anglosajones acomodados. Para entonces
el autor había ya escrito y publicado lo más sustancial de su obra poética y
narrativa. Regresó a su país en 1860 y falleció cuatro años más tarde
probablemente a consecuencia de un cáncer digestivo. Sus restos están
enterrados en el cementerio de Sleepy Hollow, el pueblo del famoso jinete sin
cabeza, en lo que se antoja una especie de guiño del destino.
En
cuanto a la obra de Hawthorne, lo más sobresaliente acaso sean sus relatos
breves recogidos en diferentes colecciones. Casi todos son de tinte siniestro
muy al gusto del público de la época. Son historias de contenido alegórico y
casi siempre ambientadas en aquella Nueva Inglaterra tan suya y tan
intensamente impregnada del espíritu puritano de los fundadores. Títulos como La hija de Rappacini (1844), El joven Goodman Brown (1835), Musgos de una vieja mansión (1854) o El velo negro del ministro (1844),
ejemplifican su esencia y su estilo literario. En cuanto a sus novelas largas,
destacan La casa de los siete tejados
(1851), La novela de Blithedale
(1852), El fauno de mármol (1860), y
sobre todas ellas La letra escarlata, publicada en 1850, que dibuja como ninguna
otra ese ambiente de puritanismo a que nos referimos. El relato ha sido
adaptado al cine en varias ocasiones, reimpreso, reeditado, versionado y hasta
trasladado al cómic.
Autores tan importantes como Poe o como Melville le elogiaron en vida. Modernamente encontró un ferviente admirador en la persona de Jorge Luis Borges, que manifestó en muchas ocasiones esa predilección. Aquí en Bigotini, no osaremos contradecir al maestro Borges. Nuestra modesta biblioteca os ofrece la versión digital de uno de los más interesantes cuentos de Nathaniel Hawthorne, La ambición del forastero. Haced clic en el enlace y sumergíos en su lectura.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?d=1&preview=La+ambici%C3%B3n+del+forastero.pdf
Una mano limpia y pura no necesita guante que la cubra. Nathaniel Hawthorne.
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