Tras
la derrota de los almohades en Las Navas de Tolosa en 1212, los reinos
cristianos peninsulares tuvieron ya vía libre para extender sus dominios a
costa de al-Andalus. En la España oriental las conquistas tuvieron un indudable
protagonista en la persona del rey aragonés Jaime
I, conocido precisamente como el Conquistador. Nacido en
Montpellier en febrero de 1208, era el hijo de Pedro II el Católico de Aragón y
María de Montpellier, heredera del trono bizantino. Alrededor de su nacimiento
se construyó una leyenda alimentada por él mismo, que a menudo contó a sus
cortesanos, y hasta dejó escrito, que su concepción se produjo en la única
ocasión en que sus progenitores se acostaron juntos en toda su vida. Quiere esa
tradición que unos devotos frailes introdujeron a María de tapadillo en el
lecho del monarca, y que descubierto el engaño, Pedro juró y cumplió no volver
a tener jamás trato carnal con ella. Engrosa así Jaime I la extensa nómina de
grandes hombres y héroes fundacionales cuyo nacimiento se produce de forma
milagrosa o inverosímil.
La
primera gran conquista de Jaime I fue la isla de Mallorca. Una empresa
inspirada y costeada en gran parte por la incipiente pero ya pujante, burguesía
mercantil catalana. En efecto, los territorios de la Corona aragonesa ofrecían
ya a comienzos del siglo XIII y aun desde algunas décadas antes, un claro
contraste entre el reino de Aragón y los condados catalanes del interior y
pirenaicos, cuya economía se sustentaba en la agricultura, y la ciudad de
Barcelona que contaba con un floreciente comercio marítimo. Mallorca se había
convertido en el principal bastión de los piratas musulmanes del norte de
África y del levante peninsular, que asaltaban continuamente las embarcaciones aragonesas,
francesas y genovesas que cubrían las rutas comerciales del Mediterráneo
noroccidental.
La
campaña mallorquina fue costosa, prolongándose desde 1229 hasta 1232. En 1235
Jaime extendió la conquista a Ibiza y Formentera, mientras que Menorca no pudo
ser ocupada hasta 1287, siendo ya rey de Aragón Alfonso III. La repoblación de
las Baleares se llevó a cabo en su mayor parte con colonos provenientes de los
condados catalanes litorales y septentrionales, Ampurias, Rosellón y Bearn.
Acaso como castigo a la resistencia que opuso, la población musulmana fue
exterminada en su mayoría, y sometidos a servidumbre los escasos
supervivientes.
Valencia
fue el siguiente objetivo del Conquistador. Cayó tras un largo asedio en 1238.
Los avances iniciales habían comenzado en 1232, mientras Jaime guerreaba en
Mallorca. Los lideró el conde Blasco de Aragón, que tomó las plazas fuertes de Ares
y Morella. Más tarde, en 1236, las huestes aragonesas obtuvieron en la Curia de
Monzón, el privilegio o la etiqueta de Cruzada, otorgada por el papa Gregorio
IX. Cayeron ese año Burriana, Peñíscola y Almanzora, y el año siguiente el
Puig. Una vez conquistada Valencia, el avance aragonés prosiguió hacia el sur,
ocupando la que fuera taifa de Denia, con las conquistas de Cullera en 1239, y
de Alcira en 1245. Las campañas militares fueron particularmente duras. Se
llevaron a cabo por tropas mayoritariamente aragonesas.
En cuanto a la repoblación, las comarcas montañosas del interior de Castellón y Valencia se adjudicaron a las órdenes militares del Temple y del Hospital. La ciudad de Valencia y su rica huerta circundante fue repoblada tanto por aragoneses como por catalanes del interior. En los territorios situados al sur del Turia permaneció la gran mayoría de su población islámica, seguramente porque no existía suficiente población cristiana que reubicar. Esa mayoritaria población mudéjar fue durante los siglos siguientes origen de un sinfín de revueltas y alzamientos en la región, que se prolongaron prácticamente hasta la definitiva expulsión de los moriscos ya en el siglo XVII.
Pedro III, llamado el Grande, el
hijo de Jaime, fue el iniciador de la gran expansión de la Corona aragonesa
hacia el Mediterráneo. En 1282, tras el baño de sangre de las llamadas Vísperas Sicilianas, en que los
naturales se alzaron contra los angevinos,
sus señores franceses, el monarca aragonés, casado con Constanza de Sicilia,
fue proclamado rey por los sublevados, lo que causó gran disgusto a Felipe III
de Francia y al mismo papa de Roma que excomulgó a Pedro. Excomulgado y todo,
retuvo para sí la isla. Sus hijos Alfonso III y Jaime II extendieron sus
dominios a Córcega y Cerdeña, iniciaron la influencia aragonesa en el reino de
Nápoles, y en dura competencia con los genoveses, llevaron sus naves hasta el
confín del Mediterráneo oriental. Particular protagonismo como ciudad tuvo en
ese periodo Barcelona, que se consolidó como principal puerto comercial. Y
particular protagonismo como caudillo guerrero tuvo Roger de Flor, que al
frente de los célebres almogávares,
extendió la influencia de la Corona hasta Atenas, Neopatria y la mítica
Constantinopla. Roger de Flor era un caballero templario nacido en Brindisi,
que se ofreció como mercenario a la causa de Aragón. Los almogávares eran una
temible tropa de infantería formada por aventureros de diverso origen, cuya
ferocidad se hizo célebre. Tras la muerte de su capitán de guerra,
establecieron un efímero y caótico reino del terror en las islas del Egeo y en
el continente.
Ya
en los años finales del siglo XIII, la Corona de Aragón realizó su último
avance en tierras peninsulares con la conquista de Murcia. Las presiones de
Castilla forzaron a Jaime II en 1304 a ceder parte de aquel territorio a los
castellanos. El aragonés conservó para sí la parte septentrional de la taifa,
la actual provincia de Alicante, mientras Murcia y su zona circundante pasó a
poder de Castilla, si bien Alfonso X el Sabio accedió sabiamente a permitir que
el territorio fuera repoblado por aragoneses.
Al
profe Bigotini le gusta presumir de conquistador en sus años mozos. Desde luego, no al estilo de Jaime I,
aclara guiñando el ojo. ¡Hay que ver qué hombre tan enigmático!
Pensaba
hacerme una foto sensual en la cocina, pero he visto el jamón y me he hecho un
bocata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario