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miércoles, 3 de enero de 2024

TECNOLOGÍA LÁSER. UN HAZ DE LUZ COHERENTE


 

Hoy en día las aplicaciones de la tecnología láser son muchas y muy diversas, desde simples punteros hasta sofisticados aparatos en el campo de la medicina (radiología, cirugía ocular…), de la informática y la ofimática (fotocopiadoras, lectores de CD…), de la industria (láser de corte o de soldadura en metalurgia), de la topografía (mediciones, alineaciones…), del patrimonio (restauración de edificios, de obras de arte…), y un largo etcétera. Los primeros balbuceos de la tecnología láser se produjeron tras la Segunda Guerra Mundial. El máser fue un primitivo antecedente. En los cincuenta, Alfred Kastler propuso el principio teórico del bombeo óptico, un primer paso imprescindible, pero fue el físico estadounidense Theodore Harold Maiman quien fabricó el primer láser digno de ser etiquetado como tal en 1960. Maiman fue el primero en conseguir la emisión del famoso haz de luz roja, mediante un cilindro de rubí rosado iluminado por un potente haz de luz.


Siguió un periodo de cierto escepticismo sobre la utilidad práctica del invento, tras de la cual, y poco a poco, la comunidad científica se fue persuadiendo de las múltiples ventajas que podía aportar aquel haz de luz coherente. Ya en 1961 se patentó el láser de helio-neón, el que más suele utilizarse y con el que más familiarizados estamos actualmente. Pero no fue hasta 1965 cuando se comenzó a utilizar de forma habitual el nombre de láser, que deriva de las siglas en inglés Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation, es decir, amplificación de la luz por emisión estimulada de radiación.

El principio básico del funcionamiento del láser óptico parte de colocar el medio activo en una cavidad formada por dos espejos enfrentados. De esta forma se consigue un doble efecto: por una parte, los fotones pasan muchas veces a través del medio amplificador; por otra, si la frecuencia del haz que ilumina el medio es la correcta, en la cavidad óptica se produce un efecto de resonancia. No olvidemos que la luz, además de estar formada por partículas (los fotones), se comporta también como una onda, lo mismo que el sonido, de manera que cuando dos cuerpos, emisor y receptor, coinciden en la misma frecuencia, se produce el fenómeno de la resonancia, por el que la intensidad de la onda, lumínica en este caso, crece de forma exponencial. Así que, en el caso del láser, la intensidad de la onda luminosa que viaja entre ambos espejos de la cavidad óptica aumenta de manera continua.


Ahora bien, para que esa intensa radiación generada en la cavidad óptica resulte de alguna utilidad, hay que dejarla escapar. Por eso, mientras uno de los espejos es muy reflectante, el otro sólo lo es parcialmente, con lo que se consigue extraer la energía luminosa de la cavidad, es decir, emitir el haz coherente que se pretende obtener. Esta es la razón de que en cualquier fuente láser sean necesarios tres elementos fundamentales: una cavidad óptica, un medio amplificador y una fuente de bombeo que produce energía. Gracias a esta configuración, un fotón del color correcto se duplica rápidamente, iniciando así el proceso de emisión del haz de luz coherente que caracteriza al láser.

Nuestro profe Bigotini confundió una vez un puntero láser con un láser quirúrgico. Menos mal que el corte sólo afectó a su bigote. Durante varios años estuvieron recogiendo pelos hasta en los barrios más alejados.

Nadie creerá en la inteligencia artificial hasta que las máquinas lleguen tarde y pongan excusas.


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