Hoy
en día las aplicaciones de la tecnología
láser son muchas y muy diversas, desde
simples punteros hasta sofisticados aparatos en el campo de la medicina
(radiología, cirugía ocular…), de la informática y la ofimática
(fotocopiadoras, lectores de CD…), de la industria (láser de corte o de
soldadura en metalurgia), de la topografía (mediciones, alineaciones…), del
patrimonio (restauración de edificios, de obras de arte…), y un largo etcétera.
Los primeros balbuceos de la tecnología láser se produjeron tras la Segunda
Guerra Mundial. El máser fue un
primitivo antecedente. En los cincuenta, Alfred Kastler propuso el principio
teórico del bombeo óptico, un primer
paso imprescindible, pero fue el físico estadounidense Theodore Harold Maiman
quien fabricó el primer láser digno de ser etiquetado como tal en 1960. Maiman
fue el primero en conseguir la emisión del famoso haz de luz roja, mediante un
cilindro de rubí rosado iluminado por un potente haz de luz.
Siguió
un periodo de cierto escepticismo sobre la utilidad práctica del invento, tras
de la cual, y poco a poco, la comunidad científica se fue persuadiendo de las
múltiples ventajas que podía aportar aquel haz de luz coherente. Ya en 1961 se
patentó el láser de helio-neón, el que más suele utilizarse y con el que más
familiarizados estamos actualmente. Pero no fue hasta 1965 cuando se comenzó a
utilizar de forma habitual el nombre de láser, que deriva de las siglas en
inglés Light Amplification by Stimulated
Emission of Radiation, es decir, amplificación de la luz por emisión
estimulada de radiación.
El
principio básico del funcionamiento del láser óptico parte de colocar el medio
activo en una cavidad formada por dos espejos enfrentados. De esta forma se
consigue un doble efecto: por una parte, los fotones pasan muchas veces a
través del medio amplificador; por otra, si la frecuencia del haz que ilumina
el medio es la correcta, en la cavidad óptica se produce un efecto de
resonancia. No olvidemos que la luz, además de estar formada por partículas
(los fotones), se comporta también como una onda, lo mismo que el sonido, de
manera que cuando dos cuerpos, emisor y receptor, coinciden en la misma
frecuencia, se produce el fenómeno de la resonancia, por el que la intensidad
de la onda, lumínica en este caso, crece de forma exponencial. Así que, en el
caso del láser, la intensidad de la onda luminosa que viaja entre ambos espejos
de la cavidad óptica aumenta de manera continua.
Ahora
bien, para que esa intensa radiación generada en la cavidad óptica resulte de
alguna utilidad, hay que dejarla escapar. Por eso, mientras uno de los espejos
es muy reflectante, el otro sólo lo es parcialmente, con lo que se consigue
extraer la energía luminosa de la cavidad, es decir, emitir el haz coherente
que se pretende obtener. Esta es la razón de que en cualquier fuente láser sean
necesarios tres elementos fundamentales: una cavidad óptica, un medio
amplificador y una fuente de bombeo que produce energía. Gracias a esta
configuración, un fotón del color correcto se duplica rápidamente, iniciando
así el proceso de emisión del haz de luz coherente que caracteriza al láser.
Nuestro
profe Bigotini confundió una vez un puntero láser con un láser quirúrgico.
Menos mal que el corte sólo afectó a su bigote. Durante varios años estuvieron
recogiendo pelos hasta en los barrios más alejados.
Nadie creerá en la inteligencia artificial hasta que las máquinas lleguen tarde y pongan excusas.
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