Hijo
de un modesto artesano, Fernando de
Herrera nació en Sevilla en 1534. Aunque en su edad madura
adquirió fama de erudito, lo cierto es que el joven Fernando no obtuvo ningún
título académico, limitándose sus estudios a los que realizó en su niñez con un
par de maestros sevillanos, Pedro Fernández de Castilleja y Rodrigo de
Santaella. El resto de su formación fue completamente autodidacta, pues al
decir de todos cuantos le trataron, era un joven de vivísimo ingenio. Siendo
todavía un muchacho, Fernando contó con la protección de un grande de España, don
Álvaro de Portugal, conde de Gelves, en cuya casa encontró cobijo y hasta el
amor en la persona de doña Leonor Fernández de Córdoba, la joven esposa de su
protector, relación que al parecer, no sólo fue pública, sino que contó además
con la complacencia del marido. Este triángulo amoroso escandalizó no poco a
los biógrafos del poeta el siglo siguiente. Recordemos que el XVII se
caracterizó por el integrismo moral contrarreformista, tan alejado del espíritu
renacentista que animó el XVI en que vivió nuestro hombre.
Herrera
recibió las órdenes menores y obtuvo un beneficio en la iglesia de San Andrés
en 1566. Frecuentó entonces las tertulias poéticas que abundaron en la Sevilla
de su época, trabando gran amistad entre otros, con Juan de Mal Lara, gran humanista,
y con el pintor Francisco Pacheco, a quien se deben el retrato de Fernando de
Herrera coronado de laurel, y muchos datos biográficos del personaje. Fue
Herrera el iniciador de la llamada Escuela Sevillana de poesía que
contó en las décadas siguientes y durante todo el Siglo de Oro con notables
representantes en la poesía en lengua castellana. Tanto Pacheco como Juan Rufo,
otro de sus contemporáneos, coinciden en retratar a Herrera como hombre de
carácter retraído y áspero, rasgos que se acentuaron tras la muerte de su musa
y enamorada en 1578.
La
poesía de Herrera, partiendo del petrarquismo como la de los demás poetas de su
tiempo, derivó aún en época renacentista, en una forma genuinamente barroca y
española que creó escuela. Alguien de la talla de Luis de Góngora calificó a
Herrera de segundo Garcilaso, y aún
primero en fineza y medida del verso. Esos y otros parecidos elogios le
encumbraron a la cima del Parnaso poético, y le otorgaron el título de Divino, con el que fue conocido por las
generaciones sucesivas. Se ha especulado que el célebre retrato de El Greco que
representa a un caballero con la mano en el pecho, pudiera haber tenido a
Fernando de Herrera como modelo.
Muchas
de las obras juveniles de Herrera se han perdido lamentablemente. De ellas tan
solo se conocen los títulos y las alabanzas de quienes tuvieron ocasión de
leerlas. Entre las que nos han llegado cabe destacar los Amores de Lausino y Corona, la Relación
de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto (1572), las Obras de Garci Lasso de la Vega con
anotaciones de Fernando de Herrera (1580), Algunas obras de Fernando de Herrera (1582), Elogio de la vida y muerte de Tomás Moro (1592), y Versos de Fernando de Herrera enmendados y
divididos por él en tres libros (1619); publicados todos en Sevilla en las
fechas indicadas, y el último impreso ya tras la muerte de su autor acaecida en
1597.
De nuestra biblioteca Bigotini extraemos hoy precisamente la edición digital de sus Sonetos, tomados de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que sigue la edición sevillana de Francisco Pacheco, su retratista y biógrafo, de 1619. Deleitaos pues con la irreprochable métrica y la exquisitez poética de los versos de Herrera, el Divino.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Sonetos.pdf
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por
este campo estéril y escondido;
todo
calla y no cesa mi gemido
y
lloro la desdicha de mi estado.
Fernando
de Herera. Sonetos.
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