Los
tres siglos de presencia visigoda en España resultan uno de los periodos más
oscuros de nuestra Historia por la abrumadora carencia de datos y noticias de
que disponemos. Tradicionalmente, los textos de Historia General se limitan a
ofrecer la lista de los monarcas, la famosa lista
de los reyes godos que durante décadas, fue la pesadilla de muchos
escolares. La Historia Eclesiástica nos habla también de los Concilios de
Toledo, catorce nada menos, que se celebraron en esos siglos, y consistieron
básicamente en reuniones de los obispos, casi siempre para acordar normas y
decisiones de carácter local, y algunas veces, las menos, tuteladas o levemente
influenciadas por el papado, institución entonces lejana en lo geográfico y
distante en lo jerárquico. Como es bien conocido, el reino visigodo de Toledo
que llegó a abarcar en extensión la totalidad de la península Ibérica y una
parte de la antigua Galia Narbonense, se disolvió como un azucarillo en 711 con
la invasión de los musulmanes que cruzaron el estrecho.
En
el transcurso de unos pocos años, cuatro o cinco, no quedó prácticamente rastro
de los visigodos y sus monarcas en nuestro suelo. Acaso sólo unos pocos restos
arquitectónicos que se han conservado gracias a la resistencia de las piedras
que los sustentan, dan testimonio de aquella edad olvidada. Cómo pudo
producirse tan fulminante y abrupto final, es materia que merece, si bien no un
análisis exhaustivo, que en este foro no tiene cabida, sí al menos una breve reflexión.
Varios
son los factores que pueden invocarse en este sentido. En primer lugar, no
perdamos de vista que los visigodos representaron siempre una exigua minoría en
el conjunto de la población hispanorromana a la que habían sometido. Basta
echar un vistazo a las escasas crónicas disponibles para ver que los epónimos
de origen godo, tanto de personas como de lugares, son minoritarios aún a pesar
de que con seguridad en tres centurias se produjo un mestizaje intenso y muchos
debieron adoptar los nombres de sus señores para ascender socialmente. A pesar
de ello, e incluso entre las élites de la nobleza y el clero, encontramos
todavía muchos nombres latinos.
Probablemente
nunca llegó a existir entre los visigodos una unidad política real. Aunque
desde Leovigildo los monarcas adoptaron el título de reges Hispaniae, lo cierto es que en los diferentes territorios y
divisiones provinciales, cada noble regente gobernaba un reino, y hasta sus
nobles subordinados se insubordinaban a menudo, abundando por eso las rencillas
y episodios violentos que solían terminar en asesinatos. Contribuyó a ello el
que nunca terminó de establecerse el carácter hereditario de la corona. Desde
las antiguas tradiciones germánicas, apoyadas también por cierto, en la
tradición de la Roma imperial en sus últimos siglos, los reyes eran elegidos al
menos en teoría, si bien es cierto que a menudo las disputas se resolvían en
familia, entre hijos, hermanos o sobrinos, a quienes apoyaban unos u otros
nobles, obispos y cortesanos. Por la crónica de Julián de Toledo (un nombre
latino), sabemos de la rebelión del dux Paulo (otro nombre latino) en la
Septimania con capital en Narbona, durante el reinado de Vamba. A Paulo se unió
el dux de la Tarraconense. Todo hace suponer que ese levantamiento del que por
suerte disponemos de documentación, no fue el único, y probablemente ni
siquiera el más importante.
Desde
el 672, año en que comenzó el reinado de Vamba, hasta 711 en que tiene lugar la
invasión musulmana, se abre un periodo de unos cuarenta años de anarquía y
destrucción del reino. Dos grandes familias, la de Chindasvinto y la del citado
Vamba, protagonizaron cuatro décadas de enfrentamientos y conspiraciones que
culminaron en la lucha por el poder que mantuvieron Witiza y Rodrigo, una
auténtica guerra civil en la que los musulmanes del otro lado del estrecho
fueron invitados a intervenir o acaso se invitaron ellos mismos. En cualquier
caso, el resultado fue el conocido. Las gentes árabes y norteafricanas de Muza
y de Tariq desembarcaron junto al peñón de Gibraltar (Gibal al Tariq) y derrotaron en el Guadalete al ejército visigodo.
Por cierto, y abundando en lo dicho sobre el escaso peso demográfico de los
godos, sus tropas estaban compuestas mayoritariamente por esclavos y por
libertos hispanorromanos, como se atestigua en el relato de Julián de Toledo
citado arriba. Abundan en nuestra tradición leyendas románticas sobre estos
episodios. Los juglares glosaron siglos después la lujuria de don Rodrigo,
aquel desdichado último rey, y su pasión por la Cava, también llamada Florinda, que a la postre condujo a la pérdida de España. En un viejo romance,
Rodrigo, derrotado y herido, se esconde en la sepultura que le ofrece un
ermitaño. El foso alberga un cubil de serpientes, y el rey lamenta en el último
verso: ya me comen, ya me comen, por do más pecado había.
Los
musulmanes, con la facilidad de avance que les brindaron las calzadas romanas,
fueron tomando sucesivamente los principales núcleos de población peninsulares,
dejando una pequeña guarnición en cada uno. En 714 ya habían cruzado los
Pirineos, tomado más tarde Narbona y hasta la Tolosa de los francos. Se sabe
que recibieron apoyo de la población judía, a la que los últimos visigodos,
azuzados por el fanatismo religioso de los obispos, tenían sojuzgada de forma
especialmente cruel. También se unieron a los invasores muchos cristianos
hispanorromanos o más propiamente romanovisigodos. Gran cantidad de ellos,
siervos y campesinos, abrazaron el Islam. Son los llamados muladíes. Otros, los
mozárabes, siguieron observando el cristianismo contando con la tolerancia de
los nuevos señores que a fin de cuentas consideraban la cristiana una de las religiones del Libro, y por
lo tanto respetable. Los últimos señores visigodos se refugiaron en las
montañas cantábricas, entre aquellos astures belicosos a quienes apenas un
siglo atrás habían combatido. El fin de una era inauguró el comienzo de la
siguiente, la de al-Andalus. Disponemos de más noticias acerca de ella, aunque
para la mayoría de los españoles permanece tan oculta y desconocida como la
anterior. Es lo que tiene la Historia, que como es bien sabido, escriben
siempre los vencedores.
Los placeres sencillos son el último refugio de los hombres complicados. Oscar Wilde.
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