Para
Trueba, Billy Wilder era Dios, y
para Wilder lo era Ernst Lubitsch. ¡Lo que son las cosas! Los dos, mentor y
discípulo, llegaron a América huyendo del terror nazi. Los dos combatieron a
sus fantasmas con el arma más poderosa: el humor. Wilder comenzó colaborando en
los guiones, como el extraordinario de Ninotska.
Aquellos tres bolcheviques entrañables en París, fueron resucitados dos décadas
después en el Berlín dividido para regocijo de chicos y grandes, en Uno, dos, tres. Aquel pequeño judío
medio austriaco y medio polaco se convirtió en el rey de la comedia de aquel Hollywood
promisorio. Wilder disfrutó y sufrió a partes iguales a Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco, probablemente la
mejor comedia jamás filmada. Nos conquistó con el humor cargado de ternura de El apartamento. Nos hizo reír en Primera plana, soñar con lo inalcanzable
en La tentación vive arriba… Claro
que sus habilidades no se limitaron a la comedia. Wilder demostró también su
maestría en melodramas como El crepúsculo
de los dioses y en thrillers como Perdición
o Testigo de cargo.
Traemos, como es costumbre, el enlace con una secuencia del maestro. En este caso, una de las más brillantes y también una de sus favoritas: la de la visita de James Cagney y su escandalosa secretaria a los entusiasmados agregados comerciales soviéticos que se alojaban en el Gran Hotel Potemkin, antes Gran Hotel Bismark, del Berlín oriental en la inolvidable Uno, dos, tres. Pasen, vean y disfruten, amigos.
https://www.youtube.com/watch?v=O5RmslGwK84
Próxima Entrega: Lee Remick
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