miércoles, 20 de diciembre de 2023

EL OCASO DE LA HISPANIA VISIGODA


 

Los tres siglos de presencia visigoda en España resultan uno de los periodos más oscuros de nuestra Historia por la abrumadora carencia de datos y noticias de que disponemos. Tradicionalmente, los textos de Historia General se limitan a ofrecer la lista de los monarcas, la famosa lista de los reyes godos que durante décadas, fue la pesadilla de muchos escolares. La Historia Eclesiástica nos habla también de los Concilios de Toledo, catorce nada menos, que se celebraron en esos siglos, y consistieron básicamente en reuniones de los obispos, casi siempre para acordar normas y decisiones de carácter local, y algunas veces, las menos, tuteladas o levemente influenciadas por el papado, institución entonces lejana en lo geográfico y distante en lo jerárquico. Como es bien conocido, el reino visigodo de Toledo que llegó a abarcar en extensión la totalidad de la península Ibérica y una parte de la antigua Galia Narbonense, se disolvió como un azucarillo en 711 con la invasión de los musulmanes que cruzaron el estrecho.


En el transcurso de unos pocos años, cuatro o cinco, no quedó prácticamente rastro de los visigodos y sus monarcas en nuestro suelo. Acaso sólo unos pocos restos arquitectónicos que se han conservado gracias a la resistencia de las piedras que los sustentan, dan testimonio de aquella edad olvidada. Cómo pudo producirse tan fulminante y abrupto final, es materia que merece, si bien no un análisis exhaustivo, que en este foro no tiene cabida, sí al menos una breve reflexión.

Varios son los factores que pueden invocarse en este sentido. En primer lugar, no perdamos de vista que los visigodos representaron siempre una exigua minoría en el conjunto de la población hispanorromana a la que habían sometido. Basta echar un vistazo a las escasas crónicas disponibles para ver que los epónimos de origen godo, tanto de personas como de lugares, son minoritarios aún a pesar de que con seguridad en tres centurias se produjo un mestizaje intenso y muchos debieron adoptar los nombres de sus señores para ascender socialmente. A pesar de ello, e incluso entre las élites de la nobleza y el clero, encontramos todavía muchos nombres latinos.


Probablemente nunca llegó a existir entre los visigodos una unidad política real. Aunque desde Leovigildo los monarcas adoptaron el título de reges Hispaniae, lo cierto es que en los diferentes territorios y divisiones provinciales, cada noble regente gobernaba un reino, y hasta sus nobles subordinados se insubordinaban a menudo, abundando por eso las rencillas y episodios violentos que solían terminar en asesinatos. Contribuyó a ello el que nunca terminó de establecerse el carácter hereditario de la corona. Desde las antiguas tradiciones germánicas, apoyadas también por cierto, en la tradición de la Roma imperial en sus últimos siglos, los reyes eran elegidos al menos en teoría, si bien es cierto que a menudo las disputas se resolvían en familia, entre hijos, hermanos o sobrinos, a quienes apoyaban unos u otros nobles, obispos y cortesanos. Por la crónica de Julián de Toledo (un nombre latino), sabemos de la rebelión del dux Paulo (otro nombre latino) en la Septimania con capital en Narbona, durante el reinado de Vamba. A Paulo se unió el dux de la Tarraconense. Todo hace suponer que ese levantamiento del que por suerte disponemos de documentación, no fue el único, y probablemente ni siquiera el más importante.


Desde el 672, año en que comenzó el reinado de Vamba, hasta 711 en que tiene lugar la invasión musulmana, se abre un periodo de unos cuarenta años de anarquía y destrucción del reino. Dos grandes familias, la de Chindasvinto y la del citado Vamba, protagonizaron cuatro décadas de enfrentamientos y conspiraciones que culminaron en la lucha por el poder que mantuvieron Witiza y Rodrigo, una auténtica guerra civil en la que los musulmanes del otro lado del estrecho fueron invitados a intervenir o acaso se invitaron ellos mismos. En cualquier caso, el resultado fue el conocido. Las gentes árabes y norteafricanas de Muza y de Tariq desembarcaron junto al peñón de Gibraltar (Gibal al Tariq) y derrotaron en el Guadalete al ejército visigodo. Por cierto, y abundando en lo dicho sobre el escaso peso demográfico de los godos, sus tropas estaban compuestas mayoritariamente por esclavos y por libertos hispanorromanos, como se atestigua en el relato de Julián de Toledo citado arriba. Abundan en nuestra tradición leyendas románticas sobre estos episodios. Los juglares glosaron siglos después la lujuria de don Rodrigo, aquel desdichado último rey, y su pasión por la Cava, también llamada Florinda, que a la postre condujo a la pérdida de España. En un viejo romance, Rodrigo, derrotado y herido, se esconde en la sepultura que le ofrece un ermitaño. El foso alberga un cubil de serpientes, y el rey lamenta en el último verso: ya me comen, ya me comen, por do más pecado había.


Los musulmanes, con la facilidad de avance que les brindaron las calzadas romanas, fueron tomando sucesivamente los principales núcleos de población peninsulares, dejando una pequeña guarnición en cada uno. En 714 ya habían cruzado los Pirineos, tomado más tarde Narbona y hasta la Tolosa de los francos. Se sabe que recibieron apoyo de la población judía, a la que los últimos visigodos, azuzados por el fanatismo religioso de los obispos, tenían sojuzgada de forma especialmente cruel. También se unieron a los invasores muchos cristianos hispanorromanos o más propiamente romanovisigodos. Gran cantidad de ellos, siervos y campesinos, abrazaron el Islam. Son los llamados muladíes. Otros, los mozárabes, siguieron observando el cristianismo contando con la tolerancia de los nuevos señores que a fin de cuentas consideraban la cristiana una de las religiones del Libro, y por lo tanto respetable. Los últimos señores visigodos se refugiaron en las montañas cantábricas, entre aquellos astures belicosos a quienes apenas un siglo atrás habían combatido. El fin de una era inauguró el comienzo de la siguiente, la de al-Andalus. Disponemos de más noticias acerca de ella, aunque para la mayoría de los españoles permanece tan oculta y desconocida como la anterior. Es lo que tiene la Historia, que como es bien sabido, escriben siempre los vencedores.

Los placeres sencillos son el último refugio de los hombres complicados. Oscar Wilde.


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