Aquellos
ojos de un quimérico color violeta parecían estar hechos para mirar a una
cámara. Casi podría decirse que Elizabeth Taylor
nació ya siendo una estrella. Lo fue primero infantil en su Londres natal, y
después adolescente en aquel Hollywood que aun iniciando su decadencia,
atesoraba todavía aromas de su edad dorada. En plena madurez nos deslumbró a
todos, ya fuera luciendo espléndidos vestidos como una mítica reina de Egipto,
o una simple negligée como recostada en la cama, esperaba en vano a Paul Newman
encarnando a aquella inolvidable gata en el tejado.
El
tejado de la gata era de zinc, y además estaba caliente, un detalle que
entonces quiso ocultarnos la censura pacata del franquismo: La gata sobre el tejado de zinc ca-lien-te,
puntualizaban los intelectuales del momento que habían leído la novela. O que
aseguraban haberla leído. Y es que entonces casi todas las grandes películas,
los melodramas de éxito, estaban inspirados (basados era el término) en grandes
novelas: La gata, Un lugar en el Sol,
Gigante, La última vez que vi París, La senda de los elefantes, De repente, el
último verano… Y allí, de repente, estaba Elizabeth Taylor, Liz Taylor,
como se la llamaba con la familiaridad que se ganan las auténticas estrellas.
El papel cuché le rindió honores ya incluso antes que a Jackie Kennedy o a las
princesas y princesitas monegascas. Por las revistas ilustradas supimos de sus
innumerables matrimonios y divorcios, de su reconciliación temporal con Richard
Burton, de su adicción a los quirófanos, de sus problemas con el alcohol que le
afectaron al hígado y la convirtieron en una diabética obligada a hurtar a las
cámaras la vista de sus tobillos edematosos. Entrada en años y en kilos, siguió
siendo una actriz colosal como demostró en Quién
teme a Virginia Wolf y alguna otra postrera aparición. Eso mismo, aparición, porque las verdaderas
estrellas se aparecen como las vírgenes a las pastorcillas, y Liz Taylor fue
una verdadera estrella, la última estrella verdadera de un firmamento
hollywoodiense en el que una a una, se iban extinguiendo las viejas luminarias.
Destellos de un glorioso e irrepetible pasado.
Os dejamos aquí abajo el enlace con la versión en castellano de La última vez que vi París. A una deslumbrante Liz Taylor acompaña un discreto Van Johnson. La película no ha envejecido bien, pero sirve a nuestro propósito de recordar a la que fue probablemente la última gran estrella.
https://www.youtube.com/watch?v=2izDaPyaxX4
Próxima
entrega: Kim Novak
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