Hasta
los años 90 del siglo pasado la mayoría de los especialistas pensaban que el
continente europeo no había sido poblado por humanos hasta hace 500.000 años.
Se razonaba que las condiciones climáticas durante el Pleistoceno medio habrían
hecho imposible colonizar Europa hasta esa fecha, un momento coincidente con el
salto tecnológico de la primitiva industria Olduvayense (Modo I), a la más
avanzada industria Achelense (Modo II) en la que aparecieron ya las bifaces o
hachas de mano.
Los
nuevos descubrimientos realizados en yacimientos del sur de Europa, y más
concretamente, en suelo español, han dado al traste con esa teoría de ocupación
tardía. A los yacimientos de Atapuerca (Burgos) y de Orce (Granada), que
llevaban ya un par de décadas siendo excavados, pero que en los 90 confirmaron
la gran antigüedad de su registro, se unieron otros como los sorianos de
Torralba y Ambrona, los madrileños de Arriaga, San Isidro y Orcasitas, o los
andaluces de Baza, Fuente Nueva y Barranco León.
Muy
especialmente los hallazgos de Trinchera Dolina en Atapuerca, estudiados por
Eduald Carbonell, demostraron de forma fehaciente que los humanos habían
habitado el sur de Europa hace al menos 780.000 años. En los últimos tiempos
los descubrimientos que se han sucedido de forma vertiginosa, han puesto de
manifiesto que los humanos llegaron a ocupar latitudes septentrionales situadas
incluso al norte de los Alpes, como la británica de Pakefield, donde se ha
confirmado un registro de al menos 700.000 años, o la de Happisburgh, muy cercana
a la anterior, donde la ocupación se cifra ya cercana al millón de años (0,98
millones).
El
registro de insectos en estas regiones arroja temperaturas comparables a las
actuales en Escandinavia, lo que termina de tumbar la teoría de la ocupación tardía,
y demuestra que seres humanos con tecnología aun muy primitiva (Modo I), habitaron
la Europa glacial. La puntilla definitiva a la teoría de la ocupación tardía ha
venido a ser el yacimiento de Dmanisi, en Georgia, datado en una antigüedad de
1,8 millones de años. También en la Sima del Elefante de Atapuerca y en el
yacimiento granadino de Orce se han hallado restos datados en torno a 1,2 y 1,4 millones de años.
Sobre todo a partir de las evidencias de la burgalesa sierra de Atapuerca, sin duda el conjunto de yacimientos más prolíficos y esclarecedores de nuestro continente, cabe avanzar que aquellos homínidos pertenecientes inequívocamente al género Homo, pueden ser clasificados como Homo antecessor, subespecie europea del Homo habilis, y precursora tanto de Homo heidelbergensis y Homo neandertalensis en Europa, como de Homo ergaster/erectus y Homo sapiens en África.
Parece
fuera de toda duda que el paso del estrecho que separa África de la península
Ibérica fue utilizado por seres humanos durante el Pleistoceno inferior, fecha
mucho más antigua de la que generalmente se admitía. Pero en el título hacíamos
referencia a sorpresas y a hienas. Es sabido que tanto en los yacimientos
arqueológicos (aquellos en los que hay evidencia de ocupación humana) como
paleontológicos (en los que no la hay) abundan los restos óseos de diferentes
tipos de animales. En relación con los seres humanos primitivos, unos eran
fundamentalmente presas (los herbívoros en general) y otros, como los felinos
de dientes de sable que reinaron a lo largo del Pleistoceno, eran predadores.
Pues
bien, en los yacimientos datados en general por encima del millón de años de
antigüedad abunda una criatura, la hiena gigante pleistocénica, cuyo nombre
científico es Pachycrocuta brevirostris, que sin embargo, desaparece por
completo en los yacimientos posteriores a esa datación. Se infiere que la
especie se extinguió precisamente en aquel tiempo.
Pachycrocuta
era una fiera de más de cien kilos de peso, dotada de mandíbulas capaces de
fracturar el fémur de un mamut. A semejanza de sus descendientes modernas,
mucho más pequeñas, actuaba comúnmente en manadas que unas veces cazaban
presas, y otras, las más, disputaban la carroña a los grandes felinos. Pachycrocuta brevirostris era ni más ni
menos un directo competidor con los escasos humanos que se aventuraron a
colonizar nuestra península.
Y
precisamente la desaparición de la hiena gigante coincide con el auge y la
expansión de Homo antecessor en
nuestro suelo, porque en efecto, su extinción dejó el camino libre a los
humanos cuya principal fuente alimenticia era la carroña.
Hace aproximadamente un millón de años, grupos familiares de hienas humanas armadas de piedras hendidas o toscamente afiladas, medraron y se expandieron por el territorio de lo que hoy llamamos España. También practicaban con gran aplicación el canibalismo. Muy especialmente la depredación de niños de grupos rivales que se hostigaban mutuamente para mantener o conquistar los territorios donde obtenían el alimento mediante la recolección de bayas, raíces y frutos, la caza de pequeños herbívoros y el hallazgo de carcasas de cadáveres abandonados por los grandes predadores. Así fue aunque en alguna medida repugne a nuestra moderna mentalidad de reyes de la creación.
Como muy bien solía decir nuestro José Antonio Labordeta, los humanos modernos (él decía los aragoneses) somos unos tíos que iban montados en un carro de mulas, y de repente se ven al volante de un Audi Cuatro. Ha cambiado el vehículo, pero no la mentalidad. La metáfora, que servía para medio siglo, sirve perfectamente para 500.000 o para un millón de años. Aunque ahora gocemos de las comodidades que nos brinda la civilización, somos (“semos”) en muchos sentidos grupos de hienas humanas que disputan la carroña a las de cuatro patas, o entre sí, si es necesario. Por eso, no debéis sorprendeos por muchas barbaridades que veáis en los noticiarios.
Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro. Oscar Wilde.
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