Daniel
Foe nació en Londres hacia 1660. Su padre, James Foe, había sido carnicero
hasta que emprendió un negocio de fabricación de velas con sebo animal. Era una
familia de presbiterianos disidentes, y el joven Daniel inició sus estudios a
los siete años en una academia para disidentes. Su madre falleció cuando él
tenía sólo diez. Cuando decidió que no quería ser ministro de la Iglesia,
abandonó la academia para dedicarse al comercio en campos tan diversos como la
lana y el vino. No le fue bien, e incluso llegó a ser encarcelado por deudas,
hasta que a los veinticuatro años se casó con Mary Tuffey, una damita que llegó
a sus brazos con una jugosa dote de 3700 libras esterlinas. Probablemente fue
por entonces cuando añadió el “de” a su apellido para hacerlo sonar más
aristocrático, y comenzó a hacerse llamar Daniel Defoe.
Su vida estuvo plagada de aventuras e intrigas políticas, un hombre de su tiempo en la Inglaterra convulsa que le tocó vivir. En 1685 apoyó la fracasada rebelión del duque de Monmouth, escapando a la condena gracias a las influencias de la familia de su mujer. Viajó a Escocia y después a Europa. Se sabe que estuvo en Oporto, en Lisboa y en Cádiz. En 1688 apoyó la Revolución que protagonizó Guillermo de Orange, y en 1695 regresó a Inglaterra, actuando como funcionario del fisco y como empresario de una fábrica de ladrillos en Essex. Tuvo tiempo además, de tener ocho hijos, de los cuales sobrevivieron seis, un porcentaje envidiable en una época de gran mortalidad infantil.
En 1703 publicó un panfleto antieclesiástico que le valió un arresto y ser expuesto durante tres días en la picota, un castigo vergonzoso del que nunca se avergonzó, pues sus partidarios acudieron a la picota a vitorearle y lanzarle flores. Ingresó en la lóbrega prisión de Newgate, de donde salió reclutado por Robert Harley, primer conde de Oxford, para actuar como espía. Con el propósito de obtener una tapadera creíble, fundó con dinero de Harley la Revista sobre los asuntos de Francia. A partir de 1708, cuando los tories se tambalearon en el poder, Defoe actuó como espía doble, y tras la muerte de la reina Ana, cambió de bando, trabajando para los whig. Falleció en 1731, a los setenta años de edad. Murió probablemente en la clandestinidad, procurando huir de sus numerosos acreedores.
Su
primera novela, que le daría fama universal, fue Robinson Crusoe, escrita en 1719. Un año más tarde publicó Las aventuras del capitán Singleton, una
sorprendente historia que protagoniza una pareja de homosexuales en tiempo y
lugar que parecen impensables para un tema semejante. En 1722 apareció su Diario del año de la peste, ficción
sobre la gran epidemia londinense de 1665, escrita como si fuera una crónica de
hechos reales.
Ese
mismo año de 1722 publicó también Fortunas
y adversidades de la famosa Moll Flanders, conocida abreviadamente como Moll Flanders. Ella y su continuación, Roxana o la amante afortunada, escrita
en 1724, son ejemplos (acaso los únicos) de lo que podría llamarse novela
picaresca inglesa. Otro trabajo de Defoe, Un
viaje por toda la isla de Gran Bretaña, escrito entre 1724 y 1727,
constituye una excelente descripción y un documento imprescindible para conocer
la Gran Bretaña previa a la Revolución Industrial. También publicó su Historia política del diablo, un alegato
anticatólico, y una Historia general de
los piratas, obra imprescindible para comprender el fenómeno de la
piratería durante los siglos XVII y XVIII.
Pero
sin duda la obra que ha hecho inmortal a Daniel Defoe es su Robinson Crusoe. Relata en primera persona
las aventuras del famoso naufrago, probablemente inspiradas en la historia del
viajero español Pedro Serrano, cuyo naufragio y supervivencia en una remota
isla del archipiélago chileno de Juan Fernández, se hicieron célebres unas
décadas antes de la publicación de la novela. El argumento es archiconocido a
través de multitud de traducciones, versiones incluso infantiles, cómics,
películas y hasta filmes de animación que se han realizado a partir del
original. Ha sido también objeto de sesudos estudios que analizan aspectos como
la justificación del colonialismo. El náufrago europeo se siente en todo
momento dueño de la isla y facultado para impartir justicia y decidir sobre la
vida y la muerte de los indígenas. La superioridad intelectual, moral y racial
del blanco subyace en la trama.
Desde el punto de vista de la historia literaria, muchos han visto en Robinson Crusoe y en Daniel Defoe la primera novela en el sentido actual del término, y el primer novelista. Quienes así opinan olvidan tal vez el Quijote, el Buscón y otros ejemplos de nuestra novela picaresca, con el Lazarillo a la cabeza. Acaso pueda justificarse porque estas presentan una estructura novelística más arcaica. Cierto es que Robinson responde a un formato que podría calificarse de moderno, en el sentido con que aplicamos el adjetivo a la narrativa posterior. Autores en diferentes lenguas como Dickens, Dostoievski, Dumas o Galdós, por citar sólo a algunos, podrían haber firmado sin mayor problema la novela de Defoe.
Es
precisamente Robinsón Crusoe la obra que hoy en nuestra biblioteca Bigotini,
os ponemos al alcance de un clic en su versión digital. Hacedlo
sobre título, y disfrutad las aventuras de su protagonista.
Es costumbre inglesa no murmurar nunca hasta que llega el momento de pagar. Daniel Defoe.
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