La
economía de Roma durante el periodo republicano se sustentó mayoritariamente en
la agricultura.
Comparada con esta, la industria pasa a un segundo plano.
Se importa la mayor parte de los productos manufacturados, y no se trabaja para
la exportación. Sin embargo, el número de artesanos era elevado, principalmente
los dedicados a la lana, que suministraban, una vez completada la romanización
de la península, los rebaños italianos. Esos trabajadores tenían una vida
corporativa intensa.
Por
otra parte, el comercio era una fuente abundante de riqueza. Los gobernantes
romanos se ocupaban de favorecerlo con la construcción de calzadas, grandes
rutas con los nombres de sus impulsores (vía
Appia, vía Flaminia, vía Aemilia…). También el estado se encargaba de la
represión de la piratería, lo que facilitaba el comercio marítimo, y hasta se
llegó a la destrucción bélica de los centros comerciales rivales, Cartago o
Corinto, por ejemplo.
Conviene
recordar que Roma, incluso cuando se anexionó buena parte del mundo entonces
conocido, jamás estableció aduanas interiores. Nunca, hasta la reciente
creación de la UE, Europa ha conocido un territorio tan extenso sometido al
libre cambio. Por desgracia, uno de los principales artículos de aquel comercio
universal estaba constituido por los esclavos, cuyo inmenso número
procedía de las constantes guerras de conquista. El principal mercado
esclavista fue Delos, despojada la isla de su antigua dignidad religiosa como
sede de Apolo.
También
la banca
alcanzó una importancia notable. Con sus sociedades de accionistas y su doble
contabilidad, esa planta parásita se había desarrollado también sobre el
sistema de arriendos. El primer palacio de la bolsa, o su equivalente
más aproximado, se hallaba en la Puerta de Jano. Allí se cotizaban las
acciones, se publicaban las quiebras, y se llevaban a cabo diversas formas de
latrocinio, la usura (faennus) entre
las más mezquinas.
En
todo caso, la miseria se había extendido en Roma, sobre todo hacia el final de
la época republicana. El proletariado urbano, la plebe (plebs urbana) representaba un elemento peligroso para el equilibrio
político. El medio más razonable para transformar ese proletariado en una clase
tranquila y productiva, a saber: la atribución de tierras según el ejemplo que
habían dado los Gracos, era difícil de aplicar, porque prácticamente no
quedaban tierras libres en Italia, y los patricios y grandes propietarios no
estaban dispuestos a compartir los latifundia.
Los
hombres fuertes y sanos sentaron plaza de soldados en el ejército permanente a
partir de la reforma de Mario. Entre la plebe se fue asentando la convicción de
que el ciudadano romano tiene derecho a recibir su parte del beneficio que
proviene de la conquista del mundo. Cayo Graco fue el primero en asegurarse la
buena disposición del pueblo, al introducir la práctica de las distribuciones
de trigo (frumentationes) a los
pobres. Su ejemplo fue imitado por otros. Las distribuciones de víveres a los
ciudadanos llegaron a ser corrientes en los testamentos de los nobles o en la
celebración de triunfos por parte de los grandes generales.
Se
generalizó la corrupción en varias formas. Fue corriente la compra clandestina
de votos en los comicios centuriados
por los candidatos a magistratura. El derecho de ser ciudadano romano llegó a
ser, además de un honor, un negocio lucrativo, aunque solamente en la propia
ciudad de Roma. La consecuencia fue una afluencia considerable de ciudadanos
pobres a la urbe. Ese fue el fermento de las agitaciones que caracterizaron los
últimos tiempos de la República, y que precipitaron su final.
Los
ciudadanos romanos estaban exentos de pagar impuestos directos que jamás existieron
en Roma. El tributum, especie de
capitación, quedaba resuelto gracias a las contribuciones del enemigo vencido.
Las fuentes de ingreso del estado (vectigalia)
eran principalmente tres:
1ª.-
Rentas de los dominios del Estado
(arrendamiento de tierras, minas, pesquerías, derechos sobre la sal, etc.).
2ª.-
Derechos de aduana sobre las
mercancías extranjeras.
3ª.-
Rentas de las provincias, como
capitación (stipendium) o diezmo de
cosechas (decuna). Esta llegó a ser
la entrada más importante a medida que se agrandaba el Imperio.
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