Las
focas
cangrejeras de la Antártida ,
que a pesar del adjetivo, no se alimentan de verdaderos cangrejos, sino de
krill, una sopa de microscópicos crustáceos, presentan unas curiosas costumbres
sexuales. Cuando tienen un encuentro amoroso, macho y hembra, que suelen ser de
tamaño parecido, se enzarzan en un violentísimo combate a base de mordiscos
recíprocos. Ambos acaban empapados en sangre pero aparentemente felices. Por
suerte la sal marina y la propia constitución de estos animales, contribuyen a
que las heridas cicatricen pronto. En su edad adulta, cuando ya han disfrutado
o sufrido varios de esos violentos encuentros, sus pieles aparecen llenas de
marcas y cicatrices. Vienen a ser las señales de una dilatada vida amorosa.
Parecidas
costumbres violentas mantiene una especie de insecto, la mosca de las algas australiana,
solo que en este caso es la hembra, mucho mayor que su compañero, quien toma la
iniciativa. El desdichado macho sufre estoicamente los tremendos golpes que le
propina la hembra con las patas. Puñetazos que en ocasiones los desplazan
varios centímetros. La paliza es además duradera, pudiendo prolongarse a veces
durante horas. Si el macho no acaba rindiéndose, y resiste con deportividad el
castigo, la hembra accederá por fin a la cópula, segura de que el macho es un
duro fajador, un superviviente nato que transmitirá a su descendencia los genes
adecuados. Un examen un tanto brutal, pero examen al fin.
Aunque
no es el único, el caso de la mosca de las algas es bastante excepcional,
porque en la naturaleza suelen ser los machos quienes por lo general se
comportan violentamente. Son bien conocidos los cortejos y los coitos de los leones,
que a veces se suceden una y otra vez durante varios días, mientras dura el estro de la hembra. De esta forma el
macho parece asegurarse de que serán sus genes y no los de ningún otro rival,
los que se transmitirán a la siguiente generación. El macho suele acompañar la
penetración de sutiles mordiscos en el cuello de la hembra. Ella escenifica de
esta forma su sometimiento.
Pero
no siempre estos mordiscos y agresiones tienen el carácter simbólico de los
leones. En el reino animal existen machos verdaderamente violentos. Así los dugones,
una especie de mamíferos marinos vegetarianos que suelen habitar las aguas
someras tropicales, muerden de veras a sus compañeras sentimentales, hasta el
punto de que los zoólogos especialistas en el estudio de estos animales llegan
a calcular la edad de las hembras por la cantidad de cicatrices de mordiscos
que exhiben.
En
el caso de la salamandra pigmea, el macho clava profundamente los dientes en
el cuello de la hembra, mientras le introduce su paquete de esperma. Tan
profundamente que en alguna ocasión los dientes, la mandíbula completa o más
raramente la cabeza del macho, no puede separarse de la hembra y queda
firmemente inserta en el cuello de la hembra. En los casos más extremos, esta
se lleva consigo el esperma de su amante y la cabeza como trofeo añadido a una
desenfrenada luna de miel. Aquí el macho literalmente pierde la cabeza por una
chica.
Pero
casi siempre que se producen accidentes fatales la hembra suele ser la peor
librada. El macho de elefante marino meridional, un
monstruo de seis metros y cuatro toneladas, alguna vez se equivoca y muerde el
cráneo de su pareja en lugar del cuello, provocándole la muerte. También se han
descrito accidentes similares en el visón americano. Son
interpretaciones algo extremas y brutales de un beso, que acaban en tragedia.
Pero
quienes han visto copular al bisonte en las praderas, aseguran
que no existe en la naturaleza una furia amatoria semejante. Los machos, que
pueden pesar hasta tres veces más que las hembras, golpean con las pezuñas
delanteras los costados de sus compañeras, llegando en ocasiones a arrancarles
trozos de piel. Cuando eyaculan se levantan sobre sus patas traseras en una
especie de levitación orgásmica sin parangón.
Conviene,
no obstante, precisar que los accidentes a veces incluso mortales que
describimos, no son en absoluto frecuentes. Ni mucho menos, la verdad es que un
macho que acostumbre a aplastar los cráneos de sus parejas, dejará muy poca o
ninguna descendencia. En líneas generales, entre las especies que viven
peligrosamente, el riesgo de morir durante el coito resulta trivial comparado
con los muchos peligros de la vida cotidiana a que están expuestas en la sabana
africana o en las profundidades marinas. Y cuando la cópula resulta de verdad
un riesgo de probabilidad alta de muerte, las especies, las hembras más generalmente,
desarrollan inmediatamente mecanismos defensivos evolutivos. Encontramos un
ejemplo magnífico entre los tiburones, grupo de peces que suelen tener una
actividad sexual muy agresiva. Concretamente en el tiburón azul que como el
resto de tiburones posee dos órganos copuladotes capaces de provocar heridas
graves, las hembras han desarrollado evolutivamente una piel dura y coriácea
que les protege de esas embestidas asesinas.
Otro
ejemplo lo constituye la especie pseudocerus bifurus, un gusano platelminto
hermafrodita. Entre estos gusanos planos todos los individuos son machos y
hembras al mismo tiempo. Cuando dos de ellos se encuentran, inmediatamente se
enredan en una lucha sin cuartel, una especie de combate de esgrima en el que
ambos tratan de clavarle al otro su estilete e inyectarle el esperma. Dan
vueltas y mas vueltas amagando y esquivando, hasta que uno de ellos lo
consigue. Sirve cualquier parte del alargado cuerpo. Aquí el ganador transmite
su ADN a la futura prole, pero evita el fastidio del embarazo y la puesta. El/la
perdedor/perdedora cargará con la responsabilidad. Y es que la vida, amigos es
muchas veces así de injusta.
Por
cierto, hablando de injusticias, digamos que eso de que los humanos somos
también animales (que lo somos), y que tenemos instintos (que los tenemos), no
puede ni debe servir de excusa o justificación de comportamientos violentos.
Nuestra civilización tal como la entendemos, existe desde hace ya varios
milenios. Somos seres sociales y la vida en sociedad está naturalmente sujeta a
leyes y normas que deben respetarse, y cuya transgresión castigan debidamente
los códigos penales de las naciones cultas. Es verdad que somos simios, pero el
que se comporte socialmente como un simio en determinadas cuestiones, merecerá
vivir entre rejas como los monos en los antiguos zoológicos. Ciertas costumbres
adjetivadas falazmente como culturales o religiosas no pueden servir de
coartada a los cafres que desgraciadamente aun quedan entre nosotros.
En
fin, perdonad la perorata moralizante. Es el viejo profe Bigotini que a veces
se pone un poco estupendo.
El
sexo forma parte de la naturaleza, y yo me llevo de maravilla con la
naturaleza. Marilyn Monroe.
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