Pocas
veces vemos en la Historia desaparecer a un pueblo por completo a manos de
otro, como fue el caso de los etruscos, a quienes vencieron los
romanos, acabando literalmente con su civilización.
A
juzgar por las escasas obras de arte etruscas que han sobrevivido, y por alguna
representación gráfica, los etruscos eran más corpulentos que sus vecinos
villanovenses de la península itálica, y sus rasgos recordaban a los de las
gentes de Asia Menor. Un indicio de que llegaron allí por mar lo proporciona el
hecho de que fueron los primeros navegantes de la región. El nombre de Tirreno
que dieron a su mar, procede del término etrusco con que se designaban a sí
mismos.
En
cualquier caso, su civilización era superior a la villanovense, como lo
demuestran los cráneos hallados, cuyas dentaduras presentan signos inequívocos
de una muy avanzada odontología. Los etruscos eran los únicos europeos de su
tiempo que practicaban puentes metálicos para reforzar los molares. Trabajaban
el cobre, el estaño y el ámbar, y sabían transformar el hierro en acero. Sus
ciudades principales, Tarquinia, Veyes, Arezzo y Perusa, estaban mucho mejor
urbanizadas que los primitivos y toscos poblados de los latinos, los sabinos y otras poblaciones
villanovenses. Construyeron canales, cloacas y sistemas para higienizar las
aguas en aquellas tierras toscanas que entonces estaban infestadas de mosquitos
transmisores de la malaria. Eran grandes mercaderes y viajeros. Cuando los
romanos aun ignoraban qué había más allá de su vecino monte Soracte, los
etruscos comerciaban con el Piamonte, la Lombardía y el Véneto, remontaban el
Ródano y el Rin. También conocían la moneda.
Se
vestían con la toga, prenda que después los romanos hicieron su traje nacional,
lucían cabellos largos y barbas rizadas, llevaban alhajas, practicaban deportes
y eran amantes del vino y la buena mesa. A juzgar por algún resto arqueológico,
también eran aficionados al toreo, como los cretenses del otro extremo del
Mediterráneo. Hay motivos para suponer que entre los etruscos el papel de la
mujer era mucho más airoso que entre sus vecinos romanos. Se las representaba
rodeadas de varones, participando en fiestas y reuniones, y al parecer gozaban
de una gran libertad. Los romanos, gentes de costumbres austeras y rígida
moral, solían llamar toscanas, o sea, etruscas, a las
mujeres de costumbres libres y moral distraída. La religión etrusca pasa por
ser la inventora del cielo y del infierno, y sus sacerdotes hacían mayor
hincapié en este último, describiendo de manera explícita los múltiples
tormentos y penalidades del inframundo. Esta predilección por lo infernal se ha
perpetuado hasta tiempos más recientes, como lo prueba el ejemplo de Dante,
nacido en Toscana, es decir, en Etruria en definitiva.
Las
ciudades etruscas jamás consiguieron unirse políticamente, todo lo contrario de
Roma, que poco después de su nacimiento sometió a sus vecinos latinos y
sabinos. Cuando los romanos derrotaron a los etruscos, no se contentaron con
destruir sus ciudades, sino que se aplicaron a borrar toda huella de su
existencia, ya que consideraron a la civilización etrusca, enferma y
corruptora. Copiaron todo lo que les interesó, moneda, escuelas, trajes,
ingeniería y un largo etcétera, pero se aseguraron de sepultar sus documentos y
monumentos.
Claro
está que todo esto sucedió mucho tiempo después de que el contacto entre ambos
pueblos se hubiese establecido, por lo que hubo un efectivo transvase cultural
entre ellos. Algunos lingüistas afirman que el término Roma proviene de rumón,
que es el vocablo etrusco que designa al río, lo que situaría a los etruscos en
la misma fundación de la urbe, junto a latinos y sabinos, gentes de raza,
lengua y religión muy diferentes, pero de alguna forma aliados en la fundación.
Incluso algún historiador se atreve a apuntar que el propio Rómulo debió ser
etrusco.
Cómo
una estrecha alianza de al menos cien años de antigüedad llegó a extinguirse de
forma tan abrupta como despiadada, es y seguirá siendo un gran enigma histórico.
Sólo acertaremos a decir que los rústicos y primitivos romanos llegaron a estar
un poco hartos de que los refinados y cultos etruscos les miraran por encima
del hombro, con la condescendencia con que se trata al pariente pobre. Por eso,
una vez depuesto Tarquino el Soberbio, último rey de estirpe etrusca, la
venganza de los romanos no se hizo esperar. El ensañamiento fue mayúsculo.
Quién sabe si también fue proporcional a las viejas humillaciones sufridas.
La
guerra es el arte de destruir a los hombres. La política es el arte de
engañarlos. Parménides de Elea.
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