domingo, 12 de enero de 2020

SEXO VIOLENTO. CUANDO EL AMOR ES UN RIESGO



Las focas cangrejeras de la Antártida, que a pesar del adjetivo, no se alimentan de verdaderos cangrejos, sino de krill, una sopa de microscópicos crustáceos, presentan unas curiosas costumbres sexuales. Cuando tienen un encuentro amoroso, macho y hembra, que suelen ser de tamaño parecido, se enzarzan en un violentísimo combate a base de mordiscos recíprocos. Ambos acaban empapados en sangre pero aparentemente felices. Por suerte la sal marina y la propia constitución de estos animales, contribuyen a que las heridas cicatricen pronto. En su edad adulta, cuando ya han disfrutado o sufrido varios de esos violentos encuentros, sus pieles aparecen llenas de marcas y cicatrices. Vienen a ser las señales de una dilatada vida amorosa.

Parecidas costumbres violentas mantiene una especie de insecto, la mosca de las algas australiana, solo que en este caso es la hembra, mucho mayor que su compañero, quien toma la iniciativa. El desdichado macho sufre estoicamente los tremendos golpes que le propina la hembra con las patas. Puñetazos que en ocasiones los desplazan varios centímetros. La paliza es además duradera, pudiendo prolongarse a veces durante horas. Si el macho no acaba rindiéndose, y resiste con deportividad el castigo, la hembra accederá por fin a la cópula, segura de que el macho es un duro fajador, un superviviente nato que transmitirá a su descendencia los genes adecuados. Un examen un tanto brutal, pero examen al fin.


Aunque no es el único, el caso de la mosca de las algas es bastante excepcional, porque en la naturaleza suelen ser los machos quienes por lo general se comportan violentamente. Son bien conocidos los cortejos y los coitos de los leones, que a veces se suceden una y otra vez durante varios días, mientras dura el estro de la hembra. De esta forma el macho parece asegurarse de que serán sus genes y no los de ningún otro rival, los que se transmitirán a la siguiente generación. El macho suele acompañar la penetración de sutiles mordiscos en el cuello de la hembra. Ella escenifica de esta forma su sometimiento.


Pero no siempre estos mordiscos y agresiones tienen el carácter simbólico de los leones. En el reino animal existen machos verdaderamente violentos. Así los dugones, una especie de mamíferos marinos vegetarianos que suelen habitar las aguas someras tropicales, muerden de veras a sus compañeras sentimentales, hasta el punto de que los zoólogos especialistas en el estudio de estos animales llegan a calcular la edad de las hembras por la cantidad de cicatrices de mordiscos que exhiben.

En el caso de la salamandra pigmea, el macho clava profundamente los dientes en el cuello de la hembra, mientras le introduce su paquete de esperma. Tan profundamente que en alguna ocasión los dientes, la mandíbula completa o más raramente la cabeza del macho, no puede separarse de la hembra y queda firmemente inserta en el cuello de la hembra. En los casos más extremos, esta se lleva consigo el esperma de su amante y la cabeza como trofeo añadido a una desenfrenada luna de miel. Aquí el macho literalmente pierde la cabeza por una chica.
Pero casi siempre que se producen accidentes fatales la hembra suele ser la peor librada. El macho de elefante marino meridional, un monstruo de seis metros y cuatro toneladas, alguna vez se equivoca y muerde el cráneo de su pareja en lugar del cuello, provocándole la muerte. También se han descrito accidentes similares en el visón americano. Son interpretaciones algo extremas y brutales de un beso, que acaban en tragedia.
Pero quienes han visto copular al bisonte en las praderas, aseguran que no existe en la naturaleza una furia amatoria semejante. Los machos, que pueden pesar hasta tres veces más que las hembras, golpean con las pezuñas delanteras los costados de sus compañeras, llegando en ocasiones a arrancarles trozos de piel. Cuando eyaculan se levantan sobre sus patas traseras en una especie de levitación orgásmica sin parangón.


Conviene, no obstante, precisar que los accidentes a veces incluso mortales que describimos, no son en absoluto frecuentes. Ni mucho menos, la verdad es que un macho que acostumbre a aplastar los cráneos de sus parejas, dejará muy poca o ninguna descendencia. En líneas generales, entre las especies que viven peligrosamente, el riesgo de morir durante el coito resulta trivial comparado con los muchos peligros de la vida cotidiana a que están expuestas en la sabana africana o en las profundidades marinas. Y cuando la cópula resulta de verdad un riesgo de probabilidad alta de muerte, las especies, las hembras más generalmente, desarrollan inmediatamente mecanismos defensivos evolutivos. Encontramos un ejemplo magnífico entre los tiburones, grupo de peces que suelen tener una actividad sexual muy agresiva. Concretamente en el tiburón azul que como el resto de tiburones posee dos órganos copuladotes capaces de provocar heridas graves, las hembras han desarrollado evolutivamente una piel dura y coriácea que les protege de esas embestidas asesinas.

Otro ejemplo lo constituye la especie pseudocerus bifurus, un gusano platelminto hermafrodita. Entre estos gusanos planos todos los individuos son machos y hembras al mismo tiempo. Cuando dos de ellos se encuentran, inmediatamente se enredan en una lucha sin cuartel, una especie de combate de esgrima en el que ambos tratan de clavarle al otro su estilete e inyectarle el esperma. Dan vueltas y mas vueltas amagando y esquivando, hasta que uno de ellos lo consigue. Sirve cualquier parte del alargado cuerpo. Aquí el ganador transmite su ADN a la futura prole, pero evita el fastidio del embarazo y la puesta. El/la perdedor/perdedora cargará con la responsabilidad. Y es que la vida, amigos es muchas veces así de injusta.


Por cierto, hablando de injusticias, digamos que eso de que los humanos somos también animales (que lo somos), y que tenemos instintos (que los tenemos), no puede ni debe servir de excusa o justificación de comportamientos violentos. Nuestra civilización tal como la entendemos, existe desde hace ya varios milenios. Somos seres sociales y la vida en sociedad está naturalmente sujeta a leyes y normas que deben respetarse, y cuya transgresión castigan debidamente los códigos penales de las naciones cultas. Es verdad que somos simios, pero el que se comporte socialmente como un simio en determinadas cuestiones, merecerá vivir entre rejas como los monos en los antiguos zoológicos. Ciertas costumbres adjetivadas falazmente como culturales o religiosas no pueden servir de coartada a los cafres que desgraciadamente aun quedan entre nosotros.
En fin, perdonad la perorata moralizante. Es el viejo profe Bigotini que a veces se pone un poco estupendo.

El sexo forma parte de la naturaleza, y yo me llevo de maravilla con la naturaleza. Marilyn Monroe.



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