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jueves, 19 de diciembre de 2019

EVOLUCIÓN Y SELECCIÓN SEXUAL. EL TRIUNFO DE LOS GUAPOS


Son bien conocidos los principios darwinianos de selección natural y supervivencia de los más aptos, dos de los pilares básicos en que se asienta la evolución. Sin embargo, incluso aun en vida de Darwin, fueron muchos los que encontraron y plantearon objeciones que el propio Darwin tuvo que reconocer.
Es sabido que, a diferencia de las plantas en cuya vida sexual el azar juega un papel fundamental, entre los animales es la hembra quien de forma mayoritaria elige a su pareja. Las razones no pueden ser más obvias. A diferencia de los machos que por lo general no hacen más esfuerzo en la crianza de la prole que el coito, son las hembras quienes casi siempre invierten más energía en la reproducción, encargándose primero de la gestación y después de los cuidados maternales, alimentación, lactancia en el caso de los mamíferos, etc. Naturalmente, una inversión tan costosa exige a la hembra elegir bien con quién desea aparearse, escoger al padre más idóneo para transmitir a sus hijos los mejores genes posibles.


En principio los elegidos deberían ser los machos más grandes, más fuertes, más veloces… Pero todos sabemos que no siempre es así. Por ejemplo, las grandes astas de algunas especies de ciervos, que primitivamente evolucionaron como defensas en caso de ataque de los depredadores, han llegado a convertirse en ciertas especies más en un hándicap que en una ventaja. Llegan a ser tan pesados y tan ramificados que constituyen un verdadero estorbo para sus poseedores, enredándose en los arbustos u obligando al macho a desplazarse más lentamente, resultando presas fáciles para sus depredadores. Otro tanto puede decirse de los pavos reales, cuyas vistosas y coloridas colas alcanzan tamaños descomunales que no hacen sino complicar la vida a sus orgullosos dueños. Podrían ponerse muchos más ejemplos de este tipo, pero entonces ¿por qué ciervas y pavas reales, entre otras muchas hembras, prefieren a esos machos como pareja?

Sencillamente porque resultan mucho más atractivos. Es lo que ya el mismo Darwin denominó selección sexual, un concepto que no siempre coincide, incluso que en ocasiones parece oponerse al más amplio de selección natural. La selección sexual es el principal motor de la aparición de los caracteres sexuales secundarios, es decir, aquellos rasgos físicos que no son genitales propiamente, que no intervienen directamente en la reproducción (fecundación, gestación, alumbramiento…), pero que desempeñan un papel esencial en la elección de pareja. Los caracteres sexuales secundarios abarcan una amplísima gama de rasgos como la cornamenta o la cola multicolor ya citados, o como vistosos adornos, comportamientos extravagantes, y en nuestra especie rostros hermosos, cuerpos esbeltos, miembros musculosos, anchas caderas, pechos prominentes, ojos azules…

Por supuesto, también las hembras en muchas especies animales poseen atractivos que las hacen más deseables a los ojos del macho, lo que contribuye en gran medida a más y mejores oportunidades para la perpetuación de la herencia genética. La selección sexual es responsable en último extremo del dimorfismo sexual, muy acusado en algunas especies en las que machos y hembras presentan tamaños, colores, y en general apariencias muy diferentes exteriormente.
En cuanto a los ojos azules que acabamos de citar, es interesante señalar que los ojos de color claro y el cabello rubio o pelirrojo son caracteres fenotípicos contenidos en genes recesivos. Es decir, son rasgos que sólo se expresan cuando ambos progenitores los aportan. Si uno de ellos aporta el gen de cabello oscuro o el de ojos oscuros, que son los dominantes, los de cabello u ojos claros jamás se expresarán en la descendencia por tratarse de genes recesivos. Lo normal habría sido pues, que con el paso del tiempo y las sucesivas generaciones, esos rasgos recesivos se hubieran perdido en nuestra especie. Sin embargo no han desaparecido, y la razón es obvia: resultan tan atractivos para el sexo opuesto, que sus poseedores o poseedoras son preferidos como pareja sexual, lo que ha hecho que tales rasgos se hayan perpetuado, y constituyan un porcentaje más o menos constante entre los naturales del norte y el centro de Europa.


Así pues, las hembras eligen a los machos más atractivos para procrear. Les mueve el interés reproductivo de que sus hijos sean tan hermosos como lo son sus parejas. Sin embargo, también existen otros intereses tan legítimos o incluso más desde el punto de vista reproductivo. Las hembras quieren cosas como por ejemplo, un nido bien construido, un padre protector capaz de defender eficazmente la madriguera, un aporte regular de alimentos para sus crías o para ella misma… Ventajas de este tipo en ocasiones van más allá del mero atractivo físico. Implican aptitudes y comportamientos del macho que le hagan deseable como pareja y como padre. En este sentido, y centrándonos en nuestra especie, elementos como automóviles de lujo, embarcaciones de recreo o abultadas cuentas corrientes, a menudo son capaces de sustituir con ventaja a los rasgos físicos más atrayentes, lo que explica el éxito reproductivo de muchos millonarios aunque sean viejos, feos, calvos y barrigudos.

Es usted la mujer más hermosa que he visto en mi vida… lo cual no dice mucho en mi favor. Groucho Marx.




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