En
1960 George Pal dirigió El tiempo en sus manos, un film
basado en la célebre novela de H. G. Wells La máquina del tiempo. Contaba en el
reparto con Rod Taylor e Yvette Mimieux. No es precisamente una obra maestra,
pero obtuvo el oscar a los mejores efectos especiales y se convirtió en
película de culto para los fanáticos de la ciencia-ficción. No hace mucho
apareció una réplica de la máquina original en la desternillante serie Big
Bang Theory.
Sirva
esta digresión para introducir el tema de hoy: la representación gráfica del
tiempo. En un reciente post
sobre El tiempo, insistíamos en la imposibilidad de superar la
velocidad de la luz. Sin embargo, siguiendo a Albert Einstein en su teoría
especial de la relatividad, veíamos que en determinadas condiciones, y
siempre que pudieran alcanzarse velocidades muy elevadas, el tiempo o más
precisamente, la percepción del paso del tiempo, puede ser distinta para dos o
más sujetos diferentes, lo que teóricamente haría posibles los viajes
en el tiempo. Al menos los viajes al futuro. Por otra parte, las ecuaciones
de Maxwell no parecen invalidar dicha posibilidad teórica.
Bien,
como una imagen vale más que mil palabras, he aquí una sencilla representación
gráfica de la relación que se establece entre las tres dimensiones espaciales y
la dimensión temporal:
Avanzando
un poco más, y siguiendo esta vez a Stephen Hawking, os propongo esta
otra imagen, donde vemos representado lo que se ha dado en llamar el cono
del tiempo. Si lanzamos una piedra a un estanque, se producirá una onda
que en los segundos siguientes al impacto se hará cada vez mayor. Si representamos
la dimensión temporal en abscisas y la espacial en ordenadas, obtendremos un cono
del tiempo como el que puede apreciarse en la imagen.
Fijaos
por último en este interesantísimo tercer gráfico. Si de forma repentina se
produjera en un instante dado la extinción de nuestro Sol, no experimentaríamos
el menor efecto hasta ocho minutos más tarde. La distancia media que nos separa
del astro es de poco menos de 150 millones de kilómetros, lo que equivale a
unos 8 minutos luz. Las consecuencias de tan singular cataclismo se
materializarían sólo cuando nuestro planeta ingresara en el cono de luz futuro
de la extinción del Sol, ocho minutos después.
Ateniéndonos
a esta regla, cuando contemplando el cielo nocturno, observamos cualquier
fenómeno que se produzca en un lugar (por ejemplo una estrella) que se
encuentre a una distancia de 2000 años luz, realmente no veremos lo que sucede
en ese instante, sino lo que sucedió hace 2000 años, en vida de Augusto o de
Cristo. Estaremos contemplando algo que aconteció en un pasado remoto. Pensad
en ello cuando en una noche estrellada veáis brillar en la lejanía esas
diminutas y lejanas luciérnagas. Acaso emitieron su destello cuando los
dinosaurios dominaban la Tierra o cuando ni siquiera existía nuestro planeta.
Es algo tan asombroso y tan mágico que produce escalofríos. Y es que los
verdaderos milagros se producen continuamente en nuestro real y tangible universo
físico. Los otros milagros que os cuenten esos charlatanes con mitras o
con turbantes, no son más que patrañas y cuentos de viejas.
El
empleado trabaja ocho horas para poder dormir otras ocho y divertirse ocho más.
El empresario simplemente se esfuerza por evitar que los dos últimos periodos
coincidan con el primero.
Woody Allen.
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