Ya
hemos dicho alguna vez que el pene y el clítoris no son tan diferentes como
parecen. Justo debajo de la piel del pene y del capuchón del clítoris se hallan
unas terminaciones nerviosas sensitivas y específicas. Convergen en una especie
de nudo, un enrollamiento de fibras con una prodigiosa sensibilidad al tacto
tanto en el glande como en el clítoris. Se denominan corpúsculos de Krause, y están concentrados sobre todo en la corona
y el frenillo del glande y en la cabeza del clítoris, convirtiendo a ambos órganos
en las zonas extremadamente sensibles que son.
Cuando
el pene experimenta una fricción continuada de cierta intensidad, el nervio pudendo envía una señal a la
parte baja de la médula espinal, ya en el segmento sacro de la columna
vertebral. Las neuronas allí situadas reciben la información sensorial y se
conectan mediante sinapsis con el nervio
pélvico, que envía de vuelta una orden motora a los tejidos eréctiles del
pene. Todo esto, naturalmente, cuando la información procede de un estímulo
mecánico. Si la excitación se produce por un estímulo visual, una insinuación
verbal, un pensamiento o una fantasía erótica, es el cerebro quien envía la señal al nervio pélvico. Y si
sumamos la estimulación mecánica a la mental, las señales nerviosas se multiplican
y el nervio pélvico envía órdenes al tejido eréctil.
El
tejido eréctil está formado por dos cuerpos cavernosos situados a ambos
lados del pene, derecha e izquierda. Actúan como esponjas, ya que están
constituidos por unas cavidades huecas que se van llenando de sangre. La señal
nerviosa (eléctrica) procedente de la médula, pone en marcha la liberación
química de varios neurotransmisores. Uno de ellos, el óxido nítrico, induce la segregación de dos nucleótidos: guanosínmonofosfato cíclico (cGMP) y adenosínmonofosfato cíclico (cAMP). La
función de dichos nucleótidos es relajar las fibras musculares que rodean las
arterias, para permitir que el flujo de sangre llene los cuerpos cavernosos. Cuando la sangre entra por las arterias a mayor
velocidad de lo que puede salir por las venas, el pene comienza a aumentar de
tamaño hasta alcanzar entre tres y seis veces su tamaño en reposo. Cuando la
erección se ha completado, las venas quedan cerradas y la sangre no puede
escapar. Se trata de un auténtico mecanismo hidráulico similar al que emplean
algunas máquinas de inyección de líquido.
Si
después de unos minutos de erección completa el glande comienza a oscurecerse,
pasando de su habitual color rosado muchas veces a un morado intenso, se debe a
que al estancarse el flujo, la sangre va perdiendo oxígeno.
Resulta
curioso que la sangre no pueda salir, pero sin embargo pueda eyacularse semen.
Ello se debe a que ambos cuerpos
cavernosos laterales constituyen compartimentos cerrados, mientras que
entre ellos, en la parte central correspondiente al llamado cuerpo esponjoso, discurren los conductos seminales que no quedan
presionados. Una eventual presión ejercida en la parte inferior de la raíz del
pene, por detrás de la bolsa escrotal, puede impedir temporalmente la
eyaculación. Se trata de una técnica un tanto chapucera de combatir la
eyaculación precoz, problema que obedece más a causas psicológicas que orgánicas.
Una
vez conseguido el orgasmo y la eyaculación, que en los hombres suele coincidir,
aunque no ocurre siempre, cesa la acción del nervio pudendo y se activan otros nervios tanto regionales como del
sistema nervioso autónomo, que van a
relajar el tejido eréctil permitiendo
la salida de sangre, el vaciado de los cuerpos
cavernosos. Hasta una nueva estimulación pasado el periodo refractario de
duración variable en función de la edad, el autocontrol y otros factores
diversos, no podrá conseguirse una nueva erección.
El
sistema nervioso autónomo juega un
papel clave en este mecanismo. Durante el coito y sus prolegómenos, el sistema parasimpático prevalece. Pero a
medida que la excitación aumenta, se acerca a un punto en el que se activarán
las fibras del sistema nervioso
simpático, y se producirá el orgasmo. En el momento del orgasmo la presión
arterial sistólica se eleva de forma súbita a más de 200 mmHg, los músculos se
tensan unos segundos, las pupilas se dilatan y se activan los músculos
pubococcígeos que impulsan la eyaculación. Durante esos escasos segundos los sistemas simpático y parasimpático están
activados a la vez. Pero inmediatamente el sistema
simpático tomará el control. Los nervios
pudendo y pélvico, que dependen y obedecen al sistema parasimpático, ya no responderán. Los estímulos simpáticos
ahora dominantes dan orden de constreñir las fibras musculares que permitían el
paso de sangre a los cuerpos cavernosos,
estos se vaciarán, y la sangre abandonará el pene que quedará de nuevo
fláccido.
Los
episodios de estrés o nerviosismo intenso activan el sistema simpático, concebido por la evolución para afrontar
situaciones extremas en las que debemos enfrentarnos a un peligro, por ejemplo,
ser atacados por un depredador. De hecho el estrés suele ser la causa más
frecuente del coloquialmente llamado gatillazo masculino. Una situación
embarazosa en la que las mujeres, seres de natural caritativo, suelen consolar
a sus parejas diciéndoles que no pasa nada, que eso puede pasarle a cualquiera
y otras mentiras piadosas semejantes.
El
Evangelio recomienda que nos amemos. El Kamasutra explica cómo.
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