La
Revolución Neolítica, a la que ya hemos hecho varias alusiones en
artículos anteriores, no sólo supuso un cambio radical en el ámbito
material de la vida de las gentes. Fue también y sobre todo, una
auténtica revolución en el plano espiritual. Los cambios que se
fueron sucediendo ante los ojos del hombre neolítico no se limitaron
a sus actividades, sus hábitos o ni siquiera al cambiante mundo que
contemplaba. Se produjo además un drástico y radical cambio en su
mentalidad.
Hauser,
a quien seguimos en este breve comentario, analizó muy certeramente
las diferencias existentes entre la mentalidad de las gentes del
Paleolítico y las del Neolítico. El cazador-recolector paleolítico
debía ser buen observador. Debía conocer los animales y sus
características, sus huellas y sus rastros. Debía poseer una vista
aguda y un oído fino. Todos sus sentidos debían estar pendientes
del exterior, enfocados a cuanto le rodeaba en la naturaleza. Es
lícito pensar en consecuencia, que en su mente, el mundo circundante
y él mismo constituían un único conglomerado homogéneo, un
universo del que formaba parte integrante, donde se confundían lo
real (un olor, un ruido...) con lo imaginario (una imagen vista en
sueños, por ejemplo), el todo y la parte, el mundo y la persona. En
un sistema de pensamiento semejante todo influye mágicamente en el
resto, porque todo está hecho de una misma sustancia de la cual el
mismo individuo participa.
En
cambio el agricultor o el artesano neolíticos no necesitan ya la
vista aguda del cazador-recolector. Su capacidad sensitiva y sus
dotes de observación, relativamente atrofiadas con respecto a su
tatarabuelo paleolítico, dan paso a otras disposiciones, como una
especial capacidad para la abstracción y para el pensamiento
racional, lo que se manifiesta tanto en su sistema de producción,
como en su arte formalista estrictamente concentrado y estilizado.
También se manifiesta en su concepción general del mundo. El
neo-humano neolítico se siente ya capaz de distinguir lo esencial de
lo accidental, de diferenciar la realidad de la imagen que de ella se
forma en su fantasía. Advierte, y este es un cambio fundamental, la
independencia de su voluntad frente a un mundo susceptible de ser
transformado racionalmente de acuerdo con unos planes bien concebidos
y ejecutados. En el individuo neolítico se enfrentan dos mundos, el
interior y el exterior, y tal escisión afecta a la distinción entre
idea y realidad, entre espíritu y cuerpo, fondo y forma, invisible y
visible.
En
la etapa anterior, el hombre se protegía del enemigo, el hambre o la
muerte con métodos mágicos e irracionales (pensamiento mágico
o pre-religioso). Ahora se da cuenta de que su seguridad o su
sustento dependen de la lluvia, el sol, la tierra... Ante cada
elemento, el hombre distingue entre las leyes fijas que lo regulan y
la forma concreta en que actúan según los casos. Todavía no
alcanza a dar una explicación científica a los distintos fenómenos.
No se conocerán hasta varios siglos más tarde las leyes físicas,
químicas o biológicas. La solución neolítica, la que propone el
pensamiento religioso o precientífico, consiste en
creer que detrás de cada manifestación de la naturaleza existe un
alma personal, inteligente y dotada de voluntad que desencadena su
actividad cuando le dicta su capricho. Así son los dioses de
volubles e imprevisibles. Es un pensamiento animista.
El individuo neolítico también detecta la presencia de un espíritu
que habita dentro de sí mismo, mediante el cual, y cumpliendo su
voluntad a través de sus miembros, es capaz de mover, influir y
transformar el mundo que le rodea. Considera lógico pensar que su
propio espíritu sobrevivirá cuando su cuerpo muera y se corrompa.
El
mundo neolítico se escinde en dos mitades, y el hombre se ve a sí
mismo igualmente escindido. Este animismo dualista se
hace patente en todas las manifestaciones de la cultura neolítica.
El arte ya no reflejará muchas veces simplemente lo que ve, sino la
idea que se ha hecho de lo visible. Florecerán con gran profusión
el arte y las decoraciones esquemáticas, que ya se apuntaban en
muchas manifestaciones del arte parietal y mueble del Mesolítico. Y
es que naturalmente, los cambios no se producen de manera súbita, de
la noche a la mañana. El cazador-recolector de las últimas etapas
del Paleolítico posee ya las mismas potencialidades que sus
descendientes. Ni su cerebro era menos capaz, ni su aparato fonador
menos eficaz. El cambio se verá potenciado por la variación de las
condiciones de vida y los medios de subsistencia. La Revolución
Neolítica resultó a la postre un motor imparable de progreso. El
pensamiento animista y religioso se transformará sólo unos pocos
siglos más tarde en pensamiento protocientífico, y
después en pensamiento científico propiamente dicho.
Esperemos que el futuro de nuestro mundo y de nuestras mentes nos
depare aun otras novedades más asombrosas y fantásticas.
Para
quien desee alcanzar la certeza lo más importante es saber dudar.
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