Anicio
Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma en 480.
Era hijo de una de las más nobles familias de la antigua metrópoli,
la famosa gens Anicia, que había dado a la tardorromanidad
cristiana dos emperadores y tres papas nada menos. Emparentó por
matrimonio con el cónsul Quinto Aurelio Símaco, y él mismo accedió
al consulado en 510. Boecio fue también primer ministro y principal
consejero del rey ostrogodo Teodorico, llamado Teodorico el Grande,
primero de su estirpe que, abandonando en parte los usos de sus
bárbaros predecesores, quiso apoyarse en las leyes y la cultura
tradicionales romanas para ejercer sus tareas de gobierno. Así pues,
Boecio fue algo así como el último gran patricio romano en un mundo
ya gótico, protomedieval y oscuro, con un Imperio fraccionado en mil
pedazos, en el que únicamente Bizancio, allá en el lejano Oriente,
conservaba aun las viejas esencias de aquel refinado y perdido tiempo
antiguo.
Si
hoy traemos a Boecio a nuestra Biblioteca Bigotini, lo hacemos en su
calidad, no de gobernante, sino de hombre de letras. Como tal,
emprendió la ardua tarea de traducir al latín las obras completas
de Platón y de Aristóteles. Probablemente en ese tiempo ya se
habían perdido buena parte de ellas, porque ya se había consumado
la destrucción de las grandes bibliotecas de la Antigüedad Clásica.
No obstante, sin duda se conservaban algunas más de las muy escasas
que han llegado hasta nosotros, casi todas a través de las versiones
en árabe que se pudieron traducir mucho más tarde. Lamentablemente
Boecio no pudo concluir su proyecto. A pesar de ello, sus
traducciones de las Categorías y del Peri Hermeneias
aristotélicas, constituyen auténticas joyas literarias. También se
deben a Boecio diferentes tratados sobre diversas materias como
aritmética, música, teología, astronomía o geometría. A su
manera, nuestro hombre quiso transmitir a las generaciones venideras
toda la sabiduría grecorromana.
Bien
es verdad que su obra divulgadora adolece de cierta simplicidad que
en ocasiones raya lo patético. Conviene sin embargo, no perder de
vista el contexto socio-histórico en que se movió el personaje. Los
albores del medievo fueron una época de naufragio cultural en la que
convenía salvar los mínimos enseres intelectuales que fuera capaz
de asimilar un público escasamente preparado. Desde esta
perspectiva, la labor de Boecio, como la de su contemporáneo
Casiodoro, o como la de nuestro San Isidoro de Sevilla, se nos revela
admirable y digna del mayor respeto.
Pero
la obra que ha hecho célebre a Severino Boecio es la Consolación
de la Filosofía, que como otras grandes piezas
literarias, fue compuesta en la cárcel (acordaos del Quijote). Pues
si, Boecio al parecer cayó en desgracia. Sus enemigos políticos le
acusaron de conspirar en favor de Bizancio, y tras un largo y penoso
cautiverio, fue decapitado hacia 520 en Pavía, donde se le venera
como santo. Os ofrecemos (clic en la imagen)
la versión digital de esta Consolación de Boecio. Una
pieza filosófica inspirada en el estoicismo, en la que
el autor conversa con la Filosofía personificada en una sabia mujer,
hallando así consuelo a su aflicción y reparación de su dolor.
Aquí tenéis todo un clásico de la literatura universal, acaso la
última gran obra de la latinidad tardía. Nos sitúa justo en la
línea donde comienza la Edad Media y concluye aquella añorada
Antigüedad. Disfrutadla. Quizá también, como Boecio, halléis en
ella consuelo.
¡Viviré
para siempre o moriré en el intento!
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