Desde
su fundación por los focenses procedentes de Anatolia en el siglo VI
a.C., la Masalia griega, la moderna Marsella y la Marsella eterna, ha
sido y es el gran puerto mediterráneo, atalaya desde la que Europa
mira al inmenso continente africano. Acompañado por sus inseparables
chicas, el profe Bigotini visitó Marsella en un verano inolvidable,
respiró la fragancia balsámica de su mistral, brisa marina
inspiradora de poetas, y hasta sufrió los olores fuertes y a veces
no del todo agradables, de sus abigarrados barrios. En Marsella el
turista no puede dejar de visitar el imponente castillo de If.
Situada en la isla del mismo nombre, que emerge en el centro de la
bahía marsellesa, la histórica fortaleza del XVI sirvió de
involuntaria morada a Edmundo Dantés, el inolvidable personaje de
Dumas. En un barquito que parte del puerto viejo, los viajeros
arriban a la isla y se deleitan visitando la imaginaria celda de
Montecristo y la contigua del abate Farias. Una simpática excursión
literaria.
Es
obligado un tranquilo paseo por el puerto viejo, deteniéndose en los
coloridos puestos de pescados y mariscos. Es posible allí escuchar
un asombroso babel de diferentes lenguas. Casi la mitad de los
novecientos mil habitantes de Marsella son de nacionalidad no
francesa. Tras la guerra de Argelia, unos ciento cincuenta mil
argelinos, los célebres pied noir, llegaron como refugiados.
Existen también unas importantes colonias armenia, italiana, griega,
judía (la mayor de Europa) y hasta española compuesta por miles de
exiliados tras la Guerra Civil. Interesa perderse por las callejas
que rodean el puerto. Por su inextricable dédalo arribará el
turista a la basílica de La Garde, que desde los imponentes
doscientos metros de su atalaya, preside y vigila la bocana de
entrada a la vieja Marsella. Es recomendable para los visitantes
fatigados utilizar el pintoresco trenecito que asciende hasta la cima
de la colina. Debe también visitarse la catedral de Santa María la
Mayor, una rareza románico-bizantina en pleno midí francés.
Y
pasear. Sobre todo pasear. Una cervecita fría en alguna de las
terrazas entoldadas del puerto, un thé a la mente en alguno
de los cafetines morunos, o un pastis helado en cualquier rincón de
la ciudad. El pastis es la bebida más típica de Marsella, y por
extensión de toda Francia. Es asombrosa la variedad de sabores,
colores y graduaciones de este fragante anisado, convertido en
bandera y símbolo marsellés en el mundo entero. Conviene, eso si,
saborearlo sin prisas, acomodarse bajo la fresca sombra de las
palmeras del paseo marítimo, y acompañarlo de una gran jarra de
agua helada. Hay entonces que vencer las inevitables ganas de siesta,
y decidirse a buscar donde comer. Una decisión nada fácil por
cierto. Dejando aparte las tentadoras ofertas étnicas, Marsella es
la cuna de la fabulosa cocina provenzal. Muy recomendable el bacalao
(moure) en cualquiera de sus infinitas preparaciones. Una
brandada con su costra crujiente y sus tostadas con alioli está muy
bien para empezar. Tampoco hay que desdeñar los humeantes buñuelos
de pescado, frituras con abundante ajo y perejil, que tienen poco o
nada que envidiar a nuestras andaluzas delicias de sartén. Entre las
carnes triunfa el cordero, y entre los postres, un fabuloso pastel de
higos que no puede dejar de probarse.
Luego
está la Marsella secreta. El tarot marsellés, ese famoso tarot con
los naipes de la muerte, el ahorcado... se extendió por toda la
Europa medieval. Marsella ha sido de siempre escenario literario y
real de conspiraciones y sociedades ocultas, que han inspirado
historias desde Dumas hasta Umberto Eco. Hay una Marsella católica,
y hasta ultracatólica (lefebrista). Según la tradición, los
fundadores de la Iglesia marsellesa fueron María Magdalena y Lázaro
de Betania. Al parecer la arrepentida y el resucitado viajaron desde
Tierra Santa hasta la costa provenzal para difundir el Evangelio. Es
a la vez Marsella uno de los principales centros musulmanes de
nuestro continente. En el barrio argelino llaman los muhecines a la
oración con idéntica algarabía que en Argel o en Marrakech. Hay
también varias sinagogas en activo, y hasta un notable templo
budista.
En
fin, esta es Marsella, una de las ciudades más hermosas de Europa.
Bigotini y sus encantadoras compañeras la recuerdan con nostalgia.
Hombre
invisible busca mujer transparente para hacer lo nunca visto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario