Publicado en nuestro anterior blog el 20 de abril de 2012.
Biólogos y evolucionistas están de
acuerdo en que la principal incógnita a despejar sobre la historia de la vida
en nuestro planeta es sin lugar a dudas, la aparición del primer organismo vivo
capaz de autoreplicarse. Este primer paso fue desde luego, no sólo el más
complicado, sino también por su lejanía, el que cuesta más trabajo imaginar y
reproducir. Si en esto hay unanimidad, también la hay en situar en segundo
lugar en esta escala de pasos decisivos, la formación de las primeras
organizaciones pluricelulares.
La teoría es la siguiente: dos o más
organismos unicelulares individuales se unen o se asocian en beneficio mutuo,
de tal manera que con el paso del tiempo esta cooperación se consolida y
desemboca en la aparición de organismos vivos donde diferentes células
individuales realizan tareas especializadas que contribuyen al desarrollo y la
reproducción (no olvidéis nunca que ese es el objetivo final de todo organismo:
perpetuar su acervo genético) del organismo complejo resultante. Bien, pero
esto no es más que teoría. Faltaba, como siempre, encontrar el eslabón perdido,
observar a través del microscopio a varias bacterias o varios organismos
unicelulares cualesquiera, asociarse, cooperar y construir estructuras
complejas.
En las últimas décadas se han
encontrado ya afortunadamente varios ejemplos en este sentido. Tal vez ninguno
de ellos es tan sugestivo y espectacular como este de los mixocelos, que hoy os quiero mostrar como una
más de las muchas curiosidades biológicas a las que ya sabéis que soy tan
aficionado.
Por regla general el mixocelo se presenta en la
naturaleza en forma de células aisladas, con características de las amebas
ordinarias que habitan en el subsuelo. Cuando los nutrientes escasean (por
ejemplo en caso de sequías y estiajes), las amebas aisladas se reúnen en
determinado punto, como animadas por una secreta voz de mando. En ese punto van
acumulándose, hasta formar una estructura que recuerda a un alfiler vertical
cuya cabeza apunta hacia arriba. La estructura consta de un tallo y una
protuberancia superior o cabeza cargada de esporos. Una vez formada esta
estructura, el mixocelo es
capaz de moverse como un todo, retorciéndose y estirándose como un gusano en
busca de terrenos más húmedos.
Fijaos en el detalle de que las
diferentes células individuales asumen papeles diferenciados (cabeza y tallo).
No falta tampoco el componente altruista: las amebas del tallo y las que forman
las zonas exteriores, que son la mayoría, se sacrifican y entregan su vida
literalmente para preservar la de unas pocas que han quedado en la región
interior de la cabeza, única parte que sobrevivirá a la estación seca. Pero
aquí lo más intrigante es la siguiente pregunta: ¿cómo saben las diferentes
células individuales que tienen que agruparse, en qué momento, en qué lugar y
de qué manera?
Los biólogos descubrieron que las
amebas segregan una sustancia llamada adenosín
monofosfato cíclico (cAMP).
Si una ameba es alcanzada por el cAMP de otra, la primera es capaz de segregar
cAMP en mayor cantidad. La acción conjunta de este efecto de refuerzo, por una
parte, y la difusión por otra, conduce a la formación sobre el terreno de
dibujos de ondas o espirales químicas. Las diversas células pueden medir el
gradiente de densidad de las respectivas ondas de cAMP, y moverse en sentido
contrario al gradiente. Para ello cada ameba utiliza pequeños divertículos o
invaginaciones con los que literalmente “rema” sobre el terreno.
Lo verdaderamente asombroso es que
estas espirales o círculos concéntricos trazados por organismos vivos, son del
todo idénticos a los dibujos que forman las reacciones químicas de naturaleza
inanimada, y también similares a las simulaciones gráficas del gradiente que realizan
los programas matemáticos. Esto nos induce a pensar que en efecto, la vida
obedece siempre a unas reglas y sigue unas pautas determinadas, y (sobre todo)
está regida por las mismas leyes fisicoquímicas que gobiernan el resto del
Universo. Perdonad este pequeño desbarre pseudofilosófico, pero es que a veces
no me puedo contener.
Volviendo a los mixocelos, lo que aun no parece
aclarado es el mecanismo por el que unas amebas migran hacia el tallo y otras
hacia la cabeza, pero en todo caso, está probada la evidencia de que las
distintas células se comunican por medio de estímulos químicos, como por otra
parte sucede de forma sistemática en todos los organismos pluricelulares
avanzados. Quedaos con esto y no dejéis de pensar. De todos los ejercicios, es
el más recomendable.
Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day
antes de que fuera virgen. Groucho Marx.
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