En
anteriores entregas de nuestra serie protagonistas de la
ciencia dedicadas a Miguel Servet
y William Harvey
(haced clic en sus nombres para enlazar), tratamos
el descubrimiento de la circulación
menor o pulmonar de la
sangre, que se ha atribuido a ambos. Pues bien, el
verdadero mérito lo tiene en realidad Ibn
Al-Nafis, médico sirio nacido hacia 1210 en Damasco.
Su nombre completo era Ala-as-din abu al-Hassan Ali ibn Abi-Hazm
al-Qarshi al-Dimashqi, galimatías casi irreproducible para los
occidentales. Además de estudiar medicina, Al-Nafis adquirió
conocimientos de teología, jurisprudencia y literatura. Comenzó a
ejercer como médico en su Damasco natal, para trasladarse después a
Egipto, donde dirigió dos hospitales y fue nombrado médico personal
del sultán.
Ibn
Al-Nafis escribió un comentario a Avicena donde hacía diferentes
observaciones sobre anatomía y fisiología. Fue en este texto donde,
refutando la extendida opinión de Galeno, Al-Nafis describió,
apoyándose en su propia experiencia, la circulación pulmonar que
consigue la oxigenación de la sangre para volver a incorporarse al
circuito arterial. Ahora bien, este escrito debió tener muy escasa
difusión, perdiéndose su conocimiento al menos en Europa. Tuvieron
que transcurrir casi ocho siglos hasta que en 1924, un médico y
erudito egipcio rescató el manuscrito en una biblioteca
universitaria de Berlín. Así que ni nuestro paisano Servet ni el
inglés Harvey obraron de mala fe. Simplemente Servet fue el primero
en dar a la imprenta la evidencia de lo que ya iban intuyendo muchos
anatomistas del Renacimiento, y años después Harvey realizó una
descripción detallada con sólidas bases fisiológicas de la
circulación pulmonar.
No
obstante, a Ibn Al-Nafis corresponde el mérito y la primicia del
descubrimiento. Vaya el homenaje y el reconocimiento que desde este
modesto foro hacemos a su memoria.
Perdona
siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más. Oscar Wilde.
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