El
tren de las 10:40 de Amberes a Brujas llega puntual como un reloj.
Brujas es la ciudad medieval mejor conservada de Europa. La pequeña
Venecia surcada de canales, ofrece al visitante los encantos de los
viejos y florecientes burgos comerciales del medievo, cuna de las
libertades civiles y quintaesencia de la ciudadanía libre, opuesta
frontalmente al feudalismo y a los abusos de los nobles. Recorremos
los canales, las zigzagueantes calles, y por supuesto, las
confiterías y chocolaterías…
No
termina de hacer el calor que uno espera el penúltimo día de julio.
Las bellas compañeras de viaje del profe compran ropa en alguna de
las boutiques del centro. Volviendo a lo gastronómico (si es que
alguna vez nos apartamos del tema), Brujas es la incuestionable
capital belga de la buena mesa. Sobre todo los postres son
verdaderamente excepcionales. A caballo entre la cocina tradicional y
la nouvelle cuisinne,
el KooKeet es un restaurante acogedor y fantástico, varias veces
reconocido con las famosas estrellas de la no menos célebre guía.
La ensalada templada de costillas con delicias del bosque, la
fantasía de gambas o el delicioso chocolate a la cerveza, son
pequeños grandes placeres que merece la pena permitirse de vez en
cuando.
Nuestro
hotelito de Brujas recuerda a las casas de muñecas. La habitación,
un ático abuhardillado y cálido, decorado con una amplia profusión
de mullidos cojines y labores de punto, resulta ideal para el
descanso. En los desayunos predominan los lácteos en todas sus
modalidades. Tampoco falta la esponjosa repostería, los chocolates o
las infusiones. Son festines de tazones calientes y bollos
crujientes. Sensacional para estos climas septentrionales y
lluviosos. Llueve suavemente pero sin descanso, y la lluvia resbala
en el alma de los viajeros como las emocionadas lágrimas de los
bosques de los cuentos. Verdes bosques sumidos en el profundo sueño
de las hadas y las pequeñas criaturas silvanas. Encontramos refugio
en la vieja catedral gótica. Ante el atónito visitante se despliega
el fantástico tríptico de Van Eyck. Más alimento espiritual.
¡Oh
qué hermosa ciudad! No se trata sólo del clásico destino turístico
con rincones pintorescos y coches de caballos. Por supuesto, también
lo es, pero es mucho más que eso. Hemos agotado la pastilla de fotos
de mayor capacidad. Sucumbimos (cómo no) a la dulce tentación de
las pastelerías con sus escaparates abarrotados de delicias
multicolores. El inevitable paseo náutico por los canales, completa
una jornada entrañable. Besos, abrazos y luminosas sonrisas ¿Se
puede pedir más? Quizá una cena espléndida.
Cenamos
en The Hobbit,
un restaurante ambientado en las obras de Tolkien, donde cocinan al
estilo de la Comarca. Costillas de cerdo caramelizadas y parrillada,
precedidas de suculentos aperitivos y regadas con rica cerveza belga.
Todo estupendo.
En
uno de estos prácticos trenes regionales, y en menos de una hora nos
plantamos en Gante (ciudad imperial, oiga usté). En su centro
histórico todo es grandioso, aunque carente del encanto burgués de
Brujas. En Gante continuamos incansables la sesión fotográfica.
Tras
alguna que otra vacilación con los tranvías de Gante (hemos tomado
uno en sentido contrario), regresamos a nuestra base en Brujas.
Decididamente da gusto viajar en los ferrocarriles belgas. Ya de
vuelta hacemos algunas compras (quesos, chocolates…), cenamos junto
a la vieja lonja de los mercaderes, y a la cama. El siguiente día
será de los de viaje con maletas, y hay que descansar bien. Nos
espera Bruselas. Ojalá que con los brazos abiertos.
Lo
menos frecuente en la vida es vivir. Casi todo el mundo se limita a
existir. Oscar Wilde.
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