A
menudo escuchamos y leemos (aquí mismo lo hemos comentado en alguna
ocasión) que los seres vivos, por muy sencillos y primitivos que
sean, son organismos con estructuras muy complejas. Esto es
completamente exacto, y sin embargo, acaso no por ello hay que pensar
que la vida es una especie de milagro de ocurrencia imposible. Ya
sabéis que en Bigotini somos darwinistas convencidos, y siempre
hemos mantenido que, a pesar de que todavía no conocemos todas ellas
detalladamente, la evolución se rige por una serie de leyes y
normas. Naturalmente el origen de los primeros compuestos orgánicos,
no puede ser una excepción. Si lo pensamos bien, el proceso de
formación de materia viva elemental no debe ser sustancialmente
distinto de otros procesos de agregación que se dan en la
naturaleza. Átomos y moléculas tienden de forma espontánea a
formar estructuras organizadas. La base está en la disposición de
los electrones en torno a los núcleos atómicos, y en los enlaces
que unen unos átomos con otros.
Hay
estructuras inorgánicas que son sorprendentemente parecidas a la
materia orgánica. Se trata de los cristales.
Ya sean sólidos como un diamante, o líquidos como la pantalla de tu
ordenador, los cristales se autoorganizan disponiendo sus partículas
mediante afinidades electrónicas. Siguen siempre el mismo esquema
regular y determinado, tanto en forma como en orientación, creando
una red tridimensional provista de una perfecta simetría espacial.
Los cristales son capaces de crecer, creando largas moléculas
homogéneas que siguen una disposición periódica en su interior.
Los cristales son también capaces de unirse a otros cristales,
integrándolos en su estructura. Si diluyes en agua un poco de
sulfato de cobre, obtendrás una masa desordenada y amorfa. Pero
basta con que deposites un hilo sobre la superficie del agua y añadas
una gotita de acetona, para que las moléculas comiencen a disponerse
ordenadamente a lo largo del hilo. Es más, si mueves este recién
creado cristal y lo acercas al sulfato de cobre que aún no se ha
organizado, comprobarás como tu cristal induce a la materia
desorganizada a convertirse en cristalina. Es lo más parecido a la
reproducción que puede verse en el mundo inorgánico.
Pero
aun hay más. La arcilla del suelo se extiende haciendo crecer una
lámina nueva de arcilla entre dos capas ya existentes. Las
características de las láminas (como densidad o carga iónica) son
copiadas, pero no siempre resultan del todo idénticas al original,
pues en el proceso pueden producirse errores (en biología diríamos
mutaciones) con el resultado de que las láminas hijas serán
ligeramente distintas a la lámina madre. Los términos copia,
mutación, madre o hija, probablemente harían que los especialistas
en mineralogía fruncieran el ceño, pero sirven para hacernos una
idea bastante aproximada de cómo ocurren estos procesos.
Estructura cristalina de un copo de nieve |
Aminoácido: glicina |
Las
moléculas orgánicas, lo mismo que los cristales, están formadas
por largas cadenas ordenadas y regulares, que tienden a repetirse, a
reproducirse. Tan grande es el parecido que hay cristalógrafos que
llaman compuestos biomorfos
a ciertos cristales. Los cristales pueden imitar incluso estructuras
sinuosas y curvadas, muchas veces indistinguibles al microscopio de
las estructuras vivas. Claro está, que a diferencia de los seres
vivos, el cristal no posee unas instrucciones internas de cómo debe
configurarse. En la materia inorgánica no hay aun ADN ni nada que se
le parezca remotamente. Estamos simplemente ante un fenómeno natural
debido a las afinidades electrónicas de los átomos. Nada más que
eso, pero también nada menos, porque lo importante de esto es que
las moléculas que dan lugar a la vida (aminoácidos),
se disponen exactamente igual que los cristales, y obedecen a los
mismos mecanismos.
Los
aminoácidos son asociaciones ordenadas de átomos de carbono,
hidrógeno, nitrógeno y oxígeno; cuatro elementos que podemos
considerar los pilares de la vida. Tienen una estructura repetitiva:
un grupo amino (un nitrógeno y dos oxígenos: NH2), una estructura
central de un carbono más un hidrógeno (CH), y un grupo carboxilo
(COOH). Del carbono central sale un enlace llamado radical R, que
adhiere al conjunto otras sustancias que son las que varían de unos
a otros aminoácidos. Como cada radical R es diferente, cada uno
atrae sustancias distintas, por eso existen varios centenares de
aminoácidos. Sin embargo, curiosamente de ellos sólo 22 dan lugar a
todos los seres vivos conocidos, por eso estos 22 aminoácidos son
conocidos como los ladrillos de la vida. Son los 22 elegidos capaces
de construir todas las estructuras orgánicas que constituyen la
biomasa de nuestro planeta. Parecen muy pocos, pero sus combinaciones
pueden ser infinitas. Es algo así como un alfabeto de 22 letras.
Imaginad la cantidad de libros diferentes que pueden escribirse con
ellas. El número de seres vivos, todos ellos únicos, que pueden
construirse con esos 22 aminoácidos no hace falta imaginarlo. Basta
con que miréis a vuestro alrededor.
Hay
quienes no creen en los milagros. Otros pensamos que todo lo que nos
rodea es un milagro. Albert Einstein.
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