Nacido
en Ucrania en 1809, Nikolái Vasilievich Gógol
era hijo de una ilustre familia de la nobleza rutena proveniente de Polonia,
los Gógol-Yanovski, aunque Nikolái que siempre se consideró profundamente ruso,
evitó utilizar la segunda parte de su apellido. Con diecinueve años, en 1828,
se trasladó a San Petersburgo, para trabajar como funcionario de la
administración zarista. Conoció allí a Aleksandr Pushkin, ya por entonces
considerado una gloria nacional de las letras rusas, que le animó a escribir y
le introdujo en el mundo intelectual y literario petersburgués. En los años
treinta Gógol ejerció como profesor de historia medieval en la Universidad.
Publicó durante aquellos años con gran éxito sus primeros relatos: La avenida Nevski, El diario de un loco, El
capote y La nariz, este último
convertido en ópera décadas más tarde por el gran Dimitri Shostakóvich, también
con gran éxito y elogiosas críticas.
Hasta
aquel momento, Nikolái Gógol formó parte y se relacionó con la sociedad
aristocrática. Probablemente su frecuentación de artistas, bohemios y críticos
con el régimen zarista le condujo a un cambio radical de sus ideas políticas y
sus planteamientos vitales. Publicó y estrenó en 1836 su comedia El inspector, una obra satírica que le
granjeó muchos enemigos entre los poderosos y hasta en el seno de su propia
familia, lo que finalmente le decidió a abandonar Rusia. Su exilio le llevó a
Italia, Alemania, Suiza y Francia. Publicó en 1842 Almas muertas, sin duda su novela más redonda, donde arremetió con
dureza contra la minoría oligárquica que mantenía sojuzgado al pueblo ruso.
También se debe a su pluma la autoría de Tarás
Bulba, una novela histórica ambientada en la Ucrania del siglo XVI que
marca un hito en el Romanticismo literario en lengua rusa.
Los
últimos años del escritor estuvieron marcados por una incesante lucha interior
entre sus convicciones antizaristas y sus orígenes aristocráticos. Visitó
Jerusalén acompañado de un pope ortodoxo, el padre Konstantinovski, que actuó
como una especie de director espiritual de Gógol, oveja descarriada a quien
pretendió regenerar y ganar para la causa de Cristo. Como medio de
reconciliarse con la clase a la que pertenecía, Nikolái se embarcó en una
especie de viaje imposible hacia atrás, mediante la escritura de una segunda
parte de Almas muertas, a la que
llamó Almas blancas. Según íntima
confesión del autor, aquello le resultó imposible. Mientras intentaba describir
a los personajes de su primera novela con trazos benévolos, la pluma no le
obedecía, derivando constantemente hacia lo grotesco y lo ridículo. Terminó
quemando lo que había escrito de Almas
blancas en la chimenea del confortable estudio moscovita del bulevar
Nikitski en el que falleció en 1848.
Nikolái Gógol protagoniza una de las cumbres de la literatura europea del ochocientos y de la literatura rusa de todos los tiempos. A medio camino entre el Romanticismo de su tiempo y el Realismo que adoptarían muchos de sus compatriotas escritores, su obra inaugura la novela rusa moderna y sus ideas preludian el estallido social que constituyó décadas después la Revolución soviética. Por eso las generaciones posteriores le tienen también por una gloria nacional. Para recordar su prosa, nuestra biblioteca Bigotini desempolva hoy su relato Diario de un loco, al que puede accederse haciendo clic sobre el enlace:
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Diario+de+un+loco.pdf
El lacayo abrió la portezuela, y la joven saltó del coche como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y al alzar los ojos sentí que mi corazón quedaba herido…
Nikolái
Gógol. Diario de un loco.
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