miércoles, 16 de agosto de 2023

NIKOLÁI GÓGOL Y SU INCESANTE LUCHA INTERIOR

 


Nacido en Ucrania en 1809, Nikolái Vasilievich Gógol era hijo de una ilustre familia de la nobleza rutena proveniente de Polonia, los Gógol-Yanovski, aunque Nikolái que siempre se consideró profundamente ruso, evitó utilizar la segunda parte de su apellido. Con diecinueve años, en 1828, se trasladó a San Petersburgo, para trabajar como funcionario de la administración zarista. Conoció allí a Aleksandr Pushkin, ya por entonces considerado una gloria nacional de las letras rusas, que le animó a escribir y le introdujo en el mundo intelectual y literario petersburgués. En los años treinta Gógol ejerció como profesor de historia medieval en la Universidad. Publicó durante aquellos años con gran éxito sus primeros relatos: La avenida Nevski, El diario de un loco, El capote y La nariz, este último convertido en ópera décadas más tarde por el gran Dimitri Shostakóvich, también con gran éxito y elogiosas críticas.


Hasta aquel momento, Nikolái Gógol formó parte y se relacionó con la sociedad aristocrática. Probablemente su frecuentación de artistas, bohemios y críticos con el régimen zarista le condujo a un cambio radical de sus ideas políticas y sus planteamientos vitales. Publicó y estrenó en 1836 su comedia El inspector, una obra satírica que le granjeó muchos enemigos entre los poderosos y hasta en el seno de su propia familia, lo que finalmente le decidió a abandonar Rusia. Su exilio le llevó a Italia, Alemania, Suiza y Francia. Publicó en 1842 Almas muertas, sin duda su novela más redonda, donde arremetió con dureza contra la minoría oligárquica que mantenía sojuzgado al pueblo ruso. También se debe a su pluma la autoría de Tarás Bulba, una novela histórica ambientada en la Ucrania del siglo XVI que marca un hito en el Romanticismo literario en lengua rusa.


Los últimos años del escritor estuvieron marcados por una incesante lucha interior entre sus convicciones antizaristas y sus orígenes aristocráticos. Visitó Jerusalén acompañado de un pope ortodoxo, el padre Konstantinovski, que actuó como una especie de director espiritual de Gógol, oveja descarriada a quien pretendió regenerar y ganar para la causa de Cristo. Como medio de reconciliarse con la clase a la que pertenecía, Nikolái se embarcó en una especie de viaje imposible hacia atrás, mediante la escritura de una segunda parte de Almas muertas, a la que llamó Almas blancas. Según íntima confesión del autor, aquello le resultó imposible. Mientras intentaba describir a los personajes de su primera novela con trazos benévolos, la pluma no le obedecía, derivando constantemente hacia lo grotesco y lo ridículo. Terminó quemando lo que había escrito de Almas blancas en la chimenea del confortable estudio moscovita del bulevar Nikitski en el que falleció en 1848.


Nikolái Gógol protagoniza una de las cumbres de la literatura europea del ochocientos y de la literatura rusa de todos los tiempos. A medio camino entre el Romanticismo de su tiempo y el Realismo que adoptarían muchos de sus compatriotas escritores, su obra inaugura la novela rusa moderna y sus ideas preludian el estallido social que constituyó décadas después la Revolución soviética. Por eso las generaciones posteriores le tienen también por una gloria nacional. Para recordar su prosa, nuestra biblioteca Bigotini desempolva hoy su relato Diario de un loco, al que puede accederse haciendo clic sobre el enlace: 

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Diario+de+un+loco.pdf

El lacayo abrió la portezuela, y la joven saltó del coche como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y al alzar los ojos sentí que mi corazón quedaba herido…

Nikolái Gógol. Diario de un loco.


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