El
año 999, tan cercano a aquella fecha mágica que presagiaba el fin del mundo en
el orbe cristiano, fue elegido Papa y accedió al solio pontificio Gerberto de
Aurillac, el primer papa francés, que tomó el nombre de Silvestre
II. Aquel príncipe de la Iglesia contó entre sus aliados con los
reyes de Francia y de Aragón, pero tuvo también muchos enemigos y detractores
que le apodaron el papa mago.
Adquirió Silvestre fama de brujo entre las supersticiosas gentes medievales por
su afición a las matemáticas, una pasión que según confesión propia, fue
heredada de otro hombre que había vivido dos siglos antes que él.
Su difunto maestro había escrito un tratado, Propositiones ad acuendos iuvenes, problemas para agudizar el ingenio de los jóvenes, que copiado hasta la extenuación en monasterios y abadías, se convirtió en uno de los textos clásicos más leídos y estudiados por los amantes de los números. El autor de las Propositiones fue Flaccus Albinus Alcuinus, más conocido como Alcuino de York, un inglés protegido del emperador de Francia, que desarrolló su carrera de erudito y la mayor parte de su vida en la corte de Carlomagno, el de la barba florida, bajo cuyo amparo y mecenazgo floreció, además de su barba, un periodo prolífico tanto en las ciencias como en las artes, que se ha dado en llamar renacimiento carolingio.
Alcuino
llegó a ser el abad de San Martín de Tours, máximo cargo eclesiástico de la
Francia carolingia. Fue poeta, teólogo y erudito, destacando sobre todo en el
ámbito de las matemáticas.
Su
discípulo póstumo, el papa Silvestre, el
papa matemático o papa de los números, entre otras cosas transformó el
suelo de la catedral de Reims en un ábaco gigantesco. A él y a sus decretos
debemos la adopción oficial de los dígitos árabes en la numeración,
sustituyendo a los romanos en inscripciones y textos canónicos, si bien hacía
ya algunos años que los venían utilizando los matemáticos occidentales. Se
atribuye también a Silvestre la invención del reloj de péndulo, aunque lo
cierto es que apadrinó y respaldó a sus inventores. Ideó el papa un mecanismo
para seguir las órbitas planetarias, y hasta escribió un notable tratado sobre
geometría. Abandonó temporalmente la sede pontificia para estudiar lógica en
Alemania, y a él se debe la siguiente frase: El hombre justo vive por la fe, pero es bueno que tenga que conjugar la
ciencia con su fe.
En fin, ya veis que hasta en los oscuros tiempos medievales brillaron con fuerza algunas luces del conocimiento, algo que si es meritorio en cualquier época, lo es todavía más en un periodo en el que triunfaron el oscurantismo y la superstición. El profe Bigotini es gran admirador de Silvestre II y de Alcuino de York, su maestro, al que no pudo conocer en persona. A su ingenio y su talento se deben problemas célebres de matemática y de lógica, como los de cruces de ríos, los de contar palomas sobre una escalera, el del padre agonizante que deja en herencia a sus hijos unas vasijas de vino, o el de los tres maridos celosos. Todos se han convertido en clásicos de las adivinanzas matemáticas.
Voy a viajar a Roma, porque es la tierra donde nació Nuestro Señor Jesucristo. Shakira.
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