Umberto Eco
nació en Alessandria (Piamonte) en 1932 y en una familia de clase media.
Estudió con los salesianos y más tarde en
En
1975 se hizo cargo de la cátedra de semiótica en
En
materia religiosa se consideró a sí mismo un ateo educado en el catolicismo. En
el terreno político se identificó siempre con la izquierda sin llegar a militar
en el PCI ni en ningún otro partido. Se definió alguna vez como antifascista, y
en sus últimos años fue un crítico mordaz de Silvio Berlusconi y de la neo-partitocracia
populista que comenzaba a florecer en Italia.
En
cuanto a su obra, la simple enumeración de sus ensayos sobrepasaría con mucho
la capacidad de nuestro modesto foro. Pueden citarse como más conocidos Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1964), Tratado de semiótica general (1975) o Lector in fábula (1979).
Su
faceta literaria, que es la que nos interesa, se inició ya en su madurez.
Destacan entre sus novelas El nombre de la rosa (1980), la
primera que escribió y que constituyó un éxito editorial sin precedentes en
todo el mundo, El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994),
Baudolino
(2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004), El
cementerio de Praga (2010) y Número cero (2015). No puede decirse
que entre ellas exista ningún tipo de continuidad o línea literaria reconocible.
Eco investiga continuamente y cambia de asunto, de técnica y hasta de estilo
narrativo en cada obra. Desde el best
seller en que se convirtió El nombre
de la rosa hasta la narración introspectiva de La isla o El cementerio,
media un abismo literario insondable. A juicio de quien esto escribe, Umberto
Eco viene a ser el equivalente italiano, o más bien ítalo-europeo, del Borges
rioplatense. Ambos bucean en bibliotecas galácticas e infinitas, y exploran en
ellas remotos estantes que nadie había visitado aún.
Como tributo póstumo al talento de este piamontés universal, nuestra biblioteca Bigotini, que no es galáctica ni infinita, pero también cuenta con alguna que otra sección misteriosa, os propone la lectura (clic sobre el enlace) de las Apostillas a El nombre de la rosa, un breve opúsculo que completa y enriquece la obra, satisfaciendo la pasión bibliófila del autor con una serie de anotaciones y precisiones que seguramente su editor no habría admitido en la novela. Disfrutadlas.
Quería
un ciego que custodiase una biblioteca (me parecía una buena idea narrativa), y
biblioteca más ciego sólo puede dar Borges. Umberto Eco. Apostillas a El nombre
de la rosa.
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