Aníbal era el hijo mayor de Amílcar, el
general cartaginés que había sido derrotado por los romanos en la Primera Guerra Púnica. Su padre se ganó
el epíteto de Barca (fulgor en lengua
fenicia) por sus grandes hazañas militares. Había salvado a Cartago de la
insurrección de los mercenarios, que capitaneados por un antiguo esclavo griego
llamado Estipendio, amenazaron seriamente la metrópolis. Amílcar los derrotó
con un ejército improvisado y muy inferior en número. Pero al concluir ese
episodio bélico que había durado tres años, los cartagineses supieron que sus
enemigos romanos, que después de la primera contienda eran dueños de Sicilia,
se habían hecho también con Cerdeña, Córcega y Marsala que se apresuraron a
latinizar en Marsilia, con lo que dominaban prácticamente el Mediterráneo
occidental, y que en Hispania habían avanzado ya al sur del Ebro, con lo que
amenazaban los prósperos asentamientos fenicios del levante peninsular.
En
efecto, Roma comenzó en aquel periodo de entreguerras su expansión
imperialista. La primera provincia que incorporó fue Sicilia.
Córcega y Cerdeña formaron la segunda. Derrotados los ligures y los galos del
norte de Italia, se constituyó la tercera, la Galia Cisalpina con capital en Mediolanum (Milán). En el noreste Roma
se apoderó de Iliria, lo que le permitió dar el salto a Dalmacia, al otro lado
del Adriático…
Amílcar
pidió a sus compatriotas un ejército para enfrentarse a Roma. Los comerciantes le
apoyaron. Sin embargo, la aristocracia agraria era más conservadora. Al final
Cartago optó por una solución de compromiso, en vez de un cuerpo de ejército,
Amílcar obtuvo sólo una división. Llevó al templo de Baal-Haman a sus cuatro leoncillos, como él llamaba a su joven
yerno Asdrúbal y a sus tres hijos: Aníbal, Asdrúbal (otro más) y Magón. Allí
les hizo jurar que vengarían a Cartago, les armó con las mejores armas y
atavíos, y les llevó con él.
Se dirigió al oeste, cruzó el estrecho, y con su exigua tropa redujo a la obediencia a las ciudades hispanas que se habían sublevado. Cartago no movió un dedo para ayudarle. Todo lo hizo él solo. Excavó minas para extraer el hierro, fabricó armas, monopolizó el comercio de la región para obtener recursos… Pero la muerte le sorprendió en una escaramuza con una tribu rebelde. Le sucedió su yerno Asdrúbal que durante otros ocho años continuó su labor y hasta fundó una nueva ciudad, Cartago Nova la llamaron sus enemigos, Cartagena, una perla incrustada en el litoral. Cuando Asdrúbal cayó apuñalado por un asesino en un episodio no bien aclarado, los soldados proclamaron general a Aníbal. El hijo mayor de Amílcar tenía entonces veintisiete años, había pasado diecisiete en campaña, pero aún recordaba el juramento que prestó cuando sólo tenía diez.
Con
permiso de Alejandro Magno, Aníbal fue seguramente el caudillo más brillante de
la Antigüedad. Además de su lengua fenicia, dominaba el griego y el latín, y al
decir hasta de sus enemigos, era versado en Historia. Era valiente, astuto y
frugal. Vestía igual que el más humilde de sus hombres, comía lo que ellos
comían y dormía con ellos en el suelo. Conocía bien la fuerza de Roma, pero
también sus debilidades, así que se decidió a marchar sobre la misma Urbe. En
218 a.C., tras ocho meses de asedio, conquistó Sagunto, ciudad aliada de Roma.
Comenzó así la Segunda Guerra Púnica.
Reclutó
soldados entre las tribus ibéricas, y después de encargar a su hermano Asdrúbal
el gobierno de sus recientes conquistas y la preparación de refuerzos, cruzó
primero el Ebro y después los Pirineos con treinta elefantes, cincuenta mil
infantes y nueve mil jinetes, casi todos hispanos y libios. Ya en suelo
francés, las tribus galas de Marsella, aliada de Roma, le opusieron
resistencia, pero logró llegar a las estribaciones de los Alpes. Allí dejó
marchar a diez mil hombres que titubeaban o se negaban a continuar.
Inició
entonces el mítico paso de los Alpes. Los historiadores no se ponen de acuerdo
en si lo hizo por San Bernardo o por Monginevro. En septiembre de 218 alcanzó
las alpinas cumbres nevadas. Su ejército descansó allí dos días. En la
ascensión perdió a varios miles de hombres, bien por frío, fatiga, o los
ataques de guerrilleros célticos. El descenso fue mucho más difícil y heroico, pero
finalmente divisaron la gran llanura padana. Quedaban veintiséis mil hombres,
menos de la mitad de los que partieron. Los cisalpinos los acogieron como a
libertadores, los abastecieron de víveres y se aliaron con ellos para derrotar
a los romanos en Placencia y Cremona.
En
octubre de 218 se libró la batalla de Tesino. Los trescientos mil cartagineses
con catorce mil caballos derrotaron a las legiones romanas mandadas por el
primer Escipión. En diciembre los romanos sufrieron una segunda derrota en Trebia.
Aníbal era ya dueño de la Galia Cisalpina.
Cayo
Flaminio sustituyó a Escipión con nulos resultados, pues a orillas del
Trasimeno, sus legiones fueron literalmente aniquiladas por Aníbal. En Roma
cundió un justificado pánico.
Pero
a pesar de sus brillantes victorias militares, las cosas no pintaban demasiado
bien para los cartagineses. Aníbal contrajo un tracoma que le dejó tuerto, y en
Toscana y Umbría sus habitantes no acogieron a los invasores con simpatía.
Muchos de los hombres de Aníbal estaban cansados y enfermos, sus aliados galos
desertaron. Pidió refuerzos a su hermano Asdrúbal, que pudo mandarle muy pocos,
pues en el suelo ibérico libraba una feroz guerra contra los romanos.
En
la Urbe nombraron dictador a Quinto Fabio Máximo, un gran estratega que optó
por no exponerse a librar batalla con Aníbal en campo abierto. En vez de eso,
emprendió sucesivas escaramuzas de desgaste y emboscadas que terminaron por
llevar a los cartagineses al borde de la desesperación. Pero en Roma también
muchos desesperaban, y contra la experta opinión de Fabio, abogaban por asestar
un golpe definitivo y obtener una victoria rápida. Desposeyeron del cargo a
Fabio.
Terencio
Varrón, un exaltado patriota sin mucha experiencia en la guerra condujo contra
Aníbal a ochenta mil infantes y seis mil jinetes. Era lo que el general
cartaginés estaba esperando.
En
la llanura de Cannas, a orillas del Ofanto, se libró la que probablemente fue
la más grande batalla de la Antigüedad. Aníbal situó en el centro de su
ejército a los pocos galos que le quedaban, consciente de que eran los más
débiles. Varrón mordió el anzuelo. Se introdujo en la brecha y las alas de
Aníbal se cerraron sobre él. Todavía hoy Cannas permanece en la historia
militar como ejemplo de estrategia.
Dejemos
por ahora a Aníbal triunfante. Muy lejos de allí, en Hispania, los Escipiones
combatían a Asdrúbal. Se estaba fraguando la completa derrota de Cartago. Pero
esa ya es otra historia, seguro que el profe Bigotini nos la acabará contando.
Sé tú mismo, me dicen… ¡Como si no existiera el Código Penal!
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