Siguiendo
a Michio Kaku en su obra El futuro de
nuestra mente (Penguin Random House Ed., Barcelona 2014), la conciencia
puede clasificarse en cuatro niveles. El primero, que llamaríamos nivel
0, correspondería en el mundo de los seres vivos, a las plantas, y en
el de las máquinas, a un simple termostato, por ejemplo. Incluye unos pocos
bucles de retroalimentación en unos parámetros simples, como la luz del sol o
la temperatura en los ejemplos citados.
El
siguiente nivel, el nivel I corresponde a insectos y reptiles: son móviles y poseen
un sistema nervioso central, son capaces de crear un modelo del mundo en
relación con un nuevo parámetro, el espacio.
El
nivel
II crea ya un modelo del mundo relacionado con otros individuos bien de
su clase o bien de diferentes categorías. Esto exige emociones. Una conciencia
de esta naturaleza corresponde a muchas aves y a los mamíferos en general. En
concreto los simios gozan de un nivel II avanzado.
El
mayor grado de conciencia corresponde al nivel III que disfrutamos los seres
humanos. Este último nivel incorpora la dimensión temporal, el tiempo, y la
conciencia de sí mismo. Permite a sus poseedores, partiendo de la experiencia
pasada, simular mentalmente cómo se producirán los acontecimientos futuros, al
objeto de elegir qué camino seguir o qué acciones llevar a cabo.
Si
con estas premisas pretendemos clasificar la inteligencia artificial, es decir,
los robots, nos fijaremos para empezar en los de primera generación que
corresponderían al nivel 0, ya que eran estáticos y carecían de ruedas o pies.
Los robots actuales están en el nivel I porque son móviles, pero se sitúan aun
en un escalón muy bajo de este nivel, tal como un gusano, por ejemplo. Muchos
insectos poseen habilidades como ubicar y recordar escondites, localizar
parejas, construir nidos, huir de los depredadores o capturar presas, que
nuestros robots actuales están lejos de poseer.
En
cada nivel puede haber un número variable de bucles de retroalimentación. En el
caso de un robot con ojos, debe disponer de sensores capaces de detectar la
frecuencia, la intensidad, la tensión, las pausas… puede construirse un robot
capaz de ver y distinguir objetos con solo diez bucles de retroalimentación.
Para hacernos una idea diremos que un insecto tipo que pueda buscar alimento o
procurarse cobijo, necesita al menos cincuenta bucles, así que mientras al
insecto le asignaríamos un nivel de conciencia I:50, el robot vidente se las
arreglaría con un modesto I:10.
Para
acceder a una conciencia nivel II, los robots deberían ser capaces de crear un
modelo del mundo en relación con otros actores. El grado de una conciencia
nivel II como la de los mamíferos, se calcula multiplicando el número de
miembros del grupo por el de emociones, gestos y actitudes que adoptan para
relacionarse entre ellos. Esto conllevaría poner en juego una cantidad ya muy
considerable de bucles de retroalimentación en su programación básica.
Algunos
investigadores de la I.A. (inteligencia artificial) están empezando a diseñar
robots capaces de reconocer emociones en nuestras expresiones faciales e
inflexiones de voz. Es previsible que en las próximas décadas los robots irán
poco a poco ascendiendo en el nivel II de conciencia, llegando quizá a ser tan
inteligentes como un ratón, un conejo o quién sabe si hasta un perro o un gato.
En este nivel avanzado, Kaku aventura que a finales del siglo presente podrían
comenzar a fijarse objetivos propios, y poseer una inteligencia equiparable a
la de un mono. Sólo accederían a la conciencia de nivel III cuando sean capaces
de crear simulaciones completas del futuro en las que ellos aparezcan como
actores principales. Para ello resulta imprescindible tener un conocimiento
funcional de la teoría de la mente y de lo que llamamos sentido común, que no
tiene una definición fácil. Sólo la capacidad de comprender aunque sea
sumariamente, las leyes de la naturaleza, la causalidad y las motivaciones
humanas, permitiría anticipar sucesos futuros.
El
valor numérico de la conciencia nivel III se calcula tomando el número total de
conexiones causales que podemos hacer al simular el futuro en diversas
situaciones de la vida real, y dividiéndolo por el valor medio de un grupo
control. Los ordenadores actuales son capaces de realizar simulaciones
limitadas a unos pocos parámetros, pero incapaces de simular el futuro en una
situación compleja de la vida real. Es una paradoja: pueden predecir la
colisión de dos galaxias, el flujo de aire alrededor de un avión experimental o
el comportamiento de un edificio durante un terremoto, cosas que nos asombran
porque los ingenieros con un lápiz y un papel tardarían infinitamente más en calcular,
y probablemente incurrirían en errores. Para eso basta con un nivel de
conciencia III:5. Sin embargo, ningún ordenador nos orientará en nuestras
relaciones de la vida cotidiana, sentimentales o laborales, por ejemplo.
En
fin, que faltan seguramente muchas décadas para que los robots puedan funcionar
con normalidad en las sociedades humanas. El robot mayordomo o el piloto de
aeronave que hemos visto en muchas películas de ciencia ficción, tardarán en
llegar. Algunas veces he sorprendido a nuestro profe Bigotini dando órdenes a
la aspiradora o discutiendo acaloradamente con el televisor. El pobrecillo
tiene demasiada confianza en la ciencia.
-Mamá, he encontrado novio.
-Será
de alguien, déjalo donde estaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario