En
el reino animal está bastante extendida la regla del ahorro de óvulos, en
contraste con un dispendio generoso y hasta manirroto de espermatozoides. Así
en la especie humana se produce generalmente un solo óvulo en cada ciclo
menstrual, alternándose uno y otro ovario en esta ardua tarea, mientras que en
cada eyaculación los testículos expulsan con la mayor naturalidad hasta 180
millones de espermatozoides. Un hombre con un recuento espermático de 50
millones, que parece una cifra más que abundante, probablemente será infértil.
Posiblemente
ostenta el record el diminuto macho del pájaro
ratón australiano, que eyacula unos 8.000 millones de espermatozoides. Esta
diferencia de producción tan abrumadora de ambos sexos, podría hacer que los
machos de un sinfín de especies, sintiéndose súbitamente atacados de la
necesidad de hacer recortes, que tan en boga está en estos tiempos de crisis,
exclamen compungidos y en tono plañidero: ¿por qué?
La
respuesta no es fácil. Seguramente tiene que ver con los hábitos sexuales de
machos y hembras en muchas especies. Mientras que el macho apuesta por la
cantidad (muchas parejas sexuales, muchas cópulas, mayores probabilidades de
transmitir su carga genética); la hembra se inclina por la calidad (cuidadosa
selección de un buen padre que aporte material genético de primera, y en muchos
casos garantice el sustento y la protección tanto de ella como de su prole). En
otras palabras, la hembra elige pareja con exquisito celo, mientras que el
macho dispara compulsivamente a todo lo que se mueve, un don juan que corre en pos de las faldas con los
calzones en las rodillas.
La
cosa sin embargo, no está tan clara. Algunos reputados especialistas se
inclinan a pensar que en aves, mamíferos, y otros grupos de animales que
copulan, los machos que producen una mayor cantidad de espermatozoides son
precisamente los de aquellas especies en las que (poned aquí un redoble de
tambor, chicas)… las hembras son más traviesas y promiscuas.
Al
parecer hay dos factores que podrían conducir a recuentos espermáticos elevados
en las especies con las hembras más promiscuas. Uno es el que llaman los
biólogos competencia
espermática. Cuando los espermatozoides tienen que competir con otros
de machos distintos, la competencia adquiere los tintes probabilísticos de una
rifa, y obedece al mismo patrón matemático. Si tengo más números para el
sorteo, tendré más probabilidad de ganar el premio. Con el tiempo, el éxito
repetido de los machos con recuentos espermáticos más altos, conducirá a un
aumento del número de espermatozoides producidos por todos los machos.
La
capacidad para producir espermatozoides debería estar en relación con el tamaño
de los testículos, y la evidencia demuestra que en efecto es así. Por ejemplo,
entre los grandes simios, los gorilas tienen unos testículos diminutos en
relación con su envergadura física, porque se organizan en harenes donde un
solo macho atiende a un grupo de hembras. Igual que los grandes ciervos,
carecen de verdadera competencia
espermática, y al igual que estos, sólo tendrán que ocuparse de mantener
alejados a los rivales. Para eso es preferible aumentar el tamaño de la
cornamenta o la potencia de la musculatura. No es necesario que los testículos
sean especialmente grandes. Sin embargo, los chimpancés, cuyas relaciones
familiares son mucho más complejas y variadas, tienen los testículos más
voluminosos. Y los machos de homo
sapiens ostentan el record de
tamaño testicular de todos los simios. Seguid cualquier telenovela y os
parecerá muy natural.
El
segundo factor que podría favorecer los recuentos espermáticos elevados, es que
los espermatozoides deben salvar un sinfín de obstáculos y de dificultades en
su tortuoso camino hasta el óvulo femenino. Mueren de forma masiva, brutal. Los
tractos femeninos están plagados de peligros y trampas. La inmensa mayoría de
los espermatozoides son digeridos, expulsados o liquidados. En la especie
humana, inician su odisea en el ambiente ácido y hostil de la vagina. El ácido es
letal para los espermatozoides, lo que explica el hecho de que en muchos
lugares se utilizaran unas rodajas de limón estratégicamente situadas, a manera
de improvisado y zafio anticonceptivo. Menos del 10 por cien llegan al cuello
uterino, y aquí se encuentran con una barrera mucosa infranqueable para la mayoría. Por si fuera
poco, aparecen los leucocitos que, en formación de combate, invaden el cuello y
las paredes internas del útero, eliminando a todos los intrusos. En la mujer, a
las cuatro horas de la cópula, el ejército de leucocitos reúne una fuerza
superior a mil millones de células. Cuando por fin los exhaustos
espermatozoides supervivientes alcanzan las trompas de Falopio, único lugar
donde tienen alguna posibilidad de encontrarse con un óvulo, apenas quedan unos
centenares de ejemplares de los más de cien millones que iniciaron el viaje.
¿Qué
ganan las hembras con tanta hostilidad? La hipótesis más plausible es que la
hostilidad garantiza que los huevos sólo sean fecundados por los mejores
espermatozoides. Otra sostiene que la hostilidad podría haber evolucionado
inicialmente como defensa frente a las infecciones. De hecho el semen de los
humanos y de muchos otros mamíferos contiene sustancias que suprimen la
respuesta inmunitaria de la
hembra. Ellas a su vez, habrían evolucionado intensificando
la respuesta inmunológica. Sería un círculo evolutivo de respuestas y
contrarrespuestas.
En
definitiva, todo nos conduce al escenario darwiniano de la lucha por la
supervivencia, que como puede verse, en muchos casos comienza aun antes de
nacer. La vida es dura, amigos.
Hoy no, querido. Me duele la cabeza. Anna Bolena.
Hoy no, querido. Me duele la cabeza. Anna Bolena.
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