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miércoles, 19 de diciembre de 2018

LA REVOLUCIÓN SEXUAL


Según todos los indicios la vida se originó, perpetuó y evolucionó en el seno de los océanos durante centenares de millones de años. Los primitivos seres vivos se desarrollaron con infinita parsimonia hasta que se produjo un acontecimiento capital, que bien puede calificarse de revolucionario: la reproducción sexual. No sabemos a ciencia cierta cómo y cuándo surgió la sexualidad, pero es seguro que las células debían haber alcanzado un cierto grado de organización y complejidad, ya que los organismos unicelulares más primitivos, bacterias y algas azules, todavía lo ignoran casi todo acerca del sexo. Cierto que de vez en cuando bacterias y otros organismos presexuales son capaces de intercambiar material genético. A esta capacidad debe atribuirse principalmente la aparición de la resistencia a los antibióticos.

Pero lo habitual entre los microorganismos es la reproducción asexual. Cada bacteria duplica su ADN, y a continuación se divide en dos bacterias exactamente iguales. Eso es todo. Con ese método, lo que se gana en capacidad reproductora, se pierde en diversidad. De hecho, salvo eventuales mutaciones o los citados intercambios de genes, las estirpes bacterianas no son sino una interminable sucesión del mismo individuo. El problema es que enfrentados a determinados cambios ambientales que resulten adversos, todos esos miles o millones de individuos por completo idénticos perecerán sin que ninguno de ellos posea la menor diferencia con el resto que le confiera alguna ventaja para sobrevivir. Será el fin de toda una raza.


Algunos hacen remontar la aparición del sexo a dos mil millones de años. Su principio es elemental: a partir del momento en que una célula, al dividirse, origina dos, cabe imaginar el proceso inverso, en que dos células al fusionarse producen una sola. En este reencuentro primordial de dos células idénticas, acaso hay que ver un esfuerzo para compensar una debilidad accidental, por ejemplo, una pérdida de sustancia debida a una lesión. O quizá simplemente ha de pensarse en el resultado de un choque, que al romper las membranas, origina una mezcla fortuita de los contenidos celulares.


Pero antes de que surgiera la sexualidad, había aparecido ya otro fenómeno: el de las mutaciones. Al ocurrir bruscamente y de manera imprevisible por efecto de radiaciones o de otras causas, las mutaciones modificaban el programa de las células, e introducían una variación en la homogeneidad de las sucesivas generaciones siempre idénticas, producidas por simple división celular. Cierto día, de la manera más natural, una célula mutada se encontró con una célula inicial de su misma raza. El contacto se estableció entre dos seres diferentes, pero de origen común. Había nacido el sexo. Un encuentro entre dos entidades distintas, capaces de generar un nuevo ser único y diferente de todos los existentes. Naturalmente era imprescindible que las dos células fueran aun muy próximas. Es imposible cualquier acto sexual efectivo entre dos células de razas diferentes, y por extensión, entre dos seres vivos de diferentes especies. No pueden cruzarse un pato y una vaca.


El amanecer de la sexualidad representó una formidable fuente de variaciones e innovaciones. Produjo entre los seres vivos tal grado de diversificación, que ningún individuo es jamás completamente idéntico a sus progenitores. Por poner un ejemplo sencillo, se ha calculado que para una pareja humana, el juego de combinaciones de las células sexuales permite imaginar hasta sesenta y cuatro billones de resultados posibles para cada embrión producido. O sea, que cada uno de nosotros (tú, sin ir más lejos) sólo tiene una posibilidad entre sesenta y cuatro billones de ser como es (de que tú seas como eres). Podemos afirmar pues que todos somos ejemplares únicos, procedentes de un embrión único, con la sola salvedad de los gemelos verdaderos, que proceden del mismo embrión dividido en dos rápidamente, exactamente como habría hecho una bacteria o un alga azul. Afortunadamente las conexiones neuronales que dependen de las experiencias vividas, harán que hasta los gemelos acaben siendo dos personas diferentes. Ahora bien, esta imagen de los gemelos nos proporciona un ligero indicio de cómo sería un mundo asexuado, un mundo estático de seres idénticos e irreconocibles… y por supuesto, un mundo infinitamente menos evolucionado. Sin la extraordinaria fuente de variabilidad que proporciona la sexualidad, es muy probable que el registro biológico no hubiera pasado de los invertebrados más elementales.

Claro está que quien dice variación, dice diferencias en la capacidad de adaptación a los permanentes cambios del medio, capacidad de los individuos más adaptados para superar los obstáculos del camino, y eliminación de los peor adaptados, con toda la crudeza darwinista que ello representa, pero también con toda la increíble riqueza biológica que hemos heredado.
Desde que se produjo esta afortunada revolución sexual, se contradice el célebre dicho, y ya nadie se perpetua en sus hijos. Por el contrario, algunos ancestros se encuentran con descendientes diferentes a los que no se reconoce, a los que ya no se identifica como propios, pues pertenecen a una especie distinta. Hijos que no son nuestros, a quienes no se poseerá jamás, porque todo lo que procede de la sexualidad es fuente de asimetrías, variaciones y diferencias. El sexo es sobre todo, biodiversidad. Algo necesario para vivir un mundo habitable.

Conocí a un tipo que encontró en el armario a tantos amantes de su mujer, que tuvo que divorciarse sólo para tener donde colgar la ropa.  Groucho Marx.




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