Todo
eso de los artistas y poetas malditos y del malditismo, son tópicos
que se han usado hasta el abuso, a veces sin demasiado fundamento.
Pero si alguien merece que se le aplique el adjetivo, ese alguien es
sin duda Charles Bukowski.
Nació
en Alemania en 1920 de madre alemana y padre norteamericano que llegó
a Europa en la Gran Guerra. Cuando tenía tres años, la familia se
trasladó a California, y en Los Ángeles transcurrió el resto de la
vida de nuestro hombre. Su nombre original era Heinrich Karl
Bukowski, pero en América comenzaron a llamarle Henry o Charles, y
este último nombre fue el que siempre eligió para firmar sus obras.
Inició estudios de arte, periodismo y literatura, sin llegar a
terminar ninguna licenciatura. A los veinticuatro años consiguió a
duras penas que se publicaran un par de sus relatos, y desalentado
por las enormes dificultades que encontraba, desistió durante mucho
tiempo de escribir.
Vagó
unos años por el país, realizando trabajos esporádicos,
consumiendo grandes cantidades de alcohol y malviviendo en pensiones
baratas, hasta que en los cincuenta obtuvo un empleo de cartero en el
servicio postal. Siguió bebiendo, se casó, se divorció, tuvo una
hija con su siguiente pareja, comenzó a publicar algún que otro
relato en la prensa independiente, hasta que con casi cincuenta años,
se decidió a abandonar su empleo para dedicarse por entero a la
literatura, cuando en 1969 el editor de Black Sparrow Press le
aseguró cien dólares mensuales. Entre volverme loco en la oficina
de correos o morir de hambre, he decidido morir de hambre, anunció,
y se dedicó a escribir a tiempo completo. Aquel Bukowski ya casi
viejo y alcohólico se convirtió en un autor sorprendentemente
prolífico, dejando una obra en apenas veinte años, sus últimos
veinte años, que muchos otros escritores no han producido en
sesenta.
Poesía
erótico-pornográfica; novelas como La senda del perdedor
o Pulp; ensayos como Escritos de un viejo
indecente, Hijo de Satanás, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones
o La máquina de follar, le convirtieron en un escritor
de culto entre los lectores de aquella América psicodélica y hippie
de los setenta. Llenó centenares de páginas en las revistas
underground, y un gurú de la cultura alternativa como el
dibujante Robert Crumb, lo convirtió en su héroe de la vida real.
Bukowski
vivió igual que escribió. Aparecía en las entrevistas y los
reportajes con su eterna botella, desnudo o metiendo mano a su novia.
Fue el mayor pornógrafo y el autor más censurado y prohibido de su
generación. Todo un provocador consciente de su labor provocadora y
social.
Hoy
os brindamos el enlace para acceder a la versión digital de su
relato El principiante.
Clic en la ilustración y listo.
No sé vosotros, pero aquí en Bigotini no nos escandalizamos por
cualquier cosilla. Así que viva Bukowski, vivan sus cuentos
inmorales y viva el vino (¿no es esto lo que dijo una vez Rajoy?).
Bueno, pues eso.
Todo
hombre debe creer en algo. Yo creo que tomaré otro trago.
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