Bueno,
naturalmente Alan Ladd
tenía pies, pero con toda seguridad debió ser el actor del
Hollywwod dorado que menos los mostró en la pantalla. El problema
consistía en que Ladd era muy bajito. Tenía un atractivo rostro de
galán y ciertamente sabía actuar incluso mucho mejor de lo que le
dieron oportunidad de demostrar ante las cámaras, pero su estatura
no llegaba al metro sesenta, así que en sus rodajes recurrían a
trucos como subirlo en un taburete para besar a la chica, ponerlo
sobre una plataforma en los planos en que aparecía con otros
actores, o emparejarlo a menudo, como hicieron los productores, con
Veronica Lake, que también era un tapón. Si repasáis su
filmografía os recomiendo que os fijéis en ciertos detalles:
prácticamente nunca aparecía de cuerpo entero salvo si se hallaba
muy alejado de los demás personajes, en los encuadres colectivos
nunca caminaba, siempre permanecía quieto, cuando montaba a caballo
en solitario le preparaban el de menor alzada que podían encontrar,
y si cabalgaba en grupo, le sustituía un extra.
Tras
sus primeros papeles de gangster y sobre todo, tras el éxito de
Raíces profundas, su película más taquillera, le
encasillaron en el western. El sombrero y las cartucheras le sentaban
de maravilla. Al profe Bigotini le gusta especialmente Tambores
lejanos, que filmó en 1954 a las órdenes de Delmer Daves.
Su tendencia depresiva le hizo caer en el alcoholismo. Al final de su
carrera rechazó algunos papeles magníficos, mal aconsejado por su
representante. Para terminarla de fastidiar, su frustrado romance con
June Allison acabó sumiéndole en la desesperación. Se suicidó a
los cincuenta a base de barbitúricos y bourbon. Haciendo clic
en la ilustración, podéis enlazar con un brevísimo
video donde se relatan sus últimos años y su trágico final.
Próxima
entrega: John Garfield
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