Publicado en nuestro antiguo blog en abril de 2012
Los
museos europeos que recibieron hace doscientos años los primeros ornitorrincos
disecados, pensaron que se trataba de una broma pesada de los taxidermistas. Era
una especie de trabajo de rompecabezas, de colage zoológico hecho
con partes de mamífero y partes de ave. Cuando poco a poco se fueron disipando
las dudas, el primer nombre científico que recibió la especie fue el de Ornithorhynchus paradoxus,
porque hay que reconocer que un bicho con esa pinta parecía una paradoja
viviente. Si esta primera reacción puede justificarse por la rareza del
hallazgo, lo que no tiene ninguna justificación es la postura de algunos
zoólogos y naturalistas que mucho tiempo después (incluso ahora mismo),
califican al ornitorrinco de “primitivo”. Ya hemos dicho varias veces, hablando
de la evolución de las especies, que es un grave error considerar a las
especies extinguidas como primitivas o imperfectas, contraponiéndolas a las actuales,
que vendríamos a ser una especie de dechado de perfecciones, “la culminación
del plan divino”. Esta forma de pensar es creacionista
y religiosa en las peores
acepciones de ambos términos, cuando se emplean para negar la evidencia
científica. Si no tenemos la prevención de evitar este tipo de falso
razonamiento, correremos riesgos importantes.
A
lo largo de la historia del planeta, las diferentes especies sencillamente se
han ido sucediendo unas a otras, por medio de adaptaciones a las condiciones siempre
cambiantes de los distintos hábitats. Sin embargo, cualquier herbívoro
del oligoceno era tan
hermoso, tan veloz y tan “perfecto” como las actuales gacelas; y el tiranosaurio o el tigre
dientes de sable eran unos
depredadores eficacísimos, magníficamente adaptados cada uno a su medio
natural, y por supuesto muy exitosos como especie a juzgar por la sorprendente
cantidad de restos fósiles que se han encontrado y aun se siguen encontrando de
ellos. Si podemos afirmar esto de especies ya extinguidas, ¿qué no podremos
decir de otras como sin ir más lejos el ornitorrinco, que sobreviven en nuestro
mundo actual?
El
ornitorrinco comparte con nosotros, los demás mamíferos, un antepasado común
que debió vivir hace unos 180 millones de años. Probablemente fue un eupantoterio,
como el Henkelotherium que
aparece en la ilustración, un animal peludo parecido a una musaraña, con un
solo orificio posterior o cloaca, que ponía huevos. Si os sorprende su aspecto
“moderno”, recordad que es tan antepasado nuestro como lo es del ornitorrinco o
de un ratón actual. El hecho de que se parezca más a un ratón que a una ballena
o a una vaca, no deja de ser puramente casual, insisto en que todos los mamíferos (monotremas, marsupiales y
placentados) somos igualmente descendientes suyos. Admitido esto, fijaos en
lo siguiente: a partir de los eupantoterios,
el ornitorrinco ha tenido el mismo tiempo para evolucionar que la ballena, la
vaca o nosotros; concretamente 180 millones de años, así que el ornitorrinco es
tan evolucionado y moderno como lo somos todos los demás.
Si
a pesar de este argumento de peso, todavía hay alguien que se empeñe en
calificar al ornitorrinco de primitivo por ciertos detalles más propios de aves
y reptiles que de mamíferos, tales como tener cloaca, garras palmeadas y
membranosas como las aves acuáticas, ser ovíparo, y esconder un espolón en las
garras traseras que inyecta un veneno mortal, bastaría para derribar esta
imagen de antigualla con que nos fijemos en el prodigioso pico de este animal,
un órgano evolucionado y perfeccionado a lo largo de muchos miles de años de
evolución, una maravilla de la naturaleza. Un trabajo perfecto.
El
pintoresco pico del ornitorrinco, parecido al del pato Donald, está dotado nada
menos que con un dispositivo de reconocimiento que convierte a los radares más
sofisticados en poco menos que trastos inservibles. Sir Everard Home, uno de
los primeros naturalistas en estudiar la especie, ya advirtió en 1802 que “la rama del nervio trigémino que
inerva la cara es extraordinariamente grande. Esta circunstancia nos lleva a
colegir que la sensibilidad de las diversas partes del pico debe ser notable y
que, por consiguiente, este órgano cumple la función de una mano y es capaz de
realizar sutiles discernimientos táctiles”, Sir Everard no se equivocaba.
El ornitorrinco vive cerca de turbios riachuelos y remansos, donde se sumerge
con los ojos y los oídos cerrados, para obtener el alimento.
Cuando
una gamba de agua dulce, presa típica, se mueve en el fondo cenagoso,
inevitablemente se genera un débil campo eléctrico. Un ordenador capaz de
procesar datos procedentes de una larga serie de sensores, podría calcular la
fuente de ese campo eléctrico. El ornitorrinco no lo necesita. Su sensible pico
es más que suficiente. Su cerebro realiza inmediatamente el cálculo, luego un
rápido movimiento y ¡zas!, pieza capturada. Quienes han observado esta técnica
de caza en su medio natural, darán fe de su extraordinaria eficacia. El pico
del ornitorrinco posee unos 40.000 sensores eléctricos distribuidos en franjas
longitudinales por ambas caras. Tiene además unos 60.000 sensores mecánicos
llamados empujadores,
diseminados por toda la superficie del pico. Y naturalmente, existen áreas
cerebrales especializadas en registrar, procesar y responder en una milésima de
segundo. ¿No está mal, verdad? Manger y Pettigrew, en un trabajo
extraordinario, realizaron un modelo tridimensional que reproduzco aquí, y que
ayuda a darse una idea de cómo funciona este curioso órgano.
La
propiedad de convergencia que tiene la evolución, y de la que prometo ocuparme
cualquier día de estos, es responsable de otros órganos parecidos, aunque de
origen muy distinto, en animales tan alejados filogenéticamente del
ornitorrinco, como pueda ser por ejemplo el pez espátula (Polyodon spathula),
entre otros. Distinta rama evolutiva, distinto origen, pero el mismo ingenioso
resultado. En fin, que no hay que fiarse de las apariencias. La del
ornitorrinco puede ser cómica y hasta grotesca, pero amigo, ¡qué extraordinario
mecanismo de precisión, qué increíble adaptación a su medio, y qué éxito
evolutivo!
El
día que yo nací, mi madre no estaba en casa. Miguel Gila.
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