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domingo, 7 de mayo de 2017

EL PICO DEL ORNITORRINCO Y OTROS ÓRGANOS PRODIGIOSOS


Publicado en nuestro antiguo blog en abril de 2012

Los museos europeos que recibieron hace doscientos años los primeros ornitorrincos disecados, pensaron que se trataba de una broma pesada de los taxidermistas. Era una especie de trabajo de rompecabezas, de colage zoológico hecho con partes de mamífero y partes de ave. Cuando poco a poco se fueron disipando las dudas, el primer nombre científico que recibió la especie fue el de Ornithorhynchus paradoxus, porque hay que reconocer que un bicho con esa pinta parecía una paradoja viviente. Si esta primera reacción puede justificarse por la rareza del hallazgo, lo que no tiene ninguna justificación es la postura de algunos zoólogos y naturalistas que mucho tiempo después (incluso ahora mismo), califican al ornitorrinco de “primitivo”. Ya hemos dicho varias veces, hablando de la evolución de las especies, que es un grave error considerar a las especies extinguidas como primitivas o imperfectas, contraponiéndolas a las actuales, que vendríamos a ser una especie de dechado de perfecciones, “la culminación del plan divino”. Esta forma de pensar es creacionista y religiosa en las peores acepciones de ambos términos, cuando se emplean para negar la evidencia científica. Si no tenemos la prevención de evitar este tipo de falso razonamiento, correremos riesgos importantes.


A lo largo de la historia del planeta, las diferentes especies sencillamente se han ido sucediendo unas a otras, por medio de adaptaciones a las condiciones siempre cambiantes de los distintos hábitats. Sin embargo, cualquier herbívoro del oligoceno era tan hermoso, tan veloz y tan “perfecto” como las actuales gacelas; y el tiranosaurio o el tigre dientes de sable eran unos depredadores eficacísimos, magníficamente adaptados cada uno a su medio natural, y por supuesto muy exitosos como especie a juzgar por la sorprendente cantidad de restos fósiles que se han encontrado y aun se siguen encontrando de ellos. Si podemos afirmar esto de especies ya extinguidas, ¿qué no podremos decir de otras como sin ir más lejos el ornitorrinco, que sobreviven en nuestro mundo actual?


El ornitorrinco comparte con nosotros, los demás mamíferos, un antepasado común que debió vivir hace unos 180 millones de años. Probablemente fue un eupantoterio, como el Henkelotherium que aparece en la ilustración, un animal peludo parecido a una musaraña, con un solo orificio posterior o cloaca, que ponía huevos. Si os sorprende su aspecto “moderno”, recordad que es tan antepasado nuestro como lo es del ornitorrinco o de un ratón actual. El hecho de que se parezca más a un ratón que a una ballena o a una vaca, no deja de ser puramente casual, insisto en que todos los mamíferos (monotremas, marsupiales y placentados) somos igualmente descendientes suyos. Admitido esto, fijaos en lo siguiente: a partir de los eupantoterios, el ornitorrinco ha tenido el mismo tiempo para evolucionar que la ballena, la vaca o nosotros; concretamente 180 millones de años, así que el ornitorrinco es tan evolucionado y moderno como lo somos todos los demás.

Si a pesar de este argumento de peso, todavía hay alguien que se empeñe en calificar al ornitorrinco de primitivo por ciertos detalles más propios de aves y reptiles que de mamíferos, tales como tener cloaca, garras palmeadas y membranosas como las aves acuáticas, ser ovíparo, y esconder un espolón en las garras traseras que inyecta un veneno mortal, bastaría para derribar esta imagen de antigualla con que nos fijemos en el prodigioso pico de este animal, un órgano evolucionado y perfeccionado a lo largo de muchos miles de años de evolución, una maravilla de la naturaleza. Un trabajo perfecto.


El pintoresco pico del ornitorrinco, parecido al del pato Donald, está dotado nada menos que con un dispositivo de reconocimiento que convierte a los radares más sofisticados en poco menos que trastos inservibles. Sir Everard Home, uno de los primeros naturalistas en estudiar la especie, ya advirtió en 1802 que “la rama del nervio trigémino que inerva la cara es extraordinariamente grande. Esta circunstancia nos lleva a colegir que la sensibilidad de las diversas partes del pico debe ser notable y que, por consiguiente, este órgano cumple la función de una mano y es capaz de realizar sutiles discernimientos táctiles”, Sir Everard no se equivocaba. El ornitorrinco vive cerca de turbios riachuelos y remansos, donde se sumerge con los ojos y los oídos cerrados, para obtener el alimento. 


Cuando una gamba de agua dulce, presa típica, se mueve en el fondo cenagoso, inevitablemente se genera un débil campo eléctrico. Un ordenador capaz de procesar datos procedentes de una larga serie de sensores, podría calcular la fuente de ese campo eléctrico. El ornitorrinco no lo necesita. Su sensible pico es más que suficiente. Su cerebro realiza inmediatamente el cálculo, luego un rápido movimiento y ¡zas!, pieza capturada. Quienes han observado esta técnica de caza en su medio natural, darán fe de su extraordinaria eficacia. El pico del ornitorrinco posee unos 40.000 sensores eléctricos distribuidos en franjas longitudinales por ambas caras. Tiene además unos 60.000 sensores mecánicos llamados empujadores, diseminados por toda la superficie del pico. Y naturalmente, existen áreas cerebrales especializadas en registrar, procesar y responder en una milésima de segundo. ¿No está mal, verdad? Manger y Pettigrew, en un trabajo extraordinario, realizaron un modelo tridimensional que reproduzco aquí, y que ayuda a darse una idea de cómo funciona este curioso órgano.

La propiedad de convergencia que tiene la evolución, y de la que prometo ocuparme cualquier día de estos, es responsable de otros órganos parecidos, aunque de origen muy distinto, en animales tan alejados filogenéticamente del ornitorrinco, como pueda ser por ejemplo el pez espátula (Polyodon spathula), entre otros. Distinta rama evolutiva, distinto origen, pero el mismo ingenioso resultado. En fin, que no hay que fiarse de las apariencias. La del ornitorrinco puede ser cómica y hasta grotesca, pero amigo, ¡qué extraordinario mecanismo de precisión, qué increíble adaptación a su medio, y qué éxito evolutivo!

El día que yo nací, mi madre no estaba en casa.  Miguel Gila.



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