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domingo, 13 de marzo de 2016

SALZBURGO. MÚSICA, SONRISAS Y LÁGRIMAS


El profe Bigotini y sus encantadoras acompañantes, a su llegada a Salzburgo, se alojaron en un hotelito de las afueras situado en un idílico paisaje. Una residencia para universitarios que durante los meses de verano funciona como un albergue. Para llegar al centro, hay que atravesar un túnel peatonal excavado en la montaña.
La vieja Salzburgo (también ciudad imperial) no defrauda las expectativas soñadas por el viajero. Callejas serpenteantes y bien cuidadas. Cada cuatro pasos una plazuela con algún detalle hermoso. Magníficos jardines… Y música, mucha música de la mejor. Los festivales de Salzburgo, que se celebran en la época estival, reúnen a los mejores intérpretes. Sobre todo en materia operística, Salzburgo ha adquirido una más que bien merecida fama.


Antes de los conciertos y las representaciones recomendamos al viajero un paseo por las márgenes del río, alguna que otra cervecita bien fría, una goulashsouppe para almorzar, y una cena en el histórico restaurante situado frente a la casa de Mozart (no tiene pérdida), y decorado como una vieja posada del XVIII. Ensaladas, el snitzel más grande de Europa, y un vinillo blanco burbujeante que alli llaman witherspritzzel, y sirven casi helado. Todo muy rico y muy abundante.
También es obligada la visita a la abadía benedictina que aparecía en la célebre película Sonrisas y lágrimas. Desde aquel paraje elevado se domina una panorámica única de la ciudad alpina. Más cervezas en una deliciosa terraza sobre el mirador. Fotos, bromas, canciones (las de la película, naturalmente), sonrisas sin lágrimas y risas incontroladas. La felicidad plena.


Siguiendo con la gastronomía, otra de nuestras pasiones, no hay que dejar de almorzar en el mercado de pescados junto al río. Para descansar un poco de las suculentas carnes de la zona, no vienen mal unas gambas, unos calamares fritos, unas brochetas de atún y una fresquísima ensalada de salmón. Por la tarde compras, después más música, y para terminar la jornada por todo lo alto, una gran cena en el famoso Sternbraü, el restaurante más típico de Salzburgo, en el barrio comercial. Ensalada de fiambres, goulash, generosos entrecottes, strudel frutal y la celebérrima sachertorte de untuoso chocolate. Tremendo.

En el viejo castillo, en lo más elevado del monte que domina la ciudad, hay un museo de títeres y marionetas, sala de armas y las inevitables mazmorras con sus primorosos instrumentos de tortura. Una muestra de la más refinada cultura occidental. Bajando del castillo, al final de la empinada cuesta, se encuentra el Inhaner, un alegre biergarten, un edificio histórico en cuya espléndida terraza se disfruta de buena comida y bebida, y de una vista magnífica. Allí sirven un estofado local nada desdeñable, y el que aseguran que es el dulce más típico de Salzburgo, una especie de soufflé de merengue que crece y se esponja en el horno hasta alcanzar un volumen espectacular. Lo sirven sobre un lecho de mermelada de arándanos, y resulta verdaderamente delicioso. Otro de los placeres inolvidables de la placentera Salzburgo. Todavía con el regusto dulcísimo del soufflé en el paladar, y con la chispeante música alegrando sus corazones, Bigotini y sus chicas se despidieron de la encantadora Salzburgo, prometiendo volver.

El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed, y habla sin tener nada que decir. Mark Twain.



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