El
profe Bigotini y sus encantadoras acompañantes, a su llegada a
Salzburgo,
se alojaron en un hotelito de las afueras situado en un idílico
paisaje. Una residencia para universitarios que durante los meses de
verano funciona como un albergue. Para llegar al centro, hay que
atravesar un túnel peatonal excavado en la montaña.
La
vieja Salzburgo (también ciudad imperial) no defrauda las
expectativas soñadas por el viajero. Callejas serpenteantes y bien
cuidadas. Cada cuatro pasos una plazuela con algún detalle hermoso.
Magníficos jardines… Y música, mucha música de la mejor. Los
festivales de Salzburgo, que se celebran en la época estival, reúnen
a los mejores intérpretes. Sobre todo en materia operística,
Salzburgo ha adquirido una más que bien merecida fama.
Antes
de los conciertos y las representaciones recomendamos al viajero un
paseo por las márgenes del río, alguna que otra cervecita bien
fría, una goulashsouppe
para almorzar, y una cena en el histórico restaurante situado frente
a la casa de Mozart (no tiene pérdida), y decorado como una vieja
posada del XVIII. Ensaladas, el snitzel
más grande de Europa, y un vinillo blanco burbujeante que alli
llaman witherspritzzel,
y sirven casi helado. Todo muy rico y muy abundante.
También
es obligada la visita a la abadía benedictina que aparecía en la
célebre película Sonrisas
y lágrimas. Desde
aquel paraje elevado se domina una panorámica única de la ciudad
alpina. Más cervezas en una deliciosa terraza sobre el mirador.
Fotos, bromas, canciones (las de la película, naturalmente),
sonrisas sin lágrimas y risas incontroladas. La felicidad plena.
Siguiendo
con la gastronomía, otra de nuestras pasiones, no hay que dejar de
almorzar en el mercado de pescados junto al río. Para descansar un
poco de las suculentas carnes de la zona, no vienen mal unas gambas,
unos calamares fritos, unas brochetas de atún y una fresquísima
ensalada de salmón. Por la tarde compras, después más música, y
para terminar la jornada por todo lo alto, una gran cena en el famoso
Sternbraü,
el restaurante más típico de Salzburgo, en el barrio comercial.
Ensalada de fiambres, goulash,
generosos entrecottes,
strudel
frutal y la celebérrima sachertorte
de untuoso chocolate. Tremendo.
En
el viejo castillo, en lo más elevado del monte que domina la ciudad,
hay un museo de títeres y marionetas, sala de armas y las
inevitables mazmorras con sus primorosos instrumentos de tortura. Una
muestra de la más refinada cultura occidental. Bajando del castillo,
al final de la empinada cuesta, se encuentra el Inhaner,
un alegre biergarten,
un edificio histórico en cuya espléndida terraza se disfruta de
buena comida y bebida, y de una vista magnífica. Allí sirven un
estofado local nada desdeñable, y el que aseguran que es el dulce
más típico de Salzburgo, una especie de soufflé
de merengue que crece y se esponja en el horno hasta alcanzar un
volumen espectacular. Lo sirven sobre un lecho de mermelada de
arándanos, y resulta verdaderamente delicioso. Otro de los placeres
inolvidables de la placentera Salzburgo. Todavía con el regusto
dulcísimo del soufflé
en el paladar, y con la chispeante música alegrando sus corazones,
Bigotini y sus chicas se despidieron de la encantadora Salzburgo,
prometiendo volver.
El
hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener
sed, y habla sin tener nada que decir. Mark Twain.
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