Avicena
es el nombre latino con el que se occidentalizó y popularizó en la
Europa cristiana a Abu
Ali al-Husayn ibn Allah ibn Sina,
un médico, filósofo y científico persa, nacido el año 980 en
Afshana, actual Uzbekistán. Puede decirse sin exageración que
Avicena fue el Aristóteles musulmán, a quien por cierto leyó y
estudió a través de las traducciones y comentarios de al-Farabi,
el principal introductor de la filosofía aristotélica en el mundo
islámico. Como médico se considera a Avicena uno de los tres
grandes precursores de la ciencia médica universal, junto a
Hipócrates y Galeno. Cursó sus primeros estudios en Bujara, capital
del reino de los Samaníes. Muy pronto adquirió extensos
conocimientos en matemáticas, física, lógica y filosofía. Siendo
todavía adolescente ya se le tenía por toda una autoridad en el
Corán, y con solo diecisiete años, adquirió gran reputación como
médico, al sanar al emir Nuh ibn Mansur.
Tras
la caída del reino samaní en 999, Avicena se trasladó a Hamadán,
donde su emir le nombró primer ministro. Allí alternó sus tareas
de gobierno con el estudio de la música y la astronomía, y hasta
tuvo tiempo de escribir varios tratados entre los que destaca su
Canon médico.
A los veinte años era ya autor de varias decenas de obras, todas
ellas enormemente influyentes en la ciencia de su tiempo. Viajó
extensamente por todo el mundo islámico. Su creciente fama le
granjeó sin duda prestigio, pero también le procuró enemigos, y
algunos tan importantes que en 1021 dio con sus huesos en la cárcel,
de donde logró evadirse disfrazado de derviche.
A
los treinta y dos años publicó la que está considerada como su
gran obra, el Canon
médico, que
traducido al latín por Gerardo
de Cremona, se
popularizó en occidente hasta el punto de convertirse en poco tiempo
en una de las principales referencias de la medicina de la época. En
filosofía Avicena construyó a partir del pensamiento aristotélico
y el neoplatonismo, un corpus
doctrinalis pasado por el
tamiz del Islam, que curiosamente fue inmediatamente adoptado en el
occidente cristiano, por su impecable manejo de la lógica y su
entronización de la Razón
como soberana por encima incluso de los credos religiosos. Una
apuesta muy arriesgada en aquel tiempo de integrismos, en la que
acaso triunfó Avicena por el procedimiento de definir la Razón
como la manifestación
objetiva de la voluntad de Dios.
Falleció
en 1037 a los cincuenta y siete años, durante un viaje a Irán,
victima según sus seguidores de una enfermedad intestinal y de la
sobrecarga de trabajo, y según sus detractores, de sus propios
vicios y excesos. Si hemos de creer a estos últimos, Avicena fue
hombre de temperamento epicúreo, que no se privó de ningún placer.
En
cualquier caso, Avicena fue una de las personalidades más
importantes del universo cultural medieval, prolongándose su obra y
sus opiniones hasta la época renacentista e incluso hasta la Edad
Moderna. Curiosamente en occidente ha prevalecido su faceta médica y
científica, mientras que en el ámbito musulmán se le tiene
fundamentalmente por poeta, moralista y místico. Dos líneas
divergentes que acaso ilustran la deriva histórica de ambas
culturas. En Bigotini, como occidentales, nos quedamos decididamente
con el Avicena científico, e invitamos a nuestros lectores a
profundizar en el estudio de su vida y de su admirable obra.
Puedes
avanzar un poco yendo más rápido que los demás. Puedes avanzar
mucho yendo por el buen camino.
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