La
mañana del domingo 22 de junio de 1856 comenzaron en la capital vallisoletana
unos violentos disturbios que duraron varias semanas y dieron lugar a una
importante crisis política que culminó con el golpe de estado de O’Donnell y el
final del Bienio Progresista.
Valladolid
era por entonces una ciudad próspera que había casi duplicado su población en
unos pocos años. Desde la construcción del canal de Castilla, que facilitaba
extraordinariamente la comunicación con el puerto de Santander, la ciudad se
había convertido en un centro exportador de trigo de importancia mundial. El
cereal, tan abundante en la meseta castellana, se almacenaba por millones de
toneladas en grandes almacenes cuyos propietarios especulaban con su valor,
aguardando la subida de precios para darle salida hacia gran parte de Europa.
El general Baldomero Espartero |
En
concreto, la guerra de Crimea que se libraba en aquellos años, resultó de gran
provecho para esos especuladores. La riqueza de la ciudad castellana atrajo a
miles de inmigrantes. Unos, como los santanderinos o los vascos, aportaron
inversiones. Braceros y artesanos procedentes de ciudades como Zaragoza o
Barcelona, aportaron mano de obra. Con los desheredados llegaron también a
Valladolid los nuevos vientos obreristas que comenzaban por entonces a soplar
en toda España, apoyándose en gran parte en el Partido Progresista del general
Espartero y en las Milicias Nacionales, una institución armada garante del
constitucionalismo, que ya había actuado en otros lugares como Zaragoza,
impidiendo el avance del carlismo en la memorable jornada del 5 de marzo de
1838.
La
mecha se prendió cuando la panadera Ramona Mueso pretendió vender el pan más
caro a una compradora conocida como la
madrileña, que se negó a pagar más de lo que se pagaba hacía solo unos
minutos. A los gritos acudió más gente, que comprobó no solo la subida, sino el
inminente desabastecimiento. El motín se inició de forma espontánea entre los
más pobres, que se adueñaron de las dependencias municipales, secuestrando al
alcalde. Los representantes de los amotinados presentaron dos reivindicaciones
a las que se sumó el comandante de la batería de la Milicia Nacional: la
estabilidad de los precios y la supresión de los derechos de puertas, un impuesto que grababa el pan y otros bienes
de primera necesidad. En los días siguientes, ante el silencio de las
autoridades civiles, el malestar de la población fue en aumento, sucediéndose
los incidentes. El gobernador civil fue herido, y a los gritos de ¡Pan barato!, ¡mueran los ladrones! y
¡mueran los ricos!, se incendiaron varias industrias y almacenes, así como
la mansión del industrial Semprún, uno de los empresarios más significados. Las
Milicias Nacionales se enfrentaron a las recién llegadas tropas del Ejército
regular, dando lugar a varias escaramuzas en las calles vallisoletanas más
céntricas.
Leopoldo O'Donnell |
Tras
varias semanas de conflicto, El Correo de
Castilla del 28 de julio evaluó las pérdidas en cien mil duros, una
cantidad exorbitante para la época. Las represalias no se hicieron esperar.
Hubo más de cien detenidos y ocho fusilados. Se produjeron otros focos de
revuelta en Palencia, Burgos, Zamora y Medina de Rioseco. En las esferas
políticas madrileñas se sucedieron las mutuas acusaciones. Progresistas y moderados
se culparon mutuamente. Los liberales culparon a los conservadores, y estos a
los socialistas… La consecuencia final fue la autoproclamación de O’Donnell, el
conservador ministro de la Guerra, que con el apoyo de la reina Isabel II,
depuso a su rival Espartero, terminando así con un Bienio Progresista tan
esperanzador como efímero. De esta forma chapucera y antidemocrática se saldó
uno más de los numerosos episodios, hoy día casi olvidados, de aquella triste
España decimonónica de la que para nuestra desgracia y vergüenza, somos
directos herederos.
Isabel II de España |
¿Quiénes
son los enemigos de la patria? Los del partido contrario, naturalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario