Nuestro
pequeño viaje histórico de hoy nos traslada a finales del siglo XVI. En 1583 la
escuadra española comandada por don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz,
venció a la flota anglofrancesa en el archipiélago de las Azores. Significó uno
de los triunfos más trascendentales de la historia marítima de España, y en
pleno apogeo del imperio español, representó también el principio del fin, la
última gran victoria en los mares.
Volvamos
la vista unos pocos años atrás. El rey portugués don Sebastián, visionario
suicida y cruzado a destiempo, encabezó una descabellada expedición africana
para conquistar las tierras del actual reino de Marruecos. El 4 de agosto de
1578 sufrió una espantosa derrota en Alcazarquivir, donde perdió lo más granado
de sus tropas y hasta su propia vida.
Felipe II |
El
trono de la nación vecina quedó temporalmente a cargo del cardenal Enrique, un
anciano incompetente. Felipe II vio la oportunidad de hacer valer sus derechos
sucesorios a la corona portuguesa, por ser hijo de la emperatriz Isabel,
primogénita de Manuel I de Portugal. Otros pretendientes fueron Catalina de
Médicis, duquesa de Braganza y reina madre de Francia, y don Antonio, el prior
de Crato, descendiente bastardo de Manuel I.
Felipe
jugó sus cartas con habilidad, y supo atraerse a su causa a la mayoría de los
portugueses. En cuanto falleció el anciano don Enrique, España inició su avance
militar, encontrando la única oposición en Santarem y Lisboa, últimas plazas
fieles a don Antonio. En el verano de 1580 Lisboa se rindió sin lucha, y
Portugal fue ocupado por entero. El 16 de abril de 1581 Felipe II fue jurado
rey de Portugal en las Cortes de Thomar. Para España esta posesión significaba
literalmente el dominio del mundo conocido. Las colonias portuguesas en el
Atlántico y América aseguraban las rutas al Nuevo Mundo y la hegemonía
marítima.
Inglaterra
y Francia, que por entonces no contaban sino con unas pocas bases atlánticas y
ultramarinas desde las que organizar sus expediciones de piratería y
contrabando, conscientes de la gravedad de la situación, se aliaron con don
Antonio que aun conservaba su último bastión en las estratégicas islas Azores.
Ingleses y franceses se aprestaron a la lucha. España concentró en Sevilla y
Lisboa navíos, artillería, bastimientos y soldados españoles, portugueses,
italianos y alemanes. La batalla de las Azores estaba servida.
Don Álvaro de Bazán. Marqués de Santa Cruz |
La
Armada contaba con 60 naos gruesas con pataches y otras embarcaciones menores,
gente de mar y unos 10.000 hombres de guerra. En la isla San Miguel, única del
archipiélago con que contaba España, debía unirse a esta flota el almirante
Recalde con unas decenas de naves vizcaínas. El marqués de Santa Cruz partió de
Lisboa a mediados de junio de 1582. La Armada sufrió un terrible temporal que
dispersó las naves, y sólo 27 de ellas pudieron llegar a San Miguel. Allí el
marqués recibió la noticia de la inminente llegada de la Armada francesa que
había salido de Nantes nada menos que con 60 naos bien armadas al mando de
Felipe Strozzi, privado de la reina de Francia, secundado por Beaumont y
Brissac, reputados marinos. A pesar de la manifiesta inferioridad, Santa Cruz
ejecutó una hábil maniobra, poniéndose en vanguardia de la flota, flanqueado
por don Francisco de Bobadilla y don Lope de Figueroa. En retaguardia quedó don
Cristóbal de Eraso, reemplazado después por Miguel Oquendo. El 26 de julio se
inició el combate que concluyó con una victoria completa y el desastre de los
franceses, cuyas pocas naves que lograron escapar se refugiaron en la isla
Tercera. En julio de 1583 una nueva flota española logró reducir la resistencia
de los 9.000 hombres, franceses e ingleses en su mayoría, atrincherados en
Tercera. La victoria y el dominio de las islas se completaron.
Sólo
cinco años más tarde, en 1588, tuvo lugar el histórico desastre de la Armada
Invencible. El mismo Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, aun en plena
euforia por la victoria en las Azores, había escrito al emperador una carta en
la que aconsejaba aprestar una expedición a Inglaterra para destronar a la mujer hereje. Ya sabéis cómo acabó aquello. A
partir de entonces España cedió el dominio marítimo a potencias emergentes como
Holanda o la misma Inglaterra. Eran nuevos tiempos en los que la artillería se
impuso a los abordajes y a la lucha cuerpo a cuerpo. Quienes apostaron por la
industria de guerra y la tecnificación, ganaron a la postre el dominio de los
mares y la hegemonía política. El ocaso llegaría finalmente a aquel imperio en
el que durante un tiempo no se ponía el sol.
El
objetivo en la guerra no es morir por tu país, sino hacer que el maldito
enemigo muera por el suyo. George Patton.
No hay comentarios:
Publicar un comentario