sábado, 27 de septiembre de 2014

BATALLA DE LAS AZORES. LA ÚLTIMA VICTORIA NAVAL

Nuestro pequeño viaje histórico de hoy nos traslada a finales del siglo XVI. En 1583 la escuadra española comandada por don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, venció a la flota anglofrancesa en el archipiélago de las Azores. Significó uno de los triunfos más trascendentales de la historia marítima de España, y en pleno apogeo del imperio español, representó también el principio del fin, la última gran victoria en los mares.
Volvamos la vista unos pocos años atrás. El rey portugués don Sebastián, visionario suicida y cruzado a destiempo, encabezó una descabellada expedición africana para conquistar las tierras del actual reino de Marruecos. El 4 de agosto de 1578 sufrió una espantosa derrota en Alcazarquivir, donde perdió lo más granado de sus tropas y hasta su propia vida.


Felipe II
El trono de la nación vecina quedó temporalmente a cargo del cardenal Enrique, un anciano incompetente. Felipe II vio la oportunidad de hacer valer sus derechos sucesorios a la corona portuguesa, por ser hijo de la emperatriz Isabel, primogénita de Manuel I de Portugal. Otros pretendientes fueron Catalina de Médicis, duquesa de Braganza y reina madre de Francia, y don Antonio, el prior de Crato, descendiente bastardo de Manuel I.
Felipe jugó sus cartas con habilidad, y supo atraerse a su causa a la mayoría de los portugueses. En cuanto falleció el anciano don Enrique, España inició su avance militar, encontrando la única oposición en Santarem y Lisboa, últimas plazas fieles a don Antonio. En el verano de 1580 Lisboa se rindió sin lucha, y Portugal fue ocupado por entero. El 16 de abril de 1581 Felipe II fue jurado rey de Portugal en las Cortes de Thomar. Para España esta posesión significaba literalmente el dominio del mundo conocido. Las colonias portuguesas en el Atlántico y América aseguraban las rutas al Nuevo Mundo y la hegemonía marítima.

Inglaterra y Francia, que por entonces no contaban sino con unas pocas bases atlánticas y ultramarinas desde las que organizar sus expediciones de piratería y contrabando, conscientes de la gravedad de la situación, se aliaron con don Antonio que aun conservaba su último bastión en las estratégicas islas Azores. Ingleses y franceses se aprestaron a la lucha. España concentró en Sevilla y Lisboa navíos, artillería, bastimientos y soldados españoles, portugueses, italianos y alemanes. La batalla de las Azores estaba servida.
Don Álvaro de Bazán. Marqués de Santa Cruz
La Armada contaba con 60 naos gruesas con pataches y otras embarcaciones menores, gente de mar y unos 10.000 hombres de guerra. En la isla San Miguel, única del archipiélago con que contaba España, debía unirse a esta flota el almirante Recalde con unas decenas de naves vizcaínas. El marqués de Santa Cruz partió de Lisboa a mediados de junio de 1582. La Armada sufrió un terrible temporal que dispersó las naves, y sólo 27 de ellas pudieron llegar a San Miguel. Allí el marqués recibió la noticia de la inminente llegada de la Armada francesa que había salido de Nantes nada menos que con 60 naos bien armadas al mando de Felipe Strozzi, privado de la reina de Francia, secundado por Beaumont y Brissac, reputados marinos. A pesar de la manifiesta inferioridad, Santa Cruz ejecutó una hábil maniobra, poniéndose en vanguardia de la flota, flanqueado por don Francisco de Bobadilla y don Lope de Figueroa. En retaguardia quedó don Cristóbal de Eraso, reemplazado después por Miguel Oquendo. El 26 de julio se inició el combate que concluyó con una victoria completa y el desastre de los franceses, cuyas pocas naves que lograron escapar se refugiaron en la isla Tercera. En julio de 1583 una nueva flota española logró reducir la resistencia de los 9.000 hombres, franceses e ingleses en su mayoría, atrincherados en Tercera. La victoria y el dominio de las islas se completaron.

Sólo cinco años más tarde, en 1588, tuvo lugar el histórico desastre de la Armada Invencible. El mismo Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, aun en plena euforia por la victoria en las Azores, había escrito al emperador una carta en la que aconsejaba aprestar una expedición a Inglaterra para destronar a la mujer hereje. Ya sabéis cómo acabó aquello. A partir de entonces España cedió el dominio marítimo a potencias emergentes como Holanda o la misma Inglaterra. Eran nuevos tiempos en los que la artillería se impuso a los abordajes y a la lucha cuerpo a cuerpo. Quienes apostaron por la industria de guerra y la tecnificación, ganaron a la postre el dominio de los mares y la hegemonía política. El ocaso llegaría finalmente a aquel imperio en el que durante un tiempo no se ponía el sol.

El objetivo en la guerra no es morir por tu país, sino hacer que el maldito enemigo muera por el suyo. George Patton.



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