La
evolución desde los primitivos peces agnatos
(hace 500 millones de años) a los peces con mandíbulas, supuso el primer gran
acontecimiento evolutivo del silúrico (440-400 millones de años).
La innovación de las mandíbulas literalmente revolucionó la vida animal,
todavía limitada entonces al medio acuático. Los primeros peces con mandíbulas
y dientes pudieron aparecer unos 80 millones de años después del florecimiento
de los peces agnatos. Eran los acantodios, que ya no solo tenían tejido
óseo a modo de coraza en el exterior del organismo, sino hueso dérmico en forma
de placas cubriendo determinadas zonas. Su esqueleto interno aun era
cartilaginoso, pero poseían tejido óseo extendido como una fina película sobre
el cartílago de la caja craneana y la columna vertebral.
Las
mandíbulas contribuyeron a la explosiva diversificación de los peces que se
produjo durante el devónico (400-350 millones de años) en los océanos primitivos.
Ya no dependían para su sustento de los pequeños organismos del plancton de los
lodos del fondo marino. Las mandíbulas convirtieron a muchas especies en
auténticos especialistas de la caza. Con el tiempo, el hueso sustituyó al
cartílago en los osteictios o peces óseos, de
los que descienden la mayor parte de los peces actuales y todos los vertebrados
terrestres, incluidos nosotros mismos. Sin embargo, otra línea evolutiva dio
origen a los condrictios que conservaron
su esqueleto cartilaginoso. Son los tiburones, mantas, rayas y quimeras, un
grupo en el que surgieron especies de gran tamaño y con una capacidad de
depredación sin precedentes.
El
enorme megalodon que podía alcanzar
los 18 metros
de longitud, y poseía la morfología de los grandes tiburones actuales, debió
sin duda ser el terror de aquellos mares. Mayor incluso que algunas especies de
cachalotes modernos, megalodon
nadando rápido y silencioso, y dotado de unas fauces descomunales, tuvo que
constituir una auténtica pesadilla para cualquier habitante marino. Tampoco
debía irle a la zaga dunkleosteus,
un monstruo de casi 4
metros , que competiría por el alimento con los tiburones
de su época. Su cráneo acorazado medía más de 65 cm ., y a la altura de sus
aletas pectorales se interrumpía su armadura, dejándole una total libertad de
movimientos en el cuerpo y en la sinuosa cola. A diferencia del mordisco rápido
y brutal del tiburón, dunkleosteus
actuaba como un perro de presa, mordiendo y manteniendo el bocado mientras las
poderosas bisagras de sus mandíbulas se iban cerrando lentamente.
Los
peces cartilaginosos poseen aletas reforzadas por radios rígidos de cartílago.
En los machos, las aletas pélvicas se encuentran modificadas para formar una
especie de pinzas genitales que facilitan la transferencia de esperma durante
el apareamiento. La piel presenta pequeñas escamas semejantes a dientes, que le
confieren una aspereza característica. Los ebanistas del siglo XIX preferían la
piel de tiburón a la lija, para conseguir un acabado perfecto en la madera.
El
profe Bigotini fue en su lejana juventud un nadador tan intrépido, que sin
dudarlo un momento se hubiera enfrentado a cualquier monstruo marino. Daba
gusto verlo con aquel traje de baño de rayas y sus calabazas a la cintura.
Componía una imagen tan gallarda que, cuando emergía con los pantaloncillos
mojados ceñidos al cuerpo y el bigote cubierto de algas y racimos de
mejillones, las mamás, las abuelitas y las institutrices, procuraban apartar a
las impresionables jóvenes de aquella excitante visión. Conviene aclarar que
mientras tanto ellas no perdían detalle.
Tanto
en National Geographic como en la revista Playboy, puedes admirar paisajes que
probablemente nunca podrás visitar personalmente.
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